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“Ladrones de bombillas”

Sin duda, cada buen escritor es al fin y al cabo, y de cierto modo, un traductor. Como dice el escritor keniano Ngugi wa Thiong'o, la traducción es la lengua de las lenguas. 

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El 20 de diciembre del año pasado, el premio literario europeo Grand Continent fue otorgado al escritor polaco Tomasz Rózycki por su novela Zlodzieje zarówek (“Ladrones de bombillas”). La novela acaba de ser publicada en español por la editorial Sexto Piso con varias presentaciones previstas estos días en México, en el marco de la magnífica Feria Internacional del Libro de Guadalajara. 

La novela fue traducida del polaco al español por Xavier Farré Vidal, un traductor que ya había trabajado con Rózycki, que conoce bien su obra —y se nota—. El texto está habitado por una escritura singular, un estilo poético que avanza al ritmo de un impulso, un aliento que sopla en cada página. Así se va abriendo el relato, la historia se despliega poco a poco, sube in crescendo la intensidad de la narración para darle de cierto modo sentido a la enigmática primera frase que abre la novela. Y dicho sea de paso, por ello mismo, es un excelente íncipit —cuyo sentido va esclareciéndose a lo largo de la lectura—. 

“Escuchen cómo saltó mi Madre.”

Así el joven narrador interpela al lector. “Miren fue así:”. Allí arrancan los motores narrativos. Tras los dos puntos se abre el universo de Rózycki, nos sumergimos en un edificio de apartamentos colectivos en Polonia, al final de la era comunista. 

En el marco de una celebración familiar y tras horas y horas de espera habitual en la cola del supermercado, la familia del protagonista logra comprar un bien escaso: café. La celebración es doble. La primera —el día del santo del padre— se suma a la segunda —el hecho de tener café—. “¿Café? Se puso a soñar Madre, que ya había olvidado el sabor que tenía una cosa como aquella.” 

Pero hay un problema que impide que el círculo virtuoso se cierre completamente: no tienen molinillo para moler el café en grano. Se construye entonces la intriga: ¿cuál de todos los vecinos tendrá un molinillo? ¿Cómo cruzar aquel pasillo largo y oscuro —que nunca tiene sus bombillas— que los separa del objeto deseado? 

La prosa de Rózycki logra transformar la realidad trivial, su ridículo y sus privaciones en libertad, una libertad que el autor reivindica y comparte con su lector. La sutil ironía y el humor impregnan cada escena de la historia, desbaratando constantemente el pathos y lo serio. Todos estos elementos van mezclándose a lo largo de una suerte de gran poema en prosa. 

Además de ser novelista y ensayista, el autor es antes que nada poeta. El ritmo de sus palabras que buscan ir a la esencia de las cosas manteniendo cierta ligereza lo comprueban. Y el justo equilibrio que encuentra entre el color local y lo universal de la historia que cuenta sugiere también que es algo más —un traductor—.  

Rózycki ha traducido al polaco unos de los más grandes —y complejos— poetas franceses, como Rimbaud y Mallarmé. Maneja con estilo aquel arte de la restitución y transmisión, lo que es la esencia de la literatura. Es lo que permite que la novela pueda ser leída —y apreciada— por lectores polacos, claro está, pero también italianos, franceses como mexicanos y salvadoreños. 

 Sin duda, cada buen escritor es al fin y al cabo, y de cierto modo, un traductor. Como dice el escritor keniano Ngugi wa Thiong'o, la traducción es la lengua de las lenguas. 

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