
El café ha sido fundamental para la economía y cultura de El Salvador desde su introducción en el siglo XIX, además de ser reconocido internacionalmente por su sabor y calidad, es una parte vital de la identidad cultural del país, con un enfoque en la sostenibilidad y la innovación.
El café es uno de los productos más conocidos y exportados de El Salvador, ganador de premios como el certamen Taza de Excelencia, la competencia cafetera más prestigiosa entre los países productores.
Además, es una de las bebidas más consumidas en el mundo, lo tomamos en el desayuno, en la tarde y algunas personas incluso en la noche. Acompáñanos a conocer un poco de la historia de esta emblemática bebida en El Salvador.
Según el historiador salvadoreño José Ramírez, el café llegó a El Salvador entre 1845 y 1846 y quienes importaron la planta al país ya habían previsto que este cultivo se haría muy popular alrededor del mundo, especialmente su exportación a Estados Unidos y Europa.
El principal objetivo de comenzar a cultivar café en tierra cuscatleca era crear un producto que se pudiera exportar, que se adaptara a este clima y tierra, y que fuera fácil invertir en él. El gran auge del añil en 1750 a 1810 brindó una ventaja que ayudaría a la comercialización del café y esta fue la conexión con los mercados internacionales.
Según el historiador, la llegada del café generalmente se le atribuye al inmigrante del brasileño Antonio Coelho; sin embargo, este suceso no puede atribuirse a un personaje en específico ya que fueron varias personas quienes contribuyeron al auge de este cultivo, asegura.
En el siglo XI hubo mucha influencia colombiana y brasileña en el país que pudo también influir en la introducción del café en El Salvador.
En 1840, Costa Rica ya tenía sus propias plantaciones de café y ya lo exportaba a otros países, entre ellos El Salvador. Pero el gobierno de ese entonces, presidido por el licenciado Norberto Ramírez, intentó impulsar el cultivo nacional del café y así dejar de depender de Costa Rica.
“En mayo de 1846 es que aparece el primer decreto que le da un incentivo a las personas que cultivan café, por ejemplo, si cultivan 5,000 árboles o alrededor de 5 manzanas de tierra, estaban exentos de impuestos municipales por 10 años; otra cosa era que si alguien trabajaba en una finca de café y tenía un certificado otorgado por el dueño de la hacienda de que estaba trabajando ahí de manera permanente, como jornalero o como trabajador de la finca de alguna forma, también se le hacía exento del trabajo militar y estamos hablando de 1846 y 1847 más o menos, ya en los años 1850 empiezan a aparecer un montón de leyes”, explica el experto.
Alrededor de este tiempo empiezan a aparecer artículos en el Diario Oficial sobre cómo cuidar los arbustos, cuáles son las plagas más comunes, cuánto tiempo se tardaba el arbusto en dar frutos, etc.
“Hay como guías, digamos, para los hacendados o para los campesinos con bastante posibilidad, para poder seguir sembrando esa planta exclusivamente, la idea era introducir el cultivo, no necesariamente quitar o dejar de sembrar otras cosas por sembrar café”, acota Ramírez.
Sin embargo, no todos podían dedicarse al cultivo de este grano, ya que el café no da frutos de inmediato y tampoco es un alimento, por lo tanto, solamente las personas que poseían la capacidad económica para no ver ganancias de inmediato podían desempeñar esta actividad.
En 1870, Estados Unidos se interesa en Centroamérica, con el objetivo de buscar cuáles eran los productos más importantes de esta zona y es así como encuentran que Costa Rica y El Salvador están experimentando con el cultivo de café.
“Estados Unidos entonces empieza a darse cuenta de que es de que El Salvador es un socio clave. Hay un documento por ahí de 1872 y 1873 más o menos, donde hay un enviado de negocios estadounidense que llega a esta zona y empieza a dar datos sobre El Salvador, sobre su gente, sobre el clima, sobre todo lo que El Salvador es para que la gente conozca un poco más”, relata el historiador.
Según José Ramírez, este documento tenía por finalidad presentar a El Salvador como el perfecto socio comercial ante Estados Unidos y disipar la desconfianza de los inversionistas, alentarlos a comprar café salvadoreño.
Durante esta época empieza la exportación a más grande escala hacia Estados Unidos y Alemania, países hacia los cuales ya se exportaba en 1860 pero en pequeñas cantidades. Es ahí donde el gobierno salvadoreño decide que necesita más tierras para sembrar más café.
Sin embargo, siempre en 1870 se acaban los incentivos que se mencionaron anteriormente, se empiezan a cobrar impuestos y ahora el país se beneficia directamente del café.
“Para 1881 y 1882 se van a eliminar las tierras ejidales y las tierras comunales se les pasan a otorgar a la gente que las estaba trabajando. Aquí hay un problema porque siempre se dice que el gobierno le quitó las tierras a la gente, eso no es cierto, el gobierno no le quitó la tierra a nadie, el gobierno lo que hizo fue decretar la privatización de la tierra y se le dio a quien la estaba trabajando, pero el problema es que la gente en esa época no sabía leer y escribir y no sabían cuál era el proceso para titular la tierra, entonces hubo mucha gente que no conoció el proceso y los abogados se aprovecharon de ellos obviamente, los hicieron firmar y una vez ya habían firmado por la tierra les quitaban una parte”, asegura José Ramírez.
En otros casos, los dueños de las tierras las dividían entre el número de hijos que tenían o, en escenarios menos favorables, varios propietarios empezaron a poner sus propiedades como garantía de préstamo y la perdieron. Otros empiezan a venderlas.
Por medio de estas acciones es que se empieza a generar la acumulación de tierras por parte de las familias con mayores posibilidades económicas.
“Ahí es donde ya empiezan a surgir los grandes productores de café... Ya para la década de 1920 sí tenemos ya una élite cafetalera bastante fuerte que va a durar hasta la década de 1970”, agrega el historiador.
El Salvador se encontraba de maravilla gracias a la exportación del café, la cual era el principal motor de la economía en aquel entonces.
“Se ha manejado por un montón de tiempo el mito de las 14 familias, eso es completamente falso, no existieron las tales 14 familias o ‘La argolla dorada’, como la gente le decidió llamar”.
Según el experto, la mención de las 14 familias fue solo un recurso literario que utilizaron los escritores de la época para adornar la historia, como Roque Dalton. Se hablaba de 14 familias por los 14 departamentos de El Salvador.
“Se supone que había un magnate por cada departamento, era una herramienta literaria pero no es cierto que hubieran 14 familias eso no es así. Lo que hubo fueron élites mucho más grandes de personas que manejaban el negocio del café”, concluye el historiador.
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