“La cantidad de dinero que gastaba y a qué destinaba era un montaje de pérdidas de locos", señala el actor en su autobiografía.
“Solo hay una cosa que es peor para una persona famosa que estar muerto, y es estar sin un centavo”. El autor de esta frase es Al Pacino, uno de los mejores actores que dio Hollywood en su historia, quien confesó en Sonny Boy, su libro de memorias que se publicó esta semana en español, que poco después de sus 70 años, por las maniobras ruines de su contador, perdió todo su dinero. “Tenía cincuenta millones de dólares, y luego me quedé sin nada”, asegura el protagonista de Scarface, que debió trabajar en películas que no lo convencían demasiado para recuperar su patrimonio.
Lo interesante también es que el intérprete menciona en este capítulo de su autobiografía cuál fue el rol que ocupó Lucila Polak, su novia argentina de entonces, durante el duro momento de la caída económica del actor.
“Estaba empezando a recibir advertencias de que mi contador de esa época, un tipo que tenía muchos clientes famosos, no era de fiar”. Así arranca el capítulo 12 de las memorias de Pacino, que se remonta al año 2011, cuando el actor, nacido en Nueva York en 1940, contaba con unos 71 años.
Las sospechas sobre la falta de honestidad que tenía el actor de El Padrino sobre su contable pronto se transformaron en una triste realidad. Fue cuando la estrella cinematográfica se sentó en su mansión de Beverly Hills a mirar sus libros de finanzas. Lo acompañaba uno de los subordinados de su contador, ya que este hacía mucho que no lo visitaba. “Mi contador corrupto no vino a verme en persona. Raramente lo hacía”, aclara el intérprete en sus memorias.
Entonces, en el repaso de sus propios números, el protagonista de Perfume de mujer notó una cosa extraña: en sus últimos tiempos no había trabajado demasiado. Es decir, no había ingresado mucho dinero. Y para colmo había hecho un oneroso viaje con “los niños, sus niñeras y dos personas más de Los Ángeles a Londres y Dinamarca y de vuelta a Los Ángeles en un fantástico Golfstream 550”.
Además de los gastos en ese avión privado, el actor había alquilado en sus vacaciones familiares toda una planta del hotel Dorcheter de Londres y luego, en Dinamarca, se habían alojado en Legoland, en un hotel donde todo estaba hecho de lego. “No has vivido nada hasta que no ves a la Mona Lisa hecha en Lego”, bromea Pacino en su libro. Y, por si quedaban dudas de los gastos que le insumió ese viaje en familia, el actor y director lo sintetizaba en una frase: “Hablo de tirar la casa por la ventana”.
Sin embargo, pese a este despilfarro mayúsculo, sus cuentas no habían decrecido. Todo lo contrario. “Ahora estaba de vuelta sentado en mi casa de Beverly Hills y me preguntaba: ¿Cómo había podido gastar tanto dinero, regresar y tener más dinero que cuando me fui? Pensé que era interesante”, relata el actor en sus memorias y cuenta que le comentó eso mismo al enviado de su contador: “Miré al chico y le dije: ‘Vaya, esto es fantástico’. Percibí una mirada en su rostro. Era una mirada que nunca olvidaré. Su ceja derecha se arqueó. Solo un poco”.
Fue en ese preciso momento, gracias a ese gesto sutil del joven asistente del contador, en que Al Pacino se dio cuenta de que algo andaba mal, que los números que estaba mirando podrían estar dibujados. “El tiempo se detuvo -escribió el actor al darse cuenta de su verdadera situación económica-. Estoy jodido. De esta no salgo”.
Convencido de que estaba “metido en un buen lío”, Pacino relata en su libro que fue a ver a un abogado en Los Ángeles que lo contactó con un contador neoyorquino que trabajaba para los Rockefeller: Shelby Goldgrab. “Vaya nombre para un contador”, bromea el actor, en referencia al apellido de su nuevo contable, que en inglés significaba algo así como “agarra oro”. El asunto es que este nuevo colaborador de Pacino pidió reunirse con el contador sospechado de hacer maniobras extrañas. Vale aclarar que, en el libro, el actor nunca menciona el nombre del contable que lo arruinó.
Lo primero que le dijo Goldgrab al intérprete, luego de reunirse con su antiguo contable fue: “Al, tenés que salir de ahí. No solo es un corrupto. Es un corrupto arrogante”. A continuación, el contador de los Rockefeller le soltó al intérprete una frase lapidaria: “Me caés bien. No quiero verte vendiendo lápices delante del Carnegie Hall”. Pacino comenzó a reírse ante la imagen que le había presentado su nuevo asesor económico, pero este le lanzó una mirada “Corleone”, según la descripción de Pacino y sentenció: “No estoy bromeando”.
A continuación, en Sonny Boy, Pacino hace una descarnada descripción de cuál era su situación económica a causa del mal proceder de su contador: “Estaba sin plata. Tenía cincuenta millones de dólares y luego me quedé sin nada. Tenía propiedades, pero no tenía dinero. En este negocio, cuando ganás diez millones por una película, no son diez millones. Porque después de los abogados, y los agentes, y el publicista y el gobierno, no son diez millones, son cuatro y medio en tu bolsillo. Pero vivís por encima de tus posibilidades, por vivir a todo tren. Y así es como lo perdés. Es muy extraña la forma en que ocurre. Cuanto más dinero ganás, menos tenés”.
“La cantidad de dinero que gastaba y a qué destinaba era un montaje de pérdidas de locos -continúa el actor en su libro-. La puerta estaba abierta de par en par y tenía gente que yo no conocía viviendo a mi costa. Aunque tenía dos coches, no sé por qué pagaba por dieciséis. Además, pagaba veintitrés teléfonos móviles que desconocía. El paisajista cobraba 400.000 dólares al año, eso sí, para cuidar una casa en la que ni vivía”.
Con respecto a la responsabilidad de su contador en todo este derroche, Pacino escribe: “No firmaba mis propios cheques, los firmaba él y yo lo dejaba hacer. Yo no miraba y él no me decía cuánto tenía o a donde iba el dinero y yo no controlaba quién recibía qué. Se trataba de: tengamos contento a este actor tonto, que vaya trabajando y nosotros recogeremos los frutos”. Para finalizar de contar los efectos del timo sufrido, el intérprete cuenta que, como el contador no estaba asegurado, tampoco pudo demandarlo para recuperar algo del dinero perdido.
“Fue el momento en que Shelby me dijo: ‘No te preocupes, Al. Salís ahí, ganás más dinero, y te comprás nuevos amigos’. Nunca olvidé esto”, dice Pacino en sus memorias.
La estrella de Serpico decidió reaccionar ante esta mala pasada que le había jugado el destino... y su contador. En su libro, relata: “Nunca me desesperé. Recuerdo que me decía: ‘Bueno, estoy vivo’”, y más adelante, añade: “Entré en una especie de modo de supervivencia que puedo soportar. He vivido una vida que me ha proporcionado la capacidad de sobrevivir ¿Y qué hacés? Me puse a trabajar”.
Luego de advertir que, pasados sus 70 años, ya no obtendría las grandes pagas a las que estaba acostumbrado por sus protagónicos, el actor aseguró que “haría cualquier trabajo que estuviera disponible”. Así comenzó el camino de su ajuste y recuperación económica.
“Tuve que cambiar mi presupuesto. Tenía dos casas y vendí una de ellas. Nunca había hecho anuncios publicitarios antes, pero terminé haciendo un anuncio de café que dirigió Barry Levinson. Fuimos a Australia y allí se emitió varias veces y consiguió mucho dinero”.
Mientras trabajaba en ese aviso publicitario de café, Pacino se enteró qué había sido de la vida de la persona que lo había estafado: “Descubrí que habían arrestado a mi contador y le habían imputado un esquema de Ponzi. Lo condenaron a siete años y medio de prisión”. En ese momento del libro es que el actor confiesa que prefirió mantener el silencio respecto a su pobre situación, porque “solo hay una cosa peor para una persona famosa que estar muerto, es estar sin un centavo”.
También, en el capítulo en que cuenta cómo fue su caída en desgracia económica y su recuperación, el protagonista de Tarde de perros menciona la manera en que se comportó en ese momento Lucila Polak, su novia. La mujer, nacida y criada en la ciudad de Buenos Aires y la estrella consagrada de Hollywood habían comenzado su relación en el año 2007, cuando ella contaba con 31 años y él, con 67 y estuvieron en pareja durante más de una década.
Es así que a Lucila le tocó acompañar a Pacino en el momento en que el célebre intérprete pasó de tener 50 millones de dólares a cero. Y, con una breve mención, el autor de Sonny Boy destaca y reconoce la actitud de su ex porteña en esa difícil situación. “Mi novia de esa época, Lucila, fue muy comprensiva”, escribió.
A continuación, el capítulo de las memorias de esta celebridad del espectáculo comienza con una enumeración de trabajos que fue realizando para reponer la fortuna perdida. Entre ellos, destaca su renovada pasión por dar seminarios de actuación a la gente, algo que antes hacía de manera gratuita y que, en ese momento de vacas flacas, decidió empezar a cobrar. “Los seminarios me pagaban bien -confiesa-. Si hacía uno al mes, podía sobrevivir todo el mes. Era una manera de ganarme la vida”.
Y llegó el turno de hacer películas “por dinero”, algo que él antes no hacía. Por supuesto que cobraba, pero el dinero no era su prioridad. Él mismo lo explica en otras líneas de sus memorias: “Como solía decir Bette Davis: ‘si el guión es bueno y el director es bueno, no tendrían que pagarte’. ¿Y saben qué¡? Tenía razón. Nunca me metí en la interpretación por dinero. Excepto cuando me quedé sin dinero. Entonces sí. Ya saben que soy un hombre que tiene más nominaciones al Golden Raspberry (el premio a los peores) que Oscar”.
“Jack y Jill fue la primera película que hice después de perder mi dinero. A decir verdad, la hice porque no tenía otra cosa. Adam Sandler me quería a mí y me pagaron mucho por ella”, confiesa Pacino en su libro, con respecto a la comedia en la que participó, del año 2011, que dirigió Dennis Dugan y en la que Sandler hace el doble papel de un joven y de su hermana gemela. Sin embargo, más allá de que su trabajo allí fue solo por interés monetario y las críticas no fueron muy amables con el film, Pacino rescató algo de su experiencia: “Me encantó Adam. Fue fantástico trabajar con él y se ha convertido en un gran amigo”.
Después llegó el turno de la película Tres tipos duros (2012), de Fisher Stevens, donde Al Pacino comparte cartel con otros dos grandes de la actuación como Christopher Walken y Alan Arkin. Luego trabajaría en La sombra del actor (2014), dirigida por Barry Levinson, quien lo había dirigido en Rain Man en 1988 y en el comercial de café cuando la economía se puso áspera.
Más adelante llegaron Manglehorn (2014), con el ascendente director David Gordon Green, para lo cual el actor se mudó por un tiempo a Texas y Directo al corazón (2015), una comedia musical dirigida por Dan Fogelman con grandes coprotagonistas como Anette Benning, Christopher Plummer, Jennifer Garner y Bobby Carnevale.
Pero de todos estos filmes Pacino guarda buenos recuerdos. De otros de ese período, no tanto. Como él mismo lo cuenta: “También acabé haciendo algunas películas realmente malas, que no mencionaré, solo por el dinero, cuando mis fondos bajaron demasiado y sabía que eran malas, pero me convencí de que podía conseguir de algún modo que no lo fueran tanto”.
En otro capítulo de su libro, el actor reflexiona acerca de la experiencia que vivió de perderlo todo: “Ahora tengo que pensar muy seriamente en mi patrimonio. Esto significa que necesito el asesoramiento de personas que son más inteligentes que yo, lo que tengo y lo que quiero dejar a mis hijos. Nadie nunca me ha dejado nada en la vida. Nunca hubo un testamento. Tampoco hubo una cuenta bancaria. Estas cosas no existían en mi familia”.
Al Pacino Sonny Boy, el libro de memorias del gran actor repasa, además de este mal momento económico, la vida del intérprete de Carlito’s Way, desde su infancia en el Bronx neoyorquino hasta su actualidad, pasando por los momentos de luces y sombras de su carrera, las mujeres de su vida, sus cuatro hijos y su supervivencia al Covid-19. Todo con el genuino relato en primera persona del propio Pacino que hoy cuenta con 84 años. El libro, de editorial Planeta, puede conseguirse en su versión e-book en la Argentina a partir de este miércoles.
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