La novedad que se percibe es que así como la democracia fue hace algunas décadas un fenómeno globalizado a través de redes transnacionales de personas y organizaciones que la promovían y empujaban, también el retroceso democrático se ha internacionalizado y ahora goza de un tramado que trabaja contra las libertades y los derechos sociales.
Cada vez se popularizan más en la región centroamericana los discursos sobre autocracia, restricciones constitucionales a cambio de seguridad, fortalecimiento de instituciones represivas y se aviva el debate sobre la preferibilidad de la democracia, todavía de un modo subrepticio pero consistente. Tanto es así que hasta el país con mejor tradición democrática del istmo admite en estos días unos comentarios inquietantes de parte de su presidente, que tildó de "dictadura perfecta" el sistema de libertades y derechos que han sostenido al Estado costarricenses durante varias décadas.
No es un fenómeno exclusivo del istmo, por supuesto; tras décadas de expansión, los índices de democracia en el mundo revelan un retroceso sostenido, pero las razones del exacerbado progreso de esas ideas en Centroamérica no son exactamente las mismas de lo que ocurre en los Estados Unidos de América, en el Cono Sur e incluso en el Viejo Continente. Además, es imperativo distinguir entre los factores y los impulsores de la regresión.
Factores hay muchos, resumidos en una matriz que incluye la crisis de ingresos y de empleo posterior a la pandemia en muchos países del mundo, la polarización, los caminos que el populismo ha encontrado en la digitalización y en las redes sociales, así como la creciente influencia exterior de potencias no democráticas, como China o Rusia
Pasando del contexto a los interesados, en América Central quienes están detrás de tensar al máximo la idea de un cambio de régimen político o de atrofiar la democracia y mantener sólo su apariencia son sectores económicos ascendentes que se valen de cierto tipo de liderazgos para ir tanteando la escena: los voceros de la frustración, inevitable en el escenario pospandémico de unas naciones sitiadas por la exclusión y la injusticia en la distribución de la riqueza; los revanchistas, políticos pero también operadores políticos que intuyen en el río revuelto la oportunidad de medrar del servicio público que la democracia no les brindó; y los más peligrosos, los caballos de Troya, personajes que entienden que para desmantelar la democracia hay que beneficiarse primero de sus mieles, oportunistas con un plan.
No hay modo en que un agente se convierta en amenaza para la democracia a menos que consiga el poder y carcoma la institucionalidad desde dentro del sistema. E incluso una vez instalado en él, la única manera en que el juego de contrapesos y que la nación le permitirá los excesos necesarios para amenazar el republicanismo es si goza de suficiente popularidad. Si se trata de una persona o movimiento político con suficiente arrastre como para hacer creer de modo efectivo que goza de la capacidad de representar al pueblo, una idea que reivindica con giros retóricos, argumentos y narrativa maniqueista, entonces sí puede ocurrir.
La novedad que se percibe es que así como la democracia fue hace algunas décadas un fenómeno globalizado a través de redes transnacionales de personas y organizaciones que la promovían y empujaban, también el retroceso democrático se ha internacionalizado y ahora goza de un tramado que trabaja contra las libertades y los derechos sociales; es así no porque haya nexos ideológicos entre líderes de unos y otros países sino porque intereses del mismo calado, nuevos propietarios de medios de producción o millonarios de industrias emergentes -así como nuevas generaciones de viejas castas- entienden que garantizarse impunidad y beneficios requiere lo mismo desde Guatemala hasta Panamá: gobiernos mansos a su servicio, dispuestos a sortear la democracia en la conquista de esos objetivos.
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