Todos sabemos que la vista es un don privilegiado que Dios nos ha dado, y lo menos que podemos hacer es cuidar nuestros ojos. Así que ese día decidí salir a comprar unos buenos lentes graduados.
De entrada, fui recibido como un príncipe; una joven llamada María Conchita me recibió casi con honores, trompetas y redoblantes. Me sentí muy halagado, ¿y quién no?, pues todos deseamos ser atendidos de manera cálida y amigable. Después de saludarme, María me preguntó en qué podía servirme.
Cuando uno como cliente se siente de esa manera, se relaja, puede ser usted mismo y es más fácil expresarle al vendedor que le atiende lo que realmente anda buscando.
Estamos en una nueva era, donde la moda prevalece en todo lo que vestimos y cargamos puesto, donde comprar lentes también se vuelve algo tan importante, porque además de querer tener un par de gafas prescritas que te corrijan la presbicia, quieres además verte bien, andar a la moda y sentirte cómodo.
Pienso que María Conchita entendió lo que yo deseaba en ese momento, puesto que llamó al optometrista responsable de la salud visual de los clientes de la tienda. Se trataba de don Jorge, un especialista con 40 años de experiencia.
Cuando hablamos de sus ojos, usted quiere estar en manos de alguien que sabe lo que hace, porque desea sentirse confiado y seguro de que el diagnóstico inicial de su vista es el correcto. Quiero que sepa que esas dudas se fueron disipando en mí, mientras escuchaba hablar al optometrista. Y vaya que fue una experiencia extraordinaria la de aquel día, la que viví desde ese instante en que don Jorge me sentó en un sillón de los que parecen sacados de la cabina de un astronauta.
En ese momento yo sabía que había llegado al lugar correcto. Ellos no solo me vendieron un par de gafas de marca; ellos, María Conchita y Jorge, crearon una experiencia inolvidable para mí como cliente. Eso no tiene precio.
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