El Salvador ha enfrentado algunos de los terremotos más devastadores de la región, eventos que han dejado miles de fallecidos, destrucción y un impacto duradero en la infraestructura y el desarrollo del país.
Los terremotos han dejado una huella imborrable en la historia de El Salvador, marcando momentos de destrucción que cambiaron el curso del desarrollo urbano y social del país.
Conocido por estar rodeado de volcanes, El Salvador ha tenido alta actividad sísmica a lo largo de su historia, tanto que San Salvador es conocido como “El valle de las hamacas”, ya que se ubica en medio de valles de volcanes que frecuentemente producen temblores y terremotos.
Es por ello que estos movimientos telúricos no son nada nuevo para la población; sin embargo, mientras que algunos pueden ser tan suaves como el vaivén de una hamaca, otros pueden dejar una estela de destrucción a su paso.
Este artículo examina los sismos más devastadores, analizando su impacto en la infraestructura y las consecuencias a largo plazo.
"Todas las casas, todos los edificios públicos de El Salvador colonial se cayeron con ese terremoto de 1854. Dicen los relatos que básicamente quedó en el piso todo, que en la noche se sintieron unos vientos frescos, después otros muy calientes y que finalmente se escuchó y se sintió un retumbar debajo de la tierra" explica el historiador salvadoreño José Ramírez sobre este acontecimiento.
El daño en la infraestructura fue tanto que se tomó la decisión de trasladar la capital a Santa Tecla, ya que no se podía vivir en las ruinas. Según el historiador, cabe destacar que fue gracias a este terremoto que en San Salvador no hay mucha infraestructura colonial.
"Ahí surge el proyecto y se empieza a construir Santa Tecla cuya edificación va a durar más o menos de 1857 a 1858, pero cuando en el 58 ya se tiene Santa Tecla lista para que se muevan para allá (por eso le llaman nuevas San Salvador), el gobierno de San Salvador decide que no es correcto regresar a Santa Tecla sino que hay que regresar al antiguo sitio de San Salvador".
Esta decisión estuvo fuertemente influida por la iglesia católica, que se nagaba a abandonar esos espacios que consideraba sagrados debido a que se remontaban a la colonia.
Lamentablemente, el terremoto no sería la única tragedia que azotaría el país en esa época, ya que se desató una epidemia de cólera la cual mataría a gran parte de la población.
"Durante ese periodo, digamos de 1854 a 1858, también hay una epidemia de cólera morbus, se enferma y fallece mucha gente en esa época justamente por esa epidemia que se tuvo en San Salvador", añade el experto.
Según el Servicio Geológico Nacional, este sismo acompañado de la erupción del Boquerón causó destrucción en Armenia y graves daños en Ateos, Sacacoyo y San Julián. Un segundo sismo causa daños en San Salvador, Apopa, Nejapa, Quezaltepeque, Opico y Santa Tecla.
"En 1917 lo que sucede es realmente la erupción del volcán de San Salvador, de aquí son las piedras que se ven del lado de Quezaltepeque en la carretera frente al Jabalí. Esa piedra que se ve ahí es de esa erupción de 1917 pero del lado de la ciudad de San Salvador lo que hubo fue un terremoto muy fuerte, que si botó varios edificios", explica Ramírez.
El libro relata sobre este sismo: "El 7 de junio de 1917, después de celebrarse la fiesta de la institución de la Eucaristía, las poblaciones circunvecinas al volcán de San Salvador sintieron los efectos destructivos de un terremoto que ocurrió a las 18 horas con 55 minutos, y que echó en tierra a Armenia y causó grandes daños en San Julián, Sacacoyo, Tepecoyo, Ateos y otros lugares situados en el borde de la gran falla que se extiende a lo largo de la Cadena Costera, desde Caluco hasta el desagüe de la laguna de Ilopango."
"A partir de dicho megasismo, la tierra continuó en movimientos discontinuos y de diversas intensidades; pero a las 19 horas con 30 minutos se produjo un espantoso terremoto que derribó casas y edificios públicos y religiosos, sembrando el natural pánico en en las poblaciones comarcanas al volcán de San Salvador", continúa el relato.
"Impactó fuertemente el centro de San Salvador, botó el famoso edificio Rubén Darío, lo trajo al piso y transformó por completo la cara de San Salvador. Mucha gente murió por ese terremoto" relata el historiador José Ramírez.
El experto también narró su propia anéctoda de cómo vivió este fuerte acontecimiento, "Realmente fue impresionante, de hecho yo recuerdo que estaba viendo caricaturas; El pájaro loco estaba viendo en la televisión y la mesa donde estaba la televisión brincaba, fue muy fuerte ese terremoto del 86. Yo sí lo recuerdo claramente" narra Ramírez.
Nuevamente el Centro Histórico de San Salvador se convirtió en víctima de los movimientos del "Valle de las Hamacas", perdiendo varios edificios icónicos de las décadas de 1950 y 1960.
Por otra parte, uno de los daños a la infraestructura más importantes fue la caída de la estatua del Monumento al Divino Salvador del Mundo, la cual tuvo que ser reconstruida.
En el primer terremoto, el del 13 de enero, se reportaron 944 fallecidos, 1,155 edificios públicos dañados, 108,261 viviendas destruidas, 19 hospitales dañados, 405 iglesias dañadas, 445 derrumbes.
Mientras que en el segundo hubieron 315 fallecidos, 82 edificios públicos dañados, 41,302 viviendas destruidas, 5 hospitales dañados, 73 iglesias dañadas, 71 derrumbes, indica el Observatorio de Amenazas.
"Lo impactante de los terremotos del 2001 es que fueron a nivel nacional, es decir, básicamente todo el país sufrió esos terremotos y también fueron muy fuertes, lo peculiar fue que tuvieron un mes de distancia. De esos terremotos del 2001 ya vamos por los 24 años (de que ocurrieron)" explica Ramírez.
Según datos del Ministerio de Medio Ambiente, la energía que el terremoto liberó fue la equivalente a 360 bombas atómicas y la profundidad del sismo fue de 60 kilómetros.
Este teremoto hizo testigo a El Salvador de la tragedia de Las Colinas, en Santa Tecla, comunidad que fue arrasada por el desprendimiento de tierra en la Cordillera El Bálsamo y dejó aproximadamente 600 personas fallecidas.
Mientras los recuerdos de estos terremotos devastadores permanecen en la memoria colectiva, el desafío continúa: aprender del pasado, construir con visión de futuro y prepararse para lo inevitable. Porque en esta tierra de volcanes y sismos, la única certeza es la necesidad de estar siempre alerta.
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