Este síndrome de Peter Pan se caracteriza por ciertas dificultades sociales y psicológicas. Mientras estas personas crecen, su percepción interna de sí mismos permanece en la infancia, con características narcisistas.
En las organizaciones, los empleados con estos rasgos de personalidad no aceptan su infantilismo y suelen negarse a modificar sus conductas. Normalmente, no tienen el deseo de abandonar el mundo de la infancia, ni una consciencia del fracaso en la aproximación al mundo adulto.
Ocupacionalmente, a estas personas se les dificulta aceptar las normas y la necesidad de tomar responsabilidades o forjar vínculos maduros con los demás. Suelen, incluso, tener crisis depresivas, angustia y ansiedad. El paso de los años no parece ser advertido por ellos, y cuando en ciertas circunstancias no logran tener una sensación de seguridad, se provoca en ellos un sentimiento de vacío.
Suelen tener cierta nostalgia por la etapa infantil, lo que afecta su autoestima. Poseen rasgos de rebeldía, cólera, irresponsabilidad, dependencia y no aceptación del envejecimiento, manipulación y tendencia a trascender las normas y leyes de la organización. Se les suele dificultar la empatía y les cuesta abrirse al mundo de los adultos.
Este rasgo no debe confundirse con algún comportamiento eventual de jugar “a ser niños”, lo cual es sano y funcional en grados moderados.
Sin embargo, cuando este tipo de comportamiento se muestra enfermizo y afecta seriamente el desempeño del trabajador y de los equipos, es necesario que a la persona se le realice una evaluación personal y se le brinde el acompañamiento y el apoyo profesional necesarios para que comience a enfrentar la vida y el trabajo de forma más sana y equilibrada.
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