Loading...

Andrew Cunanan, el asesino que cenaba en palacios y desayunaba en tabernas

El hombre que mató a Gianni Versace era un joven con delirios de grandeza, obsesionado con el dinero y dispuesto a matar para conseguirlo.

Enlace copiado
Andrew Cunanan, el asesino que cenaba en palacios y desayunaba en tabernas

Andrew Cunanan, el asesino que cenaba en palacios y desayunaba en tabernas

Enlace copiado

Nada es suficiente para quien todo es poco. Desde niño, estaba predestinado a la grandeza y al lujo, así lo decía La Biblia, el libro que su madre le leía junto a su cama, todas las noches.

De los cuatro niños de Maryanne Schilacci –de origen italiano– y Modesto Cunanan –mitad filipino–, él, Andrew, fue el ojito derecho de su madre, porque la abnegada mujer creía que su hijito era un pan de Dios.

Ni ella, ni nadie, imaginó que tras esa dulzura de jovencito, reptaba un gusano de odio en las entrañas; sería uno de los diez fugitivos más buscados por el FBI y mataría a cinco hombres, entre ellos al célebre modisto Gianni Versace.

La niñez de Andrew fue idílica, salvo por dos detalles. Cuando nació en California, el 31 de agosto de 1969, su padre estaba al otro lado del mar, en Vietnam, de servicio con las tropas estadounidenses.

El otro sobresalto ocurrió el día que Modesto salió disparado hacia Filipinas; escapaba de la Policía por malversar los fondos de la empresa de valores donde trabajaba tras su retiro de la milicia.

Fuera de esas nimiedades, Andrew gastaba el día leyendo y memorizando pasajes de las Sagradas Escrituras, alentado por su mami quien le inculcó que él era un elegido, una criatura superior al resto de los viles mortales.

Él estudió en la prestigiosa Bishops School y, más tarde, en la Universidad de San Diego. Sus amigos lo recordaban como un narcisista con aires principescos, y obsesionado con ser parte de la élite social californiana.

Su gran capacidad intelectual, combinada con una pasmosa facilidad para mentir y manipular a quienes le rodeaban, detonaron los siniestros impulsos que marcaron el rumbo de su vida.

En sus delirios aseguraba que era el hijo de un millonario israelí, o el primogénito de un aristócrata residente en la Quinta Avenida de Nueva York, además de llevar una vida de lujo y esplendor.

Como no tuvo la existencia que soñaba, por sus humildes orígenes, debió fabricársela con lo único que tenía a mano: su cuerpo.

Cuando le contó a su madre que era homosexual, la noticia desencadenó el apocalipsis familiar; las palabras subieron de tono y Andrew lanzó a su mamá contra la pared y le dislocó el hombro.

Después de graduarse con una especialidad en historia de los Estados Unidos, dejó la universidad; comenzó a frecuentar bares y discotecas de homosexuales, vendiéndose a hombres mayores y adinerados.

El descenso a los infiernos siguió con el consumo y la venta de drogas, como la cocaína y el “cristal”. Sus vanos intentos por entrar en el cerrado mundo de los gays millonarios, lo envolvieron en una espiral de locura, sangre y violencia.

Versace fue asesinado fuera de su casa en Miami, a sus 50 años. Foto: Archivo

Frenesí criminal

El estado mental de Andrew colapsó a los 26 años después de que su amante, Norman Blachford –editor del programa America´s Most Wanted–, lo abandonara por mentiroso y promiscuo.

Resulta que el millonario le pasaba una pensión mensual de $2.500 y un día le presentó a su amigo, el arquitecto David Matchen; los dos quedaron locamente enamorados y montaron una carambola a dos bandas: la económica y la romántica.

Al cabo de una tórridas vacaciones se destapó el idilio y Norman lo echó de la casa. Perdió la cabeza por la desesperación; padecía alucinaciones y huyó de San Diego a Minesota, pero dejó un rastro de $40.000 en deudas.

Ahí comenzó una maratón de asesinatos, que se detendría el 15 de julio de 1997, hace 25 años, con el crimen de Versace en Florida.

Mientras tanto, sin saber nada de la ruptura entre la pareja, el arquitecto regresó a Mineápolis, a los brazos de una de sus primeras conquistas, Jeffrey Trail, un exmarine dedicado a la venta de gas propano.

Cunanan viajó hasta esa ciudad para renovar el romance con David; este lo esperó en el aeropuerto y los dos se fueron a la casa de Jeffrey, otro viejo amorío de Andrew, a quien conoció a los 21 años en la Ópera de California.

Días después, Andrew regresó a hurtadillas a la casa del exmilitar para robarle una pistola. Sacó las llaves debajo del felpudo, sorprendió a Jeffrey en paños menores, lo mató a martillazos y envolvió el cadáver en una alfombra persa.

Cuando David regresó de pasear a su mascota y vio el desaguisado, sostuvo una discusión con Andrew, quien lo dominó a golpes y le voló los sesos de un balazo.

El doble homicidio apenas lo despeinó y abandonó la casa. No obstante, dejó una una maleta con sus datos personales y la Policía comenzó a rastrearlo.

La cacería humana solo lo motivó a seguir su racha sangrienta. El 4 de mayo de 1997, el magnate inmobiliario Lee Miglin, de 72 años, contrató sus servicios sexuales. Cunanan lo golpeó, lo forró en cinta adhesiva y lo torturó durante dos días.

Cansado del juego lo atravesó 20 veces con un destornillador, lo degolló y mutiló con una sierra eléctrica.

Se estima que Cunanan asesinó a cuatro hombres previo al trágico desenlace que le dio a Gianni Versace. Foto: Archivo

Antes de marcharse, Cunanan impregnó con sus huellas y su ADN toda la casa. Se bañó con el cadáver, se rasuró, preparó el desayuno y huyó en el carro Lexus de su víctima. Esta fue su perdición porque el auto tenía un localizador.

Andrew tenía a cientos de gendarmes detrás de la nuca, cargaba tres muertos en el saco y su foto estaba en todas las redes sociales.

Nada de eso lo amilanó y el 9 de mayo –en Nueva Jersey–, Cunanan mató a William Reese, de 45 años y guarda del cementerio nacional Finn’s Point. Robó su Chevrolet rojo y llegó a la zona gay de South Beach, en Miami.

En menos de un mes, rompió las marcas de los asesinos seriales estadounidenses. Sin razón aparente, aunque los conspiradores inventan una nueva cada nada, el 15 de julio esperó al diseñador Versace y le disparó dos veces en la nuca.

Unos dicen que fue una venganza de la mafia calabresa porque Gianni les debía mucho dinero; otros que Andrew estaba infectado de VIH y decidió acabar con sus amantes. Todas son puras conjeturas sin fundamento.

Según la periodista de Vanity Fair, Maureen Orth, Cunanan y Versace se habían visto hacía siete años; si bien Andrew era un mentiroso contumaz, politoxicómano y con delirios de grandeza.

Mientras el mundo lloraba la muerte del diseñador, el asesino estuvo oculto ocho días. Por todas las calles había fotos con el rostro de Andrew y advertencias: “armado”, “muy peligroso”, “usa anteojos graduados”, “maestro del disfraz”.

Todo acabó el 23 de julio de 1997. Acosado como una fiera, se refugió en una casa flotante en Miami. Tomó la pistola con que mató a Versace y se destapó el cielo de la boca.

Tres vistazos

Vidas cruzadas. La revista Time y Vanity Fair coinciden en que Andrew Cunanan y Gianni Versace tuvieron alguna conexión, ya fuera en alguna fiesta o bien porque sostuvieron algún contacto más íntimo.

Delirios de grandeza. El FBI consideró que Andrew Cunanan era un asesino en serie, con un elevado coeficiente intelectual y muy peligroso; añoraba una vida de lujos y por un tiempo se la pagó alquilándose a hombres viejos y ricos.

Crimen pasional. Así definió la policía el homicidio de Versace en un informe de 700 páginas, 13 vídeos, 17 cintas de audio y decenas de fotografías.

Tags:

Lee también

Comentarios

Newsletter
X

Suscríbete a nuestros boletines y actualiza tus preferencias

Mensaje de response para boletines