Las críticas, la adopción del término "pucha botones" como parte del folclore, la identificación de los malos hábitos administrativos de los directivos de ese órgano del Estado y el mutis que el centro de la institucionalidad, entiéndase el Ejecutivo, ha hecho al respecto, desinteresado en vindicar o defender a su bancada, son sólo otra grada en la depreciación de la democracia en El Salvador.
Una cosa es la verticalidad, la disciplina partidaria y otros modos de la sumisión considerados hasta una virtud en ciertos entornos y movimientos políticos, y otra es la simplificación del trabajo legislativo hasta lo que se aprecia actualmente: la reducción de la delicada labor de discutir y aprobar leyes a la de un mero trámite ordenado desde otra esfera gubernamental.
Idealmente, la Asamblea Legislativa es un actor proactivo capaz de sustituir o formular políticas de manera independiente y la principal de sus capacidades debe ser su pluralidad, la forma cómo se integra, su capacidad de inclusión y apertura. En la narrativa de gigantismo electoral propia de Nuevas Ideas, el principal rasgo de este parlamento es su aplastante matemática pro oficialista y los modos autoritarios que de ella se derivan, justificados supuestamente por la legitimidad de los resultados de los comicios.
La legitimidad no es una fortaleza sino una característica intrínseca a los órganos democráticos, la representatividad por consiguiente pero no se puede ignorar la que debería ser una vocación sine qua non de los diputados: autonomía intelectual o si se prefiere, independencia de criterio. Y esa autonomía no tiene que ver sólo con la ética del servicio público sino que es una de las herramientas necesarias para su labor, lo mismo que la capacidad técnica y la estabilidad procedimental.
Durante el trienio anterior, se desarrolló con éxito la narrativa de una bancada oficial vigorosa, deliberativa, apasionada por el cambio; el desliz de información al inicio de la legislatura entrante y las reacciones poco maduras y nada democráticas de algunos parlamentarios ante las preguntas de muchos ciudadanos, entre ellos un importante porcentaje de sus votantes, hundió a los diputados en una crisis de comunicación e imagen inesperada, de la cual no se repusieron. A partir de ese momento, preocupados por la aceptación popular, se ha presenciado una precarización del ya de suyo pobre contenido de estas y estos agentes, ninguno de ellos con un carrera en el servicio público de la cual puedan presumir, personas cuyo mérito ha sido estar en el lugar y momento justos para recibir una curul a cambio de una obediencia más propia de la milicia que de la política.
Las críticas, la adopción del término "pucha botones" como parte del folclore, la identificación de los malos hábitos administrativos de los directivos de ese órgano del Estado y el mutis que el centro de la institucionalidad, entiéndase el Ejecutivo, ha hecho al respecto, desinteresado en vindicar o defender a su bancada, son sólo otra grada en la depreciación de la democracia en El Salvador. Si los ciudadanos que votaron contra la partidocracia tradicional porque querían un cambio en el adn de la política partidaria y del ejercicio político se llevan esta nueva decepción, ¿eso les renovará el apetito por el cambio siguiendo las reglas del juego y exigiendo que el sistema sea preservado y restaurado, o serán una presa aún más fácil del discurso anti políticos, incluso viniendo desde la misma matriz? Dicho en otros términos, después de la erosión que aún le falta, ¿será la bancada oficial el nuevo blanco de un círculo del poder que donde vio debilidad vio oportunidad y aumentó una tras otra vez su caudal popular?
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