
Barbara Hutton heredó una enorme fortuna a los 12 años en la década del 20, pero el dinero no le auguró felicidad, sino una vida llena de sinsabores y desgracias.
Barbara Hutton tenía 12 años cuando heredó 26 millones de dólares. Corría la década del 20 y esta adolescente neoyorkina se convertía así en “la niña más rica del mundo”. Pero semejante fortuna no le auguró la felicidad. Todo lo contrario. Más allá de su ostentosa vida, su glamour como socialité y sus excesivos derroches, Hutton protagonizó una biografía jalonada de desgracias y sinsabores.
La muerte de su madre, la indiferencia de su padre, malos tratos en el colegio, matrimonios desastrosos, la pérdida de un hijo, trastornos alimenticios, un final sumida en el alcohol y la soledad... todo esto y más sufrió esta mujer a lo largo de los años.
Y fue precisamente por la enorme distancia que siempre medió entre su riqueza y la capacidad de encontrar la dicha que la multimillonaria Barbara Hutton fue conocida en aquellos años como “la pobre niña rica”.
Desde muy pequeña, Barbara supo que el lujo no aseguraba la ausencia del dolor. Fue a los cuatro años, cuando encontró a su madre muerta en la suite del Hotel Plaza de Nueva York en la que vivían. Edna Woolworth no toleró ver las fotos de su marido, el corredor de bolsa Franklyn Laws Hutton, en las páginas de los medios sensacionalistas, flirteando con una de sus amantes. Se puso uno de sus mejores vestidos y se tomó un frasco completo de estricnina.
Edna, la madre de Barbara, era una de las tres hijas Franklin Winfield Woolworth, el empresario que se había hecho megamillonario gracias a la cadena de tiendas “five-and-dime” que llevaban su apellido, donde todo se podía adquirir “a cinco y diez centavos”.
El 14 de noviembre de 1912, cuando Hutton nació, su abuelo ya tenía más de 500 locales en todo el país. Un año más tarde, como una demostración de su poderío económico, el magnate terminó de construir en Nueva York el Edificio Woolworth, el rascacielos más alto del mundo en esa época.
Tras la muerte de su madre, y como su padre no quiso hacerse cargo de ella, la pequeña se fue a vivir a la casa de sus abuelos maternos en la mansión Woolworth. Era una residencia gigantesca -con una enorme cantidad de criados- ubicada en Glen Cove, en el estado de Nueva York. La niña vagaba sola por las 56 habitaciones siempre vacías de la residencia.
La soledad la abrumaba. En un perfil que hicieron en el diario El Español señalan, además, que los abuelos de Barbara no eran la mejor compañía: mientras que el viejo Woolworth quedó destruido por la muerte de su hija, su esposa mostraba evidentes signos de senilidad.
El abuelo Woolworth murió en 1919 y la abuela, en 1924. Entonces fue cuando la niña Hutton recibió por herencia 26 millones de dólares, una verdadera fortuna para la época. Quedó a cargo de niñeras, institutrices y guardaespaldas, hasta que recaló en distintos internados para niñas. Allí tampoco la pasó muy bien: sus compañeras la rechazaban o la acosaban. Decían que era “demasiado gordita”.
En 1930 se produjo la presentación en sociedad de la “pobre niña rica”. Y no fue con la mejor de las suertes. Resulta que la muchacha festejó su “puesta de largo” (cuando se celebra la mayoría de edad y se habilita a las chicas el uso de vestidos largos) con una fiesta que fue el summum de la ostentación. Se realizó en el Hotel Ritz-Carlton de Nueva York para 1,000 invitados. La celebración, con cuatro orquestas en vivo y la presencia del francés Maurice Chevalier, estrella internacional del momento, le costó al papá de Barbara unos $60,000 dólares. Fue un verdadero cachetazo de frivolidad para la sociedad estadounidense que todavía estaba tratando de sobrevivir a la fatal crisis económica desatada en 1929 con el crack de la bolsa.
A partir de allí, el derroche y las excentricidades de Barbara pasaron a ser moneda corriente. Se convirtió en una figura central -y también una de las más odiadas- de la prensa del corazón. Y de verdad, con el paso de los años, este tipo de periodismo recibió un verdadero arsenal de jugosas noticias por parte de la mujer más rica del mundo.
Para empezar, la señora Hutton tuvo siete matrimonios. La mayoría de ellos con un arranque de cuento de hadas (cinco de los siete esposos eran nobles), un devenir tortuoso y un final en divorcio, donde seis de los siete maridos le quitaron una tajada de su fortuna. Además, los cronistas de la vida social neoyorkina le adjudicaban una importante cantidad de amantes.
El primero de sus maridos fue Alexis Mdivani, un príncipe georgiano (Georgia en ese momento era parte de la URSS) a quien conoció en Bangkok, Tailandia, y con el que se casó el 22 de junio de 1933. El joven noble lo tenía todo menos fortuna y se dedicaba, al igual que sus hermanos, a casarse con millonarios.
A ella no parecían preocuparle estos rumores. Bromeando con su nueva situación social, aseguró a la prensa que sería “muy divertido ser princesa” y para ostentar una vez más su fortuna encargó tres Rolls Royce para su boda: en uno llegaría ella, en otro su flamante marido y el tercero sería para su padre (aunque había desaprobado la unión).
Fue este primer esposo, en la misma noche de bodas, el que reactivo una vieja inseguridad de Barbara, cuando le dijo que estaba gorda. En pocas semanas, la joven, que entonces tenía 21 años, bajó unos 20 kilos. Lo que parecía todo un logro en materia de dieta, escondía detrás el comienzo de una serie de trastornos alimenticios que ya nunca la abandonaría.
Después de una luna de miel de casi un año alrededor del mundo, el matrimonio no tardó demasiado en disolverse. Ella había conocido a un conde de Dinamarca llamado Court von Hauwitz-Reventlow y no tardaron mucho en volverse amantes. Según el libro Divas rebeldes, de la periodista española Cristina Morató, ella se escapaba del hotel donde estaba con el georgiano para visitar por horas el lugar donde se hospedaba el danés. Y Mdivani era consciente de ello.
Así, en 1935, la heredera del imperio Woolworth se divorció finalmente del príncipe Georgiano y dos días después contrajo matrimonio con el conde danés. Ambos trámites los realizó en Reno, estado de Nevada, donde este tipo de asuntos se resuelven de manera expeditiva.
La posible tristeza de Mdivani por la separación y la infidelidad de su exmujer, seguramente se apaciguó cuando cobró los dos millones de dólares que establecía el acuerdo prenupcial. Y se habrá calmado mucho más con los obsequios que recibió de ella: caballos de polo, un palacio en Venecia, joyas y el ya mencionado Rolls Royce.
La relación con Hauwitz-Reventlow fue horrible para Hutton. La maltrataba física y psicológicamente. Ambos tuvieron un hijo, Lance, nacido en el año 1936 y el noble danés no hacía otra cosa que intentar incapacitar mentalmente a su esposa y quedarse con la tenencia del niño, para así poseer su fortuna. Además, insistía en que ella abandonara su nacionalidad estadounidense para poder pagar menos impuestos en Dinamarca.
Todos estos aviesos intentos del conde para dejar fuera de juego a su millonaria esposa no funcionaron. Pero tras el divorcio de la pareja, en 1937, ella le siguió pasando a él ingentes sumas de dinero que, según se cree, él enviaba hacia círculos nazis.
Fue para esos años, en 1938, que, inspirado en la vida de Barbara Hutton, el compositor inglés Noel Coward lanzó la canción “Poor Little Rich Girl (Pobre niña rica)”, que en uno de sus versos dice una verdad adecuada para la multimillonaria: “El dinero no puede comprarlo todo”.
En 1942, la heredera de Woolwoorth encontró un poco de paz y cariño en su tercer matrimonio, que fue nada menos que con una de las estrellas más rutilantes de Hollywood: el actor inglés Cary Grant. El matrimonio duró tres años y él fue el único de entre todos sus cónyuges que no le sacó un solo dólar. Pero así y todo, la historia de amor se diluyó en 1945. Ella tenía intenciones de vivir en Europa y él sabía que lo mejor de su carrera estaba por venir, y eso sucedería en los Estados Unidos.
Como recuerdo perdurable de esta relación quedó la Mansión Winfield House. Se trata de una onerosa casona ubicada en Londres, que fue propiedad de Hutton y en la que ella y Grant vivieron parte de su relación. Esta residencia fue donada por Barbara al Reino Unido después de la Segunda Guerra Mundial y desde 1955 funciona como la embajada estaodunidense en Gran Bretaña.
Finalizada la Segunda Guerra y tras su ruptura con Grant, la millonaria dejó a su hijo en un internado y se dedicó a recorrer el mundo en compañía de su séquito personal: su chofer, su guardaespaldas, su doncella y su secretaria.
En Tánger, Marruecos, encontró el que sería su lugar en el mundo. Allí compró un lujoso palacio, el Sidi Hosni, que fue lo más parecido a un hogar que tuvo en su vida. Hutton pasaba allá los veranos y montaba fiestas interminables y extravagantes con las figuras que solían frecuentar aquel país del norte africano como el escritor Paul Bowles y su esposa Jane.
Pero también, llevada siempre por su compulsión a derrochar, Hutton pagaba viaje, estadía y todos los gastos de personajes del jet set de Estados Unidos y otros países y hacía traer para sus fiestas atracciones como camellos, encantadores de serpientes u odaliscas y todo tipo de insumos importados. Champagne desde Francia, por ejemplo, y orquestas completas desde el Caribe.
Una situación que marca los caprichos de millonaria de la heredera del imperio Woolworth tiene que ver con que las dimensiones del portón de acceso a su palacio marroquí no eran suficientemente grandes para que pasara su Rolls Royce. Como no podía modificar por ley la estructura del palacio, decidió encargar a la empresa un vehículo “a medida” que pudiese ingresar a la finca. Gracias a sus fiestas y sus donaciones filantrópicas, era tan fuerte la presencia de esta mujer en Tánger que los lugareños comenzaron a llamarla La Reina de Medina.
Además de Sidi Hosni, la heredera millonaria -que cada vez era menos millonaria-, vivía también parte de su tiempo en un departamento en Bois de Boulogne, en París, el Hotel Pierra de la Quinta Avenida de Nueva York y en una mansión que construyó en Cuernavaca, México.
Igor Trubetzkoy, príncipe ruso, atleta y automovilista, fue el cuarto marido de Bárbara Hutton. El hombre fue el primero en correr con una Ferrari en un Grand Prix, en el circuito de Mónaco. Un verdadero as de las pistas, pero que en la carrera matrimonial no duró demasiado. Se casaron en Suiza, en 1948 y tuvieron un sonado divorcio tres años después.
Para entonces, luego de enterarse que por reiterados problemas médicos no podría tener más hijos, Hutton intentó quitarse la vida y comenzó también a abusar de la bebida y de todo tipo de medicamentos para dejar de comer, evitar la depresión y los distintos dolores. Todo el glamour que exhibía hacia afuera la heredera Woolworth -nunca perdió su elegancia ni su buen gusto- era tristeza y sufrimiento en el plano íntimo.
El quinto marido de esta mujer fue Porfirio Rubirosa, un “playboy” y jugador de polo dominicano que duró tan solo 53 días casado con ella. La relación se tornó imposible por la cantidad de amantes que tenía él, entre ellas la actriz y estrella estadounidense de origen húngaro Zsa Zsa Gabor. Como compensación por su divorcio, Rubirosa recibió dos millones y medio de dólares, una plantación de café y algunos caballos de polo. Otro que convirtió su casamiento en un redituable negocio.
Tampoco fueron gran cosa los otros dos matrimonios de la multimillonaria. El sexto marido fue el tenista alemán Gottfried von Cramm, con quien estuvo entre 1955 y 1959. Un matrimonio que era más una amistad, ya que él era homosexual. El extenista, que supo enfrentarse al nazismo en los años iniciales de su carrera, intentó alejar a su amiga/esposa del alcoholismo y la depresión, pero se alejó de ella cuando se dio cuenta que esa era una tarea imposible.
El séptimo marido fue un empresario venido a menos de origen vietnamita llamado Pierre Daymond Road, con quien contrajo enlace en 1964. Dos años después, el final del enlace llegó cuando ella lo abandonó en un hotel en Tánger, para huir con su peluquero.
En 1972, Barbara Hutton recibió el golpe más duro de su vida: la muerte de su hijo Lance en un accidente en una avioneta, a la edad de 36 años. Pese a que entre ambos había una relación distante, ya que él no toleraba el estilo de vida de ella, esta pérdida fue devastadora para la millonaria y el camino hacia su autodestrucción final.
El alcohol y los somníferos fueron el refugio de la heredera cuando se retiró de la vida pública para recluirse en una suite Hotel Beverly Wiltshire, en Beverly Hills. Sus últimos años los pasará aislada y en soledad.
Cuando murió por un ataque cardíaco el 11 de mayo de 1979, pesaba 40 kilos. La “pobre niña rica” tenía 66 años y en su cuenta bancaria quedaban 3,600 dólares.
La socialité de las grandes fiestas en Tánger, la de los vestidos suntuosos, el Rolls Royce “a medida” y las joyas más deslumbrantes, la de los siete maridos y los cientos de amantes, fue velada en Nueva York, en una ceremonia a la que asistieron apenas unas 10 personas.
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