Lo que la región espera son oportunidades reales para salir adelante, para aterrizar por fin en la pista del progreso.
La llegada del senador Marco Rubio al Departamento de Estado de EE.UU. arroja muchas expectativas sobre un nuevo manejo de la política exterior americana, ante un mundo marcado por los cimientos de una híbrida Tercera Guerra Mundial, la crisis migratoria (en Europa y en Estados Unidos), el globalismo anti familia y el recio surgimiento de una derecha que por primera vez está arrebatando al socialismo las ilusiones de progreso y bienestar.
Traspasar la barrera del estancamiento, la superación de los errores históricos y estratégicos, la tonificación del nacionalismo económico frente a los embates de China y darle un giro positivo a la economía estadounidense para recuperar su estatus de Primera Potencia Mundial, es el nuevo reto del presidente Donald Trump, cuyo éxito dependerá también de la destreza y habilidad diplomática con que se desarrolle su política exterior, esta vez de la mano del senador Marco Rubio, el primer hispano en ocupar esa poderosa cartera.
Más que el Partido Demócrata, es el Republicano el que ha incluido en sus gabinetes de gobierno, en sus más altos cargos, a miembros provenientes de minorías. Colin Powell, el afroamericano estratega militar en la Guerra del Golfo que escaló a posiciones cumbres en el gobierno de George Bush, ya antes había ocupado la silla principal del Departamento de Estado (2001-2005), antes de la llegada de Barak Obama a la Presidencia y antes de la candidatura de Kamala Harris. Toca ahora a un cubano ocupar esta alta posición, lo que ha despertado grandes esperanzas en sus propios coterráneos como en el resto de latinoamericanos sometidos a la brutalidad socialista.
En cuanto a las relaciones entre Estados Unidos y el subcontinente latinoamericano, siempre estas han sido dispares, por no decir eventualmente contradictorias, paternalistas y agrestes. También han sido tibias y hasta dóciles con sistemas represivos como los que existen en Cuba comunista y Venezuela.
Se abre ahora una oportunidad tangible para un nuevo marco de relaciones con énfasis en la cooperación económica y el trato respetuoso. El vínculo que se ha mantenido sobre la base de un discurso hemisférico se mantendrá, evidentemente; sin embargo, puede ser éste el momento para potencializarlo sobre una visión amplia de integración económica, apoyo democrático, sostenibilidad ambiental y seguridad regional. América para América, pero América toda, en un continente cuyo principal socio comercial seguirá siendo Estados Unidos.
Lo que la región espera son oportunidades reales para salir adelante, para aterrizar por fin en la pista del progreso. En este sentido, son los propios latinoamericanos quienes debemos impulsar nuestras propias agendas, olvidarnos de ese letargo eterno en que caemos esperando a que sean otros quienes arreglen nuestros problemas. Y esto será posible si se cuenta con un aliado poderoso y asertivo, tanto en sus obras como en su cooperación.
Eso sí: esta vez no debe equivocarse la nueva administración en su actuar político. Esta vez deberá husmear en los errores del pasado para superarlos. El gobierno de Trump debe escuchar a las oposiciones reales, políticas, y no a los falsos y debiluchos liderazgos de ocasión y oportunismo. Deberá tomar en cuenta a las resistencias que han luchado y que no han sido tomadas en cuenta, abandonadas a su suerte en Cuba, Venezuela —por cierto la primera prueba de fuego será el apoyo a la voluntad popular en las pasadas elecciones—, Nicaragua, Bolivia, Honduras y El Salvador. Algo bueno está por venir. Marco Rubio tiene la palabra.
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