La llegada de migrantes de América Latina a la frontera sur del país es uno de los temas más candentes de la campaña presidencial y lo que hace que tanto Kamala Harris como Donald Trump deban mirar a la región.
América Latina no ha sido una prioridad para los candidatos a las elecciones de Estados Unidos, Kamala Harris y Donald Trump.
Pero esta región presenta desafíos que deberá enfrentar quien gane este martes 5 de noviembre: desde cómo responder al nuevo mandato de Nicolás Maduro en Venezuela hasta cómo frenar el flujo de migrantes y la creciente influencia de China cerca de las fronteras estadounidenses.
Y precisamente la llegada de migrantes de América Latina a la frontera sur ha sido uno de los grandes temas de la campaña.
Trump, como hizo cuando ganó en 2016, situó la migración como cuestión prioritaria de su campaña electoral y argumento para criticar al actual gobierno demócrata y para acusar a la vicepresidenta de Harris de “incompetencia”.
El candidato republicano ha prometido una deportación masiva de migrantes indocumentados nada más asumir la presidencia, lo que tendría consecuencias humanitarias y económicas para el país. Los desafíos legales y logísticos, sin embargo, ponen en duda su viabilidad.
Según exfuncionarios del primer mandato de Trump, el plan no es solo detener y deportar, sino generar un clima de miedo aplicando la ley de forma indiscriminada e imprevisible para que los inmigrantes dejen de ir a sitios públicos, sus hijos teman asistir a los colegios y, por último, decidan marcharse.
Trump promete cerrar la frontera y ha vinculado la llegada de migrantes a la criminalidad, al aumento del precio de la vivienda en algunas partes del país, a la entrada de fentanilo, droga que hace estragos, y a la pérdida y deterioro de empleos para los estadounidenses, ideas que le fueron útiles para conquistar votantes hace ocho años.
Una de las frases de la campaña fue la acusación infundada en el debate con Harris de que los haitianos se comen a las mascotas en una ciudad de Ohio donde se han asentado muchos migrantes.
Los republicanos acusan al gobierno de Joe Biden y Harris de haber facilitado el ingreso de migrantes. El número de encuentros en la frontera creció significativamente con Biden, que en los últimos meses, sin embargo, recuperó políticas duras similares a las de Trump para reducir los números.
Entre diciembre de 2023 y 2024 la cifra de inmigrantes indocumentados detenidos por la patrulla fronteriza cayó en un 77% como resultado de medidas más estrictas tomadas por el gobierno mexicano y otros de la región para impedir el paso hacia EE UU. y de las restricciones del gobierno de Biden para permitir la entrada.
Trump llama a la vicepresidenta Harris “zar de la frontera” dado que Biden le dio la tarea de atajar las causas de la migración en los países de Centroamérica. Harris lideró un plan de inversiones de US$5.000 millones para promover el desarrollo en la región, pero su misión nunca fue ocuparse de la frontera con México.
Trump considera suspender el programa de refugiados y restablecer el programa de “permanecer en México”, que exige que los solicitantes de asilo esperen en ese país mientras se gestionan sus casos. En paralelo, desviaría a posibles solicitantes de asilo a terceros países dispuestos a aceptarlos.
La propuesta de la candidata demócrata, que rechaza las deportaciones masivas, es que será muy firme con el objetivo de crear una “frontera segura” y lo respalda en su experiencia de fiscal en causas contra el crimen organizado y en el apoyo que dio a un proyecto de ley de seguridad fronteriza al que se sumaron también legisladores republicanos.
Finalmente ese proyecto fue bloqueado por Trump para no darle un éxito a Biden cerca de las elecciones.
El número de personas de la región que quieren emigrar hacia EE. UU. aumentó en la última década. Según el Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Refugiados (UNHCR) en la región “hubo 23 millones de personas desplazadas por la fuerza en 2023, un aumento de un millón y medio con respecto a 2022, impulsado por situaciones de desplazamiento en Colombia, Venezuela, Haití, el norte de Centroamérica, México y Nicaragua”.
La migración es clave en Estados Unidos no sólo porque el 88% de los votantes registrados consideran que el reforzamiento de la frontera es un tema prioritario y que Trump lo puede manejar mejor que Harris, sino porque el voto latino, tradicionalmente demócrata, se empezó a inclinar poco a poco desde la presidencia de Barack Obama hacia los republicanos. Esto puede definir los resultados electorales: 36 millones de latinos pueden votar este año.
Todo esto hace que la crisis política de Venezuela, la económica de Cuba y la de seguridad de Haití y Ecuador, entre otras, vayan a estar en la agenda de Trump o Harris más allá de las decisiones internas de admisión de migrantes.
Y para todo ello la relación con México será clave. Trump, que se entendió bien con Andrés Manuel López Obrador en su primer mandato, ahora lo debería hacer con la sucesora de este, Claudia Sheinbaum.
El candidato ha vuelto a decir que estaría dispuesto a bombardear a grupos narcos en territorio mexicano y que quiere renegociar el tratado de libre comercio con México porque cree que perjudica los intereses estadounidenses, discurso que resuena en los votantes de estados clave como Michigan, Wisconsin y Pensilvania.
“Nos vamos a poner de acuerdo. Están en campaña, obviamente también hay mayores estridencias en uno u otro sentido, pero ellos saben y nosotros sabemos que es indispensable el acuerdo en el marco de nuestra soberanía”, dijo Sheinbaum, conciliadora y defensora del actual acuerdo comercial.
Si gana Harris, los dos países vecinos estarán liderados por mujeres. La vicepresidenta destacó que como fiscal general de California ya trabajó con sus pares mexicanos en temas como el tráfico de armas, drogas y personas por parte de los carteles.
Otra cuestión compleja para el próximo presidente o presidenta será qué hacer ante el gobierno de Nicolás Maduro en Venezuela, que se espera que asuma un nuevo mandato el 10 de enero, diez días antes que Harris o Trump, a pesar de que muchos países, incluido Estados Unidos, no reconocen su supuesta victoria en las elecciones del 28 de julio.
Durante su primer mandato, Trump amenazó con intervenir militarmente en Venezuela, impuso sanciones y reconoció al gobierno en el exilio del opositor Juan Guaidó. El gobierno de Biden rebajó la tensión y levantó una serie de sanciones para que Venezuela pudiese exportar petróleo.
Pero ante lo sucedido en las elecciones, en las que la oposición publicó las actas que demostraban el triunfo del rival de Maduro, Edmundo González, Washington volvió a impulsar restricciones a la movilidad internacional de miembros del gobierno, y delegó en Brasil y Colombia que negociaran, infructuosamente, una transición entre Maduro y la oposición.
Es de esperar que si gana Harris, no reconozca a Maduro e imponga sanciones. Pero estas provocarían más presión migratoria y críticas de los republicanos. Según recientes encuestas de opinión hasta cuatro millones de venezolanos consideran abandonar el país si Maduro continúa en el poder.
También podría mantener cierta presión sin tomar esas medidas. Pero esto generaría críticas republicanas por debilidad y complicidad con Maduro.
“No vamos a usar las Fuerzas Armadas allí", descartó la vicepresidenta en una reciente entrevista con Telemundo al ser preguntada sobre Venezuela.
"Pero déjenme ser muy clara también: debemos mantenernos firmes como Estados Unidos y respetar la voluntad del pueblo en esas elecciones. Y he sido muy clara al respecto en relación con las elecciones que tuvieron lugar en Venezuela. La voluntad del pueblo debe ser respetada. Por eso es que también hemos emitido sanciones".
¿Y qué haría Trump? Poco ha dicho sobre Maduro en los últimos tiempos. Sólo se ha referido, sin base, al vaciamiento de cárceles en el país para que supuestos criminales lleguen a Estados Unidos.
La relación futura de la Casa Blanca con Maduro dependerá, afirma Juan Gabriel Tokatlian, de la Universidad Torcuato di Tella, Argentina, de la retórica del gobierno de Caracas y de los mayores o menores vínculos que mantenga con China y Rusia.
Más allá de lo concreto, Trump y Harris ofrecen una forma opuesta de enfrentarse a los temas que preocupan a América Latina, por lo que la relación con los líderes de la región será muy diferente.
El Partido Demócrata, considera Maureen Meyer, vicepresidenta de la ONG Washington Office on Latin America (WOLA), “tiene interés en seguir apoyando a programas para fortalecer el estado de derecho y los derechos humanos en América Latina, el proceso de paz en Colombia, y una respuesta regional a la migración y la crisis climática”.
"Los republicanos, en cambio, desconfían, por ejemplo, del pasado izquierdista del presidente Gustavo Petro en Colombia, no se interesan por los programas sobre derechos humanos ni la crisis climática, y quieren frenar el apoyo a organizaciones que educan sobre derechos reproductivos, el acceso al aborto, y fondos de apoyo a igualdad de género, diversidad racial, e identidades LGBTQI”, dice Meyer.
Estas cuestiones son temas de las “guerras culturales” propias de políticas domésticas, pero han pasado a ser parte de la política exterior.
Durante la presidencia de Jair Bolsonaro en Brasil (2019-2022), el expresidente Trump y su círculo más estrecho establecieron fuertes vínculos con él.
Tanto se acercaron que en enero 2023, cuando tuvo que entregar el poder a Luiz Inacio Lula da Silva, sus partidarios trataron de repetir en Brasilia la toma de edificios gubernamentales al estilo del asalto al Congreso de los seguidores de Trump en enero de 2021.
Bolsonaro es uno de los “hombres fuertes” que corteja el trumpismo, como también lo es el presidente de Argentina, Javier Milei, que libra batallas contra la izquierda..
En junio de 2024 una delegación de ultraconservadores de EE. UU., con un hijo de Trump a la cabeza, asistió a la ceremonia de investidura del segundo mandato de Nayib Bukele.
Pese a las acusaciones de violaciones de los derechos humanos por las políticas de “mano dura” de su gobierno en el combate contra el crimen, en mayo el secretario de Seguridad Nacional de Estados Unidos, Alejandro Mayorkas, viajó a El Salvador.
Ambas partes celebraron allí la “asociación estrecha y continuada entre nuestros países para reducir la circulación migratoria irregular”.
La mejora en las cifras de crimen en El Salvador ha reducido el número de migrantes que buscan salir del país y llegar a Estados Unidos, algo que ha reconocido el gobierno de Biden.
En las últimas cuatro décadas América Latina no ha sido una prioridad para la política exterior de EE. UU. Ocupado con la caída de la Unión Soviética, Oriente Medio y China, Washington descuidó a esta región y China lo desplazó como primer socio comercial.
“El punto central ahora va a ser, para republicanos y demócratas, la relación con China, y su proyección en la región”, afirma el profesor Tokatlian.
“La cooperación entre China y los países latinoamericanos se centra en la economía y el comercio”, explica Xulio Ríos, del Observatorio de la Política China (España).
La región “es rica en recursos y China ve ahí una zona clave para el desarrollo de sus relaciones exteriores”.
“Igualmente, para buena parte de los países latinoamericanos, China es un socio comercial de primer nivel que invierte activamente en varios sectores de la industria latinoamericana. El desarrollo de lazos militares complementa su amplia estrategia”.
Tanto Trump como Harris tienen fuertes coincidencias acerca de la competencia económica, comercial y tecnológica con China.
Como Trump, Biden impuso una dura política de aranceles a los productos chinos y eso tuvo un impacto económico en un país como México, que se benefició de lo que se conoce como nearshoring, la instalación de fábricas extranjeras cerca de la frontera de Estados Unidos para aprovechar ventajas geográficas y comerciales de la relación entre los dos vecinos.
La competencia con China es el pilar fundamental del intento, tanto de republicanos como de demócratas, de volver a tener el peso hegemónico que EE. UU ostentó en el pasado y de imponer políticas a otros estados.
Para Tokatlian “hay matices sobre temas importantes entre los dos partidos” que, sin embargo, se pierden cuando se agudiza la polarización.
“La calidad de la democracia importaría poco y pasaría a segundo plano si se trata de contar con aliados. Por ejemplo, Milei es uno de ellos contra Pekín. Como en la Guerra Fría, se priorizará la confrontación geopolítica”.
“El nuevo gobierno no dedicará mucha atención a la región debido a los conflictos activos en Europa y Oriente Medio”, dice Adam Isacson, experto en seguridad de WOLA.
“Cuando hay menos atención, disminuye la coordinación entre agencias, y las que tienen responsabilidades directas en seguridad -especialmente el Comando Sur- tendrán más autonomía (aunque no más presupuesto) para sus prioridades”.
Respecto a la seguridad, algunos republicanos, explica Isacson, quieren utilizar en México la fuerza militar (ataques con aviones no tripulados, incursiones de las Fuerzas Especiales) para atacar a los líderes de los cárteles o los laboratorios de drogas sin permiso del gobierno local.
Para Sergio Aguayo, investigador senior del Colegio de México, su país y EE. UU. “comparten la necesidad de recuperar el control sobre su frontera sur”.
“Para lograrlo, cualquiera de los dos candidatos exigirá la colaboración del gobierno mexicano. Pero el gobierno mexicano tiene cartas que jugar y veremos cómo las usa. En el corto y mediano plazo, la mejor apuesta mexicana sería empujar seriamente en favor de un tratado bilateral de seguridad con EE. UU., partiendo de la tesis de la responsabilidad compartida y del reacomodo del poder mundial”.
Pero ninguno de los dos candidatos plantea un tratado de esa envergadura ni una agenda estratégica con América Latina.
Los temas de la agenda, indica Monica Hirst, del Instituto de Estudos Sociais e Políticos de la Universidad del Estado de Río de Janeiro, se abordan según “cómo afectan la vida cotidiana de los estadounidenses”.
“Para los líderes republicanos hay una relación de causa y efecto entre migrantes latinos y la inseguridad pública en EE.UU. Pero no se consideran temas de política exterior que requieran la formulación de una agenda latinoamericana en sentido estricto”.
* Mariano Aguirre es investigador asociado de Chatham House y asesor de la Red Latinoamericana de Seguridad de la Fundación Friedrich Ebert.
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