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La primera dama que rompió el molde: luchó contra los nazis, tuvo agenda propia y despidió a su marido junto a la amante

El pasado 29 de octubre Danielle Mitterrand hubiese cumplido 100 años. 

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No soy una mujer florero”, avisó el día que su marido asumió como presidente de Francia y ella estrenaba su detestado rol de “primera dama”. Danielle Miterrand avisó y cumplió, porque si había algo que no era, claramente no era una mujer florero.

Nacida hace exactamente 100 años, fue una mujer que se salió del molde. Luchó en la Resistencia contra los nazis, fue toda su vida contestataria, cabeza dura, tercermundista y defensora de causas humanitarias.

Durante la presidencia de François Mitterrand ejerció una suerte de diplomacia paralela (a veces hasta opuesta a la de su marido), tenía una agenda propia y detestaba la pompa y el glamour del Palacio del Elíseo. No sólo eso sino que escandalizó a la Francia conservadora de los 60 con su matrimonio abierto: Mitterrand tuvo una familia paralela durante años y ella también tuvo lo suyo.

En el funeral del presidente, apareció a la vista de todo el mundo junto a la amante de Mitterrand y ambas presentaron públicamente a su hija ilegítima. Nada de mujer florero para Danielle.

Amor en la Resistencia

Danielle Émilienne Isabelle Gouze nació el 29 de octubre de 1924 en Verdún, Francia, hija de Antoine Gouze y Renée Flachot, maestros socialistas que durante la Segunda Guerra Mundial protegieron a víctimas de la persecución de la Gestapo.

Su padre, que era director de una escuela en Villefranche-sur-Saône, fue destituido por el gobierno colaboracionista nazi de Vichy, por negarse a denunciar a sus alumnos judíos.

Toda la familia se refugió entonces en una casa que tenían en Cluny, donde sus padres siguieron dando clases particulares. “Yo tenía 16 años y tuve que romper con la vida despreocupada y medir mi capacidad de rebelión ante la injusticia que padecían esos niños y la que sufrió mi padre”, escribió Danielle en una nota en Le Monde en 1986.

No había cumplido los 17 cuando comenzó a militar en la Resistencia como enfermera y participó de otras acciones junto a sus padres, quienes alojaron a miembros de la lucha clandestina en la casa de Cluny. Danielle será una de las muchachas más jóvenes en ser condecorada por su labor en la Resistencia.

En una tarde de abril de 1944 conoció al “capitán Morland”, nombre de guerra de François Mitterrand, quien también combatía contra los nazis y era buscado por la Gestapo. “Tengo un novio para vos”, le había avisado su hermana Madeleine y los presentó en una brasserie de París.

Él era un joven brillante y muy seductor; ella era, según le escribió François a un amigo, “una muchacha menuda, hermosa y con unos admirables ojos de gata que permanecen fijos en un más allá cuyos límites y accidentes ignoro”.

Se casaron el 28 de octubre de 1944 en el ayuntamiento del VI distrito de París y luego en la iglesia de Saint-Séverin. Cuando estaban a punto de cortar la torta de bodas, él le avisó que se tenía que ir volando a una reunión política del Movimiento de Detenidos y Deportados.

Danielle recuerda la escena en su libro de memorias, En toutes libertés: “El día de mí boda, colgada del brazo de François, estaba segura de ocupar todos sus pensamientos. Cuando finalizaba el banquete, rodeada de toda su familia, sus hermanos y hermanas, de la mía y de nuestros amigos, descubro a mi primera y principal rival: la política.

Aún no habíamos cortado el pastel de bodas y ya veo impaciente a François, que le pide la hora a su vecina y me susurra al oído: ‘Tengo que irme, me esperan en Matignon los responsables del movimiento de prisioneros’. Le dije ‘¿justo hoy, el día de nuestro casamiento...? Bueno, voy contigo’”.

Y se fueron juntos. Ella, ya convertida en Danielle Mitterand, con 20 años y su vestido de novia puesto, pasó su noche de bodas en un salón apestado de humo de cigarrillo, rodeada de militantes políticos. Y así sería toda su vida.

Una mujer libre

Su primer hijo, Gilbert, nació en 1949, y tres años después nació Jean Christophe. Danielle tenía 24 años y François, también muy joven, ya había sido diputado y ministro.

En 1981, cuando François Mitterrand fue elegido presidente de Francia, Danielle se convirtió en “primera dama”, un título que odiaba y que la llevó a declarar ese asunto de la mujer florero y a rehuir hasta donde fuera posible la pompa, los lujos y el glamour de la alta costura inherentes a su puesto. Esto fue así durante los catorce años que duró el mandato presidencial.

François y Danielle firmaron una especie de pacto, según el cual él se dedicaría a la política real y ella seguiría defendiendo las mismas causas por las que luchó toda la vida, algunas muy poco “correctas” para el Elíseo, como la causa cubana o la tibetana.

En cuanto al glamour de la alta costura, y en oposición a sus predecesoras en el cargo de primera dama, a Danielle Mitterrand se la recuerda con una imagen austera, muchas veces con un clásico suéter negro con cuello alto, o combinado con algún colorado, y siempre llevando un sencillo colgante de oro con un árbol con ramas de roble y olivo.

Se autoproclamaba una “mujer libre” y fue una verdadera pesadilla para los servicios de política exterior francesa. De hecho, los criticaba sin ningún pudor igual que a las políticas de inmigración del Gobierno. François se irritaba con ella con frecuencia pero nunca la desautorizó públicamente.

En 1986, Danielle Mitterrand creó la fundación France-Libertés, desde la que trabajó a favor de los derechos humanos y el respeto de la libertad, participó activamente en distintos foros tercermundistas y apoyó las luchas de cubanos y zapatistas, y de los pueblos kurdo y tibetano, entre otros.

En 1992 fue víctima de un atentado con un coche bomba en el Kurdistán iraquí que mató a siete integrantes de su comitiva y del que se salvó de milagro. Luego declaró: “Continuaré con mi acción hasta la muerte”.

Danielle fue además autora de varios libros, algunos verdaderos bestseller, entre ellos el ya mencionado En toutes libertés (1996) y Le livre de ma mémoire (2007).

Matrimonio abierto

Esa libertad con la que Danielle vivió su vida terminó instalándose también en su matrimonio. Después de haber tenido incontables amoríos, el presidente francés fijó una nueva rutina que se mantuvo durante más de 30 años: todos los días almorzaba con su esposa pero dormía con su amante: Anne Pingeot. François y Danielle Mitterrand establecieron así un matrimonio “abierto”, más que escandaloso para la Francia conservadora de los años 60.

Un tiempo antes, cuando se dio cuenta de que las conquistas amorosas de su esposo crecían al mismo tiempo que su poder, Danielle le habló de divorcio pero él se negó.

Le propuso, en cambio, que cada uno hiciera su vida pero que se preservaran públicamente como pareja. Ella aceptó: “Me enteré de que mi marido brilla como seductor de jovencitas –cuenta en En toutes libertés-. Molesta, aunque no me afecta especialmente… Nuestra vida en común ha tomado otro sentido, sólidamente anclada en la familia. Cuando uno se siente profundamente unido al otro y desea permanecer juntos, vivir amores separados no es inconcebible”.

Para la época en que Anne Pingeot se establece como amante oficial, la pareja abierta ya era un hecho más que consumado. Para Danielle fue todo más difícil, aunque en un momento también tuvo un amor: Jean, un profesor de gimnasia que la visitó durante un tiempo regularmente en su casa.

El romance clandestino de François Mitterrand fue un secreto a voces hasta que un día todo se destapó. Cuando murió el presidente, el 8 de enero de 1996, la prensa publicó oficialmente la noticia: él no sólo había tenido una amante desde hacía décadas, Anne Pingeot, sino que tenía también una hija ilegítima de más de veinte años, Mazarine Pingeot Mitterrand.

Danielle se lo tomó con calma: “Su nacimiento no fue ni un descubrimiento ni un drama para mí; lo asumí”, declaró alguna vez. Es más, fue ella quien llamó a Anne y Mazarine para invitarlas al funeral de Mitterrand, se mantuvo junto a ellas en la ceremonia y acogió a Mazarine entre sus dos hijos. La sociedad francesa asistía estupefacta, pero aplaudió la actitud y entereza de Danielle.

Nada banal ni mediocre

Danielle Mitterrand no paró nunca de trabajar, ni siquiera cuando ya estaba enferma y cerca del final. Decía que trabajar la mantenía despierta: “A partir de cierta edad uno se duerme. Y yo no tengo ganas de morirme de a poco”. Finalmente murió en París en la madrugada del 22 de noviembre de 2011, a los 87 años. Fue enterrada junto a sus padres, en Cluny.

Los últimos años vivió en una casa hipotecada, rodeada de sus libros y con un tucán en la cocina. Poco después de la muerte de su marido se le empezó a acabar el dinero y decidió vender muchos de los regalos presidenciales, algunos muebles y libros. Tenía que pagar deudas y el proceso judicial de su hijo Jean Christophe por tráfico de armas. Vendió todo sin que se le moviera un pelo.

Cerca del final, ya con una insuficiencia respiratoria, estaba más en el hospital que en su oficina, pero seguía armando reuniones alrededor de su cama con el Consejo de Administración de su fundación. Un mes antes de morir participó de la fiesta por el 25 aniversario de France Libertés.

Sus colaboradores la notaron cansada pero brillante e inteligente como siempre, con esa tranquilidad de espíritu de los que han hecho toda su vida lo que les dictó el corazón y la pasión por las ideas. “Nunca me aburrí de compartir la vida de François, ni en la alegría ni en el dolor -escribió-. Nada banal ni mediocre, no me arrepiento de nada”.

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