El actor y director que brilló en la serie Taxi, en Gemelos y Batman vuelve, entre tantísimas otras, lleva casi medio siglo en la cima del mundo del espectáculo.
Daniel y Julia DeVito ya habían perdido las esperanzas de tener un tercer hijo. Tras años de sufrir la pérdida de embarazos que no lograban llegar a término, la pareja se había convencido de que su familia, que incluía a sus dos hijas, Angela y Theresa, ya estaba completa. Y entonces, cuando ya nadie lo esperaba, el 17 de noviembre de 1944 llegó al mundo Daniel Michael DeVito Jr., que sería conocido algunos años después como Danny DeVito, el Pingüino, uno de los Gemelos, el director de Matilda y el productor de Pulp Fiction, entre los muchos títulos con los que el público identifica al actor que cumple 80 años.
Tal vez porque su nacimiento era considerado poco menos que un milagro para sus padres y hermanas, o porque ya desde la niñez el futuro actor mostraba su simpatía y carisma donde fuera, su infancia en Nueva Jersey fue idílica. Mimado por su familia y adorado por los vecinos, maestros y compañeros de escuela, DeVito comprendió más temprano que tarde que, por más amor que sintiera por su barrio de clase trabajadora -donde su padre administraba alternativamente un kiosco, un local de billar y las apuestas de los parroquianos- su supervivencia dependía de salir de allí lo antes posible.
El actor, director y productor cuya marca identificatoria es su baja estatura -depende de qué biografía se lea DeVito mide 1.47 o 1.50, pero nunca más que eso-, no sabía lo que quería ser cuando fuera grande pero sí tenía claro que anhelaba tener otro futuro del que le esperaba a muchos de sus amigos de la escuela, que con el tiempo terminaron presos o sucumbiendo a su adicción a la heroína. Así, antes del teatro en Nueva York, los papeles en la TV, el cine y todos los demás hitos de su larga carrera en el espectáculo, el gran salto del pequeño Danny fue pedirle a su padre que, en lugar de ahorrar dinero para pagar su eventual fianza, invirtiera sus dólares en enviarlo a un internado, lejos de las turbulentas calles de Asbury Park, el mismo lugar de nacimiento de un tal Bruce Springsteen, uno de sus amigos más cercanos ya en la adultez.
Atento y dispuesto a concederle todos sus pedidos al benjamín de la casa, los DeVito accedieron a mandar al chico a un colegio privado del que regresó tras graduarse del secundario sin mucha idea de qué hacer con el resto de su vida. Mientras contemplaba sus posibilidades sin demasiado ahínco, Danny empezó a trabajar como peluquero en el salón de belleza de su hermana mayor. Allí, su simpatía y su habilidad para prestarle atención a las clientas lo transformaron en un estilista solicitado al punto de que su hermana le sugirió que complementara sus habilidades haciendo un curso de cosmetología y maquillaje en la academia de arte dramático de Nueva York. Y hacia allá fue el hijo y hermano pródigo, sin saber que aquella excursión le cambiaría la vida para siempre.
“Aquella sugerencia me dio la excusa para salir de Asbury. Seguía trabajando en el local de mi hermana pero iba a Manhattan dos o tres veces por semana y me empecé a interesar en cosas nuevas, como la preparación de una escena o el análisis autoral. Probé actuar frente al público y me sentí bien. Recuerdo la primera vez que le dije a mis padres que quería ser actor. No sabían cómo lo iba a lograr pero me apoyaron. Así que me inscribí en la academia y todo resultó bien porque me trajo hasta acá”, decía DeVito hace unos años en una entrevista con la revista Esquire.
La travesía para llegar a ese “acá” del que hablaba el actor, el lugar en el Olimpo de Hollywood que ocupa hace más de cuatro décadas, comenzó a mitad de los años 60 en los escenarios del off Broadway que compartía con Michael Douglas, que también era su compañero de departamento y su primer contacto con la industria del cine. El hijo del legendario Kirk Douglas estaba en la academia de teatro para labrar su propio camino como intérprete, una señal de independencia que su padre apenas toleraba y sus amigos, con DeVito a la cabeza, celebraban. Especialmente cuando Douglas consiguió un papel protagónico en la serie Las calles de San Francisco y se mudó para grabarla, pero no dejó de pagar los 75 dólares de su mitad del alquiler, una contribución fundamental para que DeVito pudiera seguir viviendo en Manhattan actuando en obras independientes.
Aquella amistad también lo ayudó a conseguir el papel de Martini en la puesta teatral de Atrapado sin salida, una adaptación de la novela de Ken Kesey cuyos derechos pertenecían a los Douglas. Cuando la historia llegó a la pantalla grande, en 1975, DeVito volvió a interpretar el papel en el film protagonizado por Jack Nicholson, otro famoso hijo dilecto de Nueva Jersey. El inmenso suceso de la película ganadora de cinco premios Oscar, incluyendo el de mejor film, hizo que Hollywood le prestara atención al actor aunque en principio no supieran qué hacer con él.
Su estatura lo hacía destacarse y su estilo de interpretación intenso se adaptaba tanto al drama como a la comedia pero el proyecto indicado para aprovechar sus habilidades no aparecía. Hasta que sus agentes lo mandaron a hacer una audición para un papel secundario en Taxi, una sitcom creada por James L. Brooks que estaba en preparación. Decidido a que su prueba resultara memorable para los productores, DeVito entró en la oficina de producción con el guion en la mano y lo tiró sobre un escritorio al grito de “¿quién escribió esta porquería?”. El hecho de que los responsables del texto, uno de los más brillantes de la TV hasta hoy en día, estuvieran presentes derivó no solo en su contratación inmediata sino en que su personaje, Louie de Palma, ganara protagonismo en el desarrollo de la serie.
Cuando en 1983, después de cinco temporadas y más de 100 episodios, el programa salió del aire, DeVito ya era una estrella de la comedia lista para incursionar en el cine. Sus personajes en Tras la esmeralda perdida y La joya del Nilo, las aventuras de acción protagonizadas por su amigo Michael Douglas lo ayudaron a hacerse conocido en el mundo y también a aprender las idas y vueltas de un rodaje, un conocimiento que lo habilitó a sumar la dirección a su caja de herramientas. Así, ya casado con la actriz Rhea Pearlman (Cheers), el intérprete se hizo cargo de la realización de la comedia negra Tira a mamá del tren (1987), que también protagonizaba Billy Crystal, a la que le siguieron La guerra de los Roses, Hoffa y su perenne versión de Matilda, la novela de Roald Dahl en la que se reservó el papel del horrendo señor Wormwood.
“Hice Matilda porque mis hijos me trajeron el libro para que se los leyera. Yo no lo conocía, pero me pareció grandioso. No sé si podría interpretar a un padre abusivo en tono realista, pero en Matilda, como era Roald Dahl, lo hice y el personaje resultó un bravucón pero de un modo gracioso”, explicó DeVito en una entrevista con el diario The Guardian en la que colocó a Wormwood primero en la lista de sus papeles más populares. Segundo, claro, está el Pingüino, la notable interpretación que hizo del clásico villano de DC en Batman vuelve, de Tim Burton, con el que también trabajó en Marcianos al ataque, El gran pez y Dumbo entre otras.
Esa fértil sociedad artística con el director es solo una de las varias que el actor construyó en su larga trayectoria. Además de los proyectos derivados de su amistad con Douglas, DeVito encontró en Arnold Schwarzenegger el mejor secuaz para el tipo de comedia que solían hacer los estudios a finales de los años 80 y principios de los 90. Junior y Gemelos fueron fenómenos de taquilla globales que contribuyeron a que el actor pudiera abrir nuevas avenidas de trabajo con su productora, Jersey Films.
“Primero leí un guion llamado Perros de la calle, que me encantó y quería producir, pero ya habían terminado el rodaje. Así que hablé con una amiga de Tarantino que estaba trabajando conmigo en Jersey Film y le dije que quería conocerlo. Nos reunimos y le pregunté cuál iba a ser su próximo proyecto. Me dijo que no sabía pero igual le ofrecí un contrato: ‘Lo que sea que hagas de ahora en adelante, yo quiero producirlo’, le dije. Aceptó y al tiempo me contó su idea de hacer una película con historias interconectadas. Lo cierto es que con Quentin, más allá de sus historias, lo importante era su confianza, su exuberancia, su fantástica forma de ser. Un año después me trajo un guion de 155 páginas con el título Pulp Fiction”, recordó DeVito, el factor decisivo para que el film que este año festeja sus 30 años, llegara a la pantalla grande para cambiarla para siempre. Aquel fenómeno le dio al actor el sello de visionario que confirmó luego apoyando películas como El nombre del juego, basada en una novela de Elmore Leonard, que también proveyó sus textos para otro de los proyectos sobresalientes hechos por Jersey Films, Un romance peligroso, de Steven Soderbergh. Y su lugar como un jugador de primera en Hollywood le dio la posibilidad de insistir con la realización de otra película de Soderbergh a la que nadie más le veía potencial: Erin Brockovich, el film que le consiguió una nominación al Oscar como productor.
Claro que más allá de los reconocimientos que recibió por ese rol, DeVito nunca dejó de trabajar como actor. Todo lo contrario, en realidad. Desde 2006 forma parte del elenco de la comedia televisiva It’s Always Sunny in Philadelphia, un fenómeno de culto que lleva ¡16 temporadas! al aire (11 de ellas están disponibles en Disney+) y que ya se anunció que tendrá al menos dos más. En las últimas décadas también volvió al teatro con puestas en Broadway y el West End londinense, un regreso a sus orígenes, a la época en la que era el milagroso hijo de la familia DeVito, el peluquero de talla pequeña que el escenario transformó en un gigante.
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