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La felicidad según el rey Salomón

Si la felicidad es limitada –porque aparece con cierta incertidumbre en nuestra vida– y si para identificarla necesitamos tener una buena actitud, entonces la felicidad está relacionada con nuestro reposo interior, ya que no podemos tener una buena actitud si llevamos amargura en nuestro corazón.

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El ser humano siempre ha buscado saber qué es y cómo asegurarse la felicidad. La filosofía hedonista, por ejemplo, considera al placer como el fin último para alcanzarla; contrariamente, los ascéticos niegan todo tipo de placer para lograr libertad y, consecuentemente, alcanzar la felicidad. ¿Cuál es el concepto que tiene Salomón sobre la felicidad y qué sugiere que debemos hacer para alcanzarla?

Salomón, al indagar sobre la vida, constata que la felicidad no es un fin en sí misma sino una forma de consolación que Dios nos ofrece en medio de la dureza de la vida. Es un oasis en medio del esfuerzo, dolor y fatiga diaria: “...Porque todos sus días no son sino dolores, y sus trabajos molestias, aun de noche su corazón no reposa. Esto también es vanidad...” (Ecles. 2.23).

Él constata que la felicidad no tiene que ver necesariamente con los grandes eventos o con las actividades sofisticadas de la vida, sino más bien con las cosas sencillas de la cotidianidad. De ahí, que no necesitamos romper con la rutina para alcanzar felicidad, lo que necesitamos es una buena actitud para reconocerla y apropiarnos de ella: “No hay cosa mejor para el hombre, sino que coma y beba, y que su alma se alegre en su trabajo. También he visto que esto es de la mano de Dios...” (Ecles. 2. 24-25).

Reconoce, asimismo, que la felicidad fue concebida para los que temen a Dios, aunque constata que el impío también disfruta de cierta felicidad: “Aunque el pecador haga mal cien veces, y prolongue sus días, con todo yo también sé que les irá bien a los que temen a Dios, los que temen ante su presencia, y que no le irá bien al impío, ni le serán prolongados los días que son como sombra, por cuanto no teme delante de la presencia de Dios” (Ecles. 8.12-13).

Salomón relaciona la felicidad con la sabiduría y el conocimiento, asegurando que son bendiciones otorgadas por Dios a los que le agradan. Más aún, establece que Dios da al pecador el trabajo de recoger y almacenar sin disfrutarlo para darlo a quien a Él le agrada, lo cual, no es más que vanidad y aflicción de espíritu (Ecles. 2.26).

Con base en lo anterior podemos deducir que si la felicidad es limitada –porque aparece con cierta incertidumbre en nuestra vida– y si para identificarla necesitamos tener una buena actitud, entonces la felicidad está relacionada con nuestro reposo interior, ya que no podemos tener una buena actitud si llevamos amargura en nuestro corazón, ya sea por agresiones recibidas o por conmiseración adoptada.

Para liberarnos de la confusión que produce la amargura en nuestro interior necesitamos el perdón y la aceptación de Dios. Caso contrario, esta será un obstáculo para alcanzar la felicidad: “Anda, come tu pan con gozo, y bebe tu vino con alegre corazón, porque tus obras ya son agradables a Dios” (Ecles. 9.7).

Podemos concluir que a pesar de que la vida requiere de mucho esfuerzo y trae consigo mucha fatiga y dolor, sí es posible alcanzar la felicidad porque esta procede de Dios. Todo comienza con adoptar una buena actitud para hacer la paz con Dios por medio de Cristo, para posteriormente aprender a vivir agradecidos porque Dios nos permite vivir, entender algunos de sus misterios, disfrutar del fruto de nuestro trabajo y, sobre todo, alcanzar la felicidad. De lo contrario, pasaremos nuestra vida confundidos, cargados y con amargura en nuestro corazón, o como lo establece Salomón, irritados, mostrando así nuestra insensatez.

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