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Cómo se construyó la colosal obra que formó el lago Suchitlán y cuál es su conexión con las curiosas colonias circulares en Chalatenango

La construcción del lago Suchitlán fue una titánica obra llevada a cabo poco antes de la guerra civil en El Salvador y está amarrada a la aparición de tres colonias con una peculiar forma circular en Chalatenango que pueden distinguirse desde las alturas.

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Foto de LA PRENSA/Archivo

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El lago Suchitlán, el cuerpo de agua más grande de El Salvador, hizo su aparición de manera relativamente reciente, si se compara con la milenaria edad que tienen otros caudales. 

No fue producto de un proceso natural, sino de la intervención humana, pues en realidad es el embalse de la Central Hidroeléctrica Cerrón Grande, una “presa de tierra, roca y arena, con núcleo impermeable, de 800 metros de largo, 70 metros de alto y 400 metros de anchura en la base”, “con un volumen de relleno de más de 5 millones de metros cúbicos”, cuatro compuertas que descargan 6,500 metros cúbicos de agua por segundo y un “lago” de 135 kilómetros cuadrados que puede almacenar 2,180 millones de metros cúbicos de agua, según datos de la Comisión Ejecutiva Hidroeléctrica del Río Lempa (CEL).

Foto de LA PRENSA/Michael Huezo

Con la colosal obra se transformó para siempre y en la misma escala el paisaje de aquel valle en la cuenca El Paraíso y la vida de miles de salvadoreños, pues para su creación se tuvo que inundar varios cantones con todo lo que había en ellos.

Ocurrió en los setenta, sólo unos años antes de la guerra civil salvadoreña, para ponerlo en contexto, y dio el origen a la creación de tres colonias con peculiar forma circular en Chalatenango, las cuales hasta hoy asombran con su redondez a quienes las conocen. Dependiendo de la edad de quien lo lea, el tiempo en que ocurrió todo aquello puede sentirse lejano o cercano. Lo cierto es que ya pasó medio siglo.

Foto de LA PRENSA/Michael Huezo

¿Por qué se construyó?

La electricidad en El Salvador llegó a finales del siglo XIX y en 1925 se presentaron las primeras propuestas para aprovechar los recursos fluviales para generarla, lo que comenzó a concretarse en 1945 cuando se creó la CEL. En ese entonces, un consultor enviado por el Gobierno estadounidense estableció la factibilidad de construir varias presas en el río Lempa, según documentos de la misma institución.

Para los setenta ya se habían construido las centrales 5 de noviembre (1954) entre Cabañas y Chalatenango; la de Guajoyo (1963) en Santa Ana y centrales térmicas en Acajutla.

“Casi la totalidad del territorio nacional estaba servida por redes de electrificación rural”, según datos de la CEL. 

Sin embargo, la electricidad era todavía un lujo ajeno a algunos de los sectores más empobrecidos de El Salvador, como los cantones inundados para crear el embalse Cerrón Grande; y mientras la demanda iba en aumento el país no tenía la suficiente capacidad energética instalada para abastecerla.

“El problema básico que ha dado origen al proyecto Cerrón Grande es el crecimiento en la demanda de electricidad en el país”, consigna la Universidad Centroamericana José Simeón Cañas (UCA) en un estudio crítico que realizó en 1972, cuando se evidenció que el plan de inundar aquel valle iba en serio y “dada su trascendencia para todo el país por sus implicaciones sociales y económicas”.

“El sector rural pronto se vio inmerso dentro de esta necesidad (de electricidad) gracias al consumo agrícola, es por ello que se debió impulsar dos ambiciosos proyectos: el primero consistía en un sistema eléctrico que comprendía la mayor parte de la zona urbana; el segundo, que diera cobertura a las demandas del área rural, con el objetivo de resolver las necesidades agrícolas de este sector”, indica por su parte la CEL.

Agrega que “en ese contexto, las centrales hidroeléctricas 5 de Noviembre y Guajoyo se vieron insuficientes para satisfacer dichas demandas”, por lo que se vió la necesidad de construir una tercera presa de grandes proporciones y se hizo “aguas arriba de la presa 5 de Noviembre, entre los departamentos de Chalatenango y Cabañas”.

Foto de LA PRENSA/Michael Huezo

La CEL consigna que inicialmente “se había nombrado como ‘Proyecto Poza del Silencio’”; sin embargo, más tarde fue nombrada como Central Hidroeléctrica Cerrón Grande, como se conoce hasta la fecha.

Según la información oficial de la institución, “desde 1940 había abordado distintas aproximaciones, ya que era un sitio apropiado, como el único espacio donde puede formarse un embalse de gran magnitud, completamente dentro del territorio salvadoreño, para obtener un mejor control del río Lempa”.

La encargada de realizar los estudios previos a la obra de la presa Cerrón Grande fue Harza Engineering Company, contratada por CEL desde los años cincuenta para preparar los diseños y especificaciones para construir las centrales y fabricar equipos eléctricos y mecánicos. 

Entre las tres centrales que existían se alcanzaba una capacidad de 166 MW de potencia, pero se preveía que la demanda se triplicaría en los ochenta y “para cubrir ese aumento, Harza propuso un programa que incluyó la presa Cerrón Grande (270 MW) y dos termoeléctricas (132 MW)”. 

Para el Cerrón Grande, Harza hizo un estudio de costos y beneficios hasta 2026.  Dentro de los costos primarios se incluyó la compensación por la tierra y reubicación de la población, así como la relocalización de carreteras, puentes y el ingenio San Esteban; así como los costos de construcción de calles de acceso y el reentrenamiento de campesinos como parte de programas compensatorios.

Sin embargo, el análisis de la UCA advirtió debilidades en los cálculos presentados, comenzando por el número de personas afectadas con la creación del embalse y dudas en la compensación justa por las tierras para los pequeños propietarios, quienes mostraban una férrea oposición al proyecto que dejaría sus hogares y años de esfuerzo bajo agua.

Según la UCA, Harza advirtió que “los valúos para la compra de tierras en el área inundada pueden no ser aceptables para los propietarios privados” y que “en algunos casos el precio de venta puede no cubrir todos los costos del propietario, tales como los gastos de relocalización o aprender un nuevo tipo de ocupación”.

“Es indudable que de ese costo no pague la CEL ni el Gobierno, tendrían que pagarlo con reducción de ingresos los propios trabajadores, o los que compitan con ellos por el trabajo no calificado. A nadie escapa la terrible injusticia que eso representa. Los costos para la sociedad debe pagarlos la sociedad y no unos cuantos miembros de ella; mucho menos deben pagarlos unos campesinos, ya viviendo en la pobreza, con la pérdida de sus ingresos”, señaló la UCA en 1972.

Al mismo tiempo, los académicos destacaron que existían “otros programas alternativos además de los planteados por Harza suficientemente atractivos para ser tratados a fondo”. “Zapotillo, Paso del Oso y La Pintada, al menos, deberían incluirse en programas alternativos a Cerrón Grande”, recomendaron.

La construcción de la represa

De acuerdo con datos de la CEL, las labores relacionadas a la presa se iniciaron en 1972 con la construcción de vías de acceso al Cerrón Grande “contempladas en ambas márgenes del río Lempa, en los departamentos de Chalatenango y Cabañas”.

Pero el Proyecto Hidroeléctrico “entró a su etapa de realización concreta en 1973, contándose para ello con la decidida cooperación de los Poderes Públicos”. Agrega que “en octubre de 1973 se adjudicó la licitación para la construcción de las obras civiles y montaje de equipos del Proyecto Hidroeléctrico Cerrón Grande al consorcio EMKAY-TEER, la cual dio inicio a los trabajos en ese mismo año”.

Una de las primeras obras que se hicieron fue el túnel para desviar el afluente para así poder iniciar la construcción de la presa. “En el segundo trimestre de 1973 finalizaron los trabajos de construcción del túnel de desvío con 170 metros de longitud y 8 metros de diámetro, necesario para desviar el río Lempa y dejar en seco la parte de su lecho en que se levantaría la presa del Cerrón Grande y a finales de ese mismo año se finalizó la construcción de la estructura de Bocatoma”, relata la CEL. También se “iniciaron las primeras excavaciones en el lugar correspondiente al estribo derecho de la presa y sitio previsto para la Casa de Máquinas”.

La desviación del río, “considerada clave en la ejecución del proyecto, se realizó por medio de un dique provisional que empezó a construirse por la margen derecha. Las aguas desviadas se precipitaron por el túnel previamente construido con ese fin”, detalla.

Foto de LA PRENSA/Michael Huezo

En tanto, “los equipos destinados a la construcción de las obras civiles del proyecto empezaron a llegar al país en noviembre de 1973. Durante ese período se realizaron trabajos relacionados con la apertura de caminos y vías de acceso a las áreas de trabajo. También se llevaron a cabo trabajos preliminares de terracería en el sitio donde serían construidas las bodegas, planteles de mantenimiento, oficinas, comedores y viviendas del personal de los contratistas”.

Ese año también se sacó a concurso la “construcción del campamento de operadores del Cerrón Grande, el cual constaba de cuarenta viviendas de sistema mixto de varios tipos, tres edificios destinados a la prestación de servicios sociales y asistenciales para la comunidad, una casa de huéspedes, sistemas de agua potable, aguas negras y drenaje, calles, cordones, cunetas, aceras y pavimento de adoquines”.

Félix Barrera, quien es habitante de Suchitoto y labora en las oficinas de la Unidad de Turismo de la localidad, recuerda que “se armaron inmensos diques para retener el agua del río Lempa” y durante todo el año 1976 el agua comenzó a subir hasta “lo que tenemos ahorita”. 

Foto de LA PRENSA/Michael Huezo

La Central fue inaugurada en febrero de 1977 por el presidente Arturo Armando Molina y asistieron los presidentes de Guatemala y Nicaragua, entre otros funcionarios y personalidades, y el siguiente mes entró en operación comercial con una capacidad instalada inicial de 135 MW. Sin embargo, según información oficial de la CEL, “el programa de construcción de esta importante obra quedó terminado a mediados del año 1977, tanto en los rubros de ingeniería civil como en lo referente al montaje de equipos eléctricos y mecánicos”.

De acuerdo con la CEL, “el costo total de la Central Hidroeléctrica de Cerrón Grande se estimó en aproximadamente 250 millones de colones” y se financió “con préstamos del Banco Interamericano de Desarrollo y del Banco Internacional de Reconstrucción y Fomento” así como con “una emisión de bonos locales y recursos propios” de la institución.

Fotografía del ferry en el lago Suchitlán. Foto: cortesía/Centro Arte para la Paz

¿Cómo era todo antes del lago?

“Era un lugar bellísimo. Había bosques, ríos, grandes árboles de conacaste, altísimos. Estaban varias haciendas y cada hacendado tenía sus colonos. Esos colonos vivían alrededor de la hacienda, ahí mismo tenían su trabajo y forma de vida. Había grandes planadas y lugares de mucho cultivo”, cuenta Barrera.

El lugar lo atravesaba el río Lempa y hasta el día en que todo se cubrió con el embalse de la presa, en esas tierras se cultivaba maíz, maicillo, caña de azúcar, arroz, algodón, entre otros productos.

“En Semana Santa, el tour por excelencia de todos nosotros era irnos a las riberas del río Lempa. Teníamos sandía, melones, muchos cultivos… nos íbamos a las lunadas con mariachis, música, guitarra. Las lunadas era cuando la luna está llena. Nos íbamos a las playas del río Lempa a pasar una noche divertida. Antes no había todos los centros turísticos que había hoy”, recuerda Barraza. 

La superficie que sostiene el lago Suchitlán es parte de la cuenca El Paraíso, un área de terrazas y llanuras aledañas al río Lempa que inicia desde el río Suquiapa y llega hasta la desembocadura al río Quezalepa cerca de Suchitoto. Ahí se practicaba la agricultura desde tiempos inmemorables, según describen William R. Fowler, Jr. y Howard H. Earnest, Jr. en “Patrones de asentamiento y prehistoria de la cuenca de El Paraíso de El Salvador” publicado en una revista de la Universidad de Boston en 1985.

Foto de LA PRENSA/Michael Huezo

Según el mismo documento, en el lugar quedaron sepultados importantes sitios arqueológicos como “Las Flores”, que quedó en la parte más profunda del embalse, a unos 243 metros de profundidad.

“El lago Suchitlán está sobre 135 kilómetros cuadrados, que es toda la extensión del lago, y está sobre los departamentos de Chalatenango, Cabañas y Cuscatlán”, cuenta Barrera.

Explica que el nombre Suchitlán se lo dio el cineasta y escritor Alejandro Coto. “Para olvidarnos un poco de la tragedia de la presa Cerrón Grande se creó este nombre, Suchitlán, que significa lugar de flores”, cuenta. 

“Teníamos aquí un valle muy hermoso con los principales cultivos de El Salvador. Fue el primer bajón para Suchitoto, la construcción del lago Suchitlán. De esa parte salieron miles de personas afectadas porque tuvieron que dejar sus casas, sus terrenos, sus animales, ahí fueron sepultados un cantón por completito, el cantón Trinidad, un cantón muy fértil que lo bordeaba el río Lempa y el río Quezalapa”, recuerda Barrera, quien finalizaba la adolescencia cuando fue creada la represa. Ahora tiene 67 años.

¿Quiénes vivían en aquel valle?

La CEL estimó en aquel entonces que la población afectada rondaba unas 1,500 familias que sumaban de 8,000 y 10,000 personas, indica la UCA en el documento de los setenta; sin embargo, los académicos consignaron que “aún estos números nos parecen inferiores a los reales, de acuerdo a los valores de población de los diversos núcleos afectados, y de acuerdo también a las observaciones directas realizadas por nosotros en la zona”. 

Al consultar sobre el dato a la CEL, el Departamento de Adquisición y Administración de Inmuebles, Servidumbre y Catastro indica que “no se dispone de la información solicitada sobre el número total de personas desplazadas, en razón de que la información tiene más de 52 años”.

La UCA realizó en 1972 una encuesta a 812 jefes de familia como una muestra de todas las poblaciones afectadas; proceso durante el cual “varios entrevistadores fueron interrogados en la calle por unos policías acerca de lo que andaban haciendo, y un grupo fue conducido a la Comandancia de la Guardia Nacional, también para ser interrogados”.

El estudio arrojó que la mayoría eran campesinos con familias numerosas, con cinco o más hijos e hijas; las casas eran de adobe, con una o dos habitaciones, la mayoría sin electricidad, sin servicio de agua potable, sin baño y sin letrina, con techos de teja, algunas con piso de ladrillo. Y hacía una observación importante: “al no disfrutar de la electricidad, no pueden ver en qué les vaya a beneficiar su incremento”.

Pese a la falta de comodidades, “la gran mayoría” tenía casa propia, excepto por los colonos, quienes habitaban y trabajaban en las haciendas. El salario de los campesinos variaba según su género: a los hombres les pagaban 2.25 colones y a las mujeres 1.75 colones; sin embargo, a ambos les descontaban cincuenta centavos de alimentación. 

“Por comida les dan tres veces al día (...) dos tortillas grandes de maíz, con unos pocos frijoles parados sobre las mismas. En alguna de las haciendas les dan de vez en cuando algo más, como queso, chorizo, o alguna otra cosa. Pero hay haciendas en las que nunca se les ofrece esto último (...) Preguntados los trabajadores si podían quedar satisfechos con esa comida, contestaban que al principio se sentía gran hambre, pero que luego el cuerpo se acostumbra, y que mejor es eso que no tener nada, y que si protestan, pierden el trabajo”, consignó la UCA.

Por otro lado, la encuesta evidenció que los pobladores desconocían hasta qué punto serían o no afectados con la creación del embalse: “No sabían a ciencia cierta si estaban afectados o no, y muchos de ellos nos lo preguntaban a nosotros. Al mostrarles el mapa de la zona afectada, se interesaban vivamente en poder ver si el proyecto les tocaba a sus intereses”.

Sin embargo, la oposición al proyecto era tajante: “Algunos juran que matarán a los que lleguen a trabajar, aunque los maten ellos. Otros muchos dicen que no saldrán de allí de ningún modo, y que dejarán que las aguas los ahoguen. La mayoría, en fin, nos dijeron que no negociarán a ningún precio”.

Debido al proyecto también surgieron enemistades: “la población se encuentra muy dividida, ya que la cooperativa está en tratos de venta con la CEL, y algunos de los miembros, y otros habitantes afectados no están de acuerdo con la negociación, por venta lesiva de sus intereses. Han surgido enemistades profundas entre vecinos. Hay una gran tensión”, describe.

Medio siglo después, la CEL apunta que la reubicación, “que aludía a la idea de desplazar a los habitantes de la zona a inundar hacia los tres núcleos habitacionales que la CEL había diseñado”, fue una de las más importantes dificultades que se enfrentaron para llevar a cabo el proyecto. 

Por su parte Barrera expone que “hablar de esta parte para nosotros resulta bastante doloroso por las historias que se vivieron en ese lago”. “La presa Cerrón Grande se comenzó a construir en 1973 para llenarse en el invierno de 1976. Era muy triste ver el agua subiendo y la gente no quería salir de sus propiedades porque era su vida, ahí tenían su ombligo, como nosotros decimos. Toda esta gente fue a establecerse a diferentes lugares de Cuscatlán, de Suchitoto, gente que huyó para diferentes lugares del mundo (...) Fue la primera desgracia para Suchitoto, después de eso viene la guerra, en el 78-79 que comenzó la cosa”, rememora.

En uno de los cantones inundados, Areneros, había una escuela de tres pabellones de cuatro aulas cada uno que se habían construido entre la ayuda del programa Alianza para el Progreso y el esfuerzo de los vecinos que buscaron ayuda. Ahí, unos 500 alumnos acudían a cursar hasta el séptimo grado. Eso también quedó inundado.

Los desplazamientos

La CEL indica que “en 1972 se creó un organismo encargado específicamente de la adquisición de las tierras” que serían inundadas con el embalse y “el precio de cada inmueble se determinó individualmente por peritos evaluadores considerando factores como accesos, servicios básicos, tipo y clase de suelos, y el precio comercial de la zona”. 

Asegura además que “el Ministerio de Agricultura y Ganadería colaboró en la calificación de las tierras afectadas para asegurar una indemnización justa en la calificación de las tierras afectadas para asegurar una indemnización justa”.

“Este fenómeno consistía esencialmente en comprarles las propiedades a las personas que resultarían afectadas por la construcción de la presa Cerrón Grande, para luego venderles propiedades en las colonias de reubicación”, resume.

Sin embargo, las reubicaciones eran solamente para quienes cumplían un perfil y quedó plasmado en la “Ley Transitoria para la Ejecución del Programa de Reubicación de Pobladores Desplazados por el Embalse de Presa Cerrón Grande” que se creó con dicho motivo, publicada en el Diario Oficial del 13 de junio de 1974. 

Según esta legislación, se consideraban sujetos del programa de reubicación “todas aquellas personas carentes de recursos suficientes para reubicarse por sí mismas, que al 15 de agosto de 1972 se encontraban residiendo de modo permanente en el área afectada por el embalse de la presa”, ya sea “en viviendas de su propiedad o en viviendas existentes en terrenos ajenos”, así como los “poseedores de minifundios o pequeñas propiedades agrícolas situadas en el área a inundarse”. Para ello se apoyaron de los registros censales efectuados, pero las personas debían probar “su imposibilidad de reubicarse” por sí mismas.

En la misma se establece que la CEL podría “adquirir a cualquier título o mediante expropiación, los inmuebles e instalaciones” que estimara necesarios “para la construcción de viviendas, servicios públicos, provisión de tierras de labranza y generación de empleo”.

La CEL indica que “adquirió los inmuebles necesarios para el Programa de Reubicación de Pobladores desplazados por la construcción de la Presa del Cerrón Grande a través de permuta, donación, compra directa o expropiación”.

Según el relato de los habitantes, cuando se concretó la construcción del embalse algunas personas se reubicaron en sitios aledaños, otras migraron hacia otros departamentos y otros más al extranjero.

“Cuenta mi papá que la gente estaba confundida, no tenía lo económico ni cómo movilizarse ni hacer nada”, relata Maira Beatriz Guardado, administradora del Centro Arte para la Paz en Suchitoto. Sus padres, y ella, viven en una de las colonias Reubicación creadas del lado de Chalatenango donde fueron reubicados parte de los afectados con la inundación.

“Se crearon tres reubicaciones. Arquitectónicamente son redondas. Son tres círculos que se conforman por 16 polígonos y en esos polígonos hay una barbaridad de casas”, describe Guardado.

De acuerdo con la CEL, “el encargado de diseñar la construcción de los núcleos habitacionales denominados como Reubicaciones 1, 2 y 3 fue el arquitecto Félix Osegueda Jiménez, nombrado en abril de 1973 como Gerente técnico” de la institución.

“Dichas colonias vistas desde el aire parecen tres círculos, hechos a la medida con un compás gigante; además de ser una obra arquitectónica muy curiosa, este proyecto resultó ser muy funcional, novedoso, el cual atrajo desarrollo a las familias que al final ahí se reasentaron pues les facilitó el acceso a la salud, a la educación, al agua potable y la electricidad, entre otros”, asevera la institución.

Guardado explica que la CEL vendió los solares a costos flexibles. Así, muchos de los suchitotenses terminaron viviendo en Chalatenango. “Hay mucha gente originaria de Suchitoto. Por eso tienen muchos lazos familiares entre Chalatenango y Cuscatlán, porque solo nos divide el lago”, expone.

El artículo 8 de la Ley para las reubicaciones establecía que “el valor de cada vivienda o parcela de tierra de labranza” sería “pagado por el adquirente” mediante cualquier combinación de tres formas. La primera era “en efectivo, ya sea con fondos propios, con fondos provenientes de la indemnización” o “los que obtenga de instituciones nacionales de financiamiento”. La segunda era “con el valor de los materiales que aporte para la construcción de viviendas u otras obras del programa” y una tercera era “con el aporte de su esfuerzo y el trabajo de su familia en el programa”.

Pedro Serrano, tío de Guardado, dice que había tres tipos de viviendas las que se dieron en opción de adquirir en las Reubicaciones, con costos que rondaban entre 3,200 y 4,200 colones. Además, por un terreno se pedían 3,000 colones. “La gente se enjaranaba en 7,200 colones… en esa época ganar un colón costaba mucho, porque la gente trabajaba de sol a sol, de 6 a 4 de la tarde. Ese pago lo dejaron para cuando la gente fuera pudiendo pagar”, recuerda.

Asegura además que la construcción de las Reubicaciones se dio debido a la presión que ejercieron ciudadanos organizados que exigieron una solución al Gobierno de Arturo Armando Molina. “Fue un acuerdo para que la gente pudiera repoblarse, porque inicialmente solo le iban a comprar la porción que tenía y ahí que viera para dónde agarrara. La CEL ponía los precios y tenían que ser aceptados. Los dueños de las casas, terrenos, no ponían precio, sino que era la CEL. ‘Si no quieren vender, el agua lo va a sacar’, decían”. 

En el caso de quienes no quisieron vender, se aplicó la Ley de expropiación de terrenos para las obras de electrificación nacional, publicada en el Diario Oficial del 16 de junio de 1950. Según la CEL, esta “describe el procedimiento para todos aquellos casos en los que CEL no pudiere adquirir por contratación directa con los propietarios o poseedores”.

Serrano enumera algunas de las localidades que fueron afectadas: “Santa Cruz se inundó gran parte también; San Francisco Lempa, cantón Los Zepedas, Areneros, se inundó también la gente que vivía en El Dorado, otro cantón que le dicen El Cantón y así ahí para arriba… muchos lugares, y por el lado sur del lago se inundó un caserío que le decían Zacamil, La Chacra, El Jocotal, Copinol, Trinidad, San Juan por Suchitoto, San Cristóbal, El Tablón, Los Palitos”.

Un mapa gigante de Suchitoto ocupa parte de una de las paredes del Centro Arte para la Paz frente a un jardín. En él se detallan los sitios que ocupaban cuatro de las localidades que ahora están bajo el lago Suchitlán: los cantones El Tablón, San Juan y La Trinidad, y el caserío Los Palitos.

Foto de LA PRENSA/Michael Huezo

“Los cantones fueron llenados completamente. El cantón de La Trinidad, parte de la hacienda Colima sobre la Troncal del Norte, la Hacienda de San Cristóbal… se llenaron las principales tierras agrícolas, se perdieron”, narra Barrera.

Entre las repoblaciones masivas que se dieron tras la inundación, el mapa define dos principales: Repoblación El Barrio y Repatriación de Copapayo. 

“Yo vivía en el cantón Copapayo”, narra Pedro Serrano, tío de Guardado. Cuenta que su esposa es parte de las que fue a vivir a las Reubicaciones en Chalatenango. “Fue gente de Copapayo, Santa Teresa y San Juan de la Reina”, indica. Él vive en una de las Reubicaciones, pero dice que llegó en 1987.

Santa Teresa es uno de los sitios que absorbió el embalse y muchos de sus exhabitantes y descendientes, ahora con vida en las Reubicaciones o el extranjero, se organizan para reunirse en abril en honor a la patrona Santa Teresa y recordar sus antiguos hogares. 

“Ahora se ha formado un grupo de Tereseños. Algunos vivieron eso y otros son hijos, sobrinos… siempre van al lugar donde vivieron antes, que ahora está cubierto. Cuando baja el agua se van a hacer sopas”, reseña.

Hoy: medio siglo después

Actualmente el lago Suchitlán es parte de los atractivos turísticos de Suchitoto, con tours en lancha o ferry, sin embargo no es apto para bañarse debido a la contaminación.

Foto de LA PRENSA/Michael Huezo

“Hay cooperativas de lancheros que dan el tour a diferentes sitios turísticos, islas que han quedado, los lugares más altos que no se inundaron, de cerros que no se inundaron”, dice Barrera, y explica que son territorios de CEL, que compró todas las propiedades. 

En cuanto a las “tierras fluctuantes”, que aparecen o desaparecen según la temporada y nivel del lago, estas son utilizadas por cooperativas de agricultores “para sembrar ayotes, frijol y pipianes”.

Por otro lado, agrega que “hay muchos pescadores que se dedican a la pesca, a donde encuentran sustento diario” y “se está cuidando la isla Los Pájaros que está en proceso de restaurarla, para tenerla como lugar turístico”.

Barrera comparte sus recuerdos al calor del pleno mediodía, cuando recién acaba de regresar de almorzar para seguir recibiendo los turistas que acuden a su oficina en búsqueda de alguna recomendación sobre qué hacer en el pueblo. “Suchitoto antes no era tan caliente como lo es hoy”, sino que “era más fresco”, dice. “Si Suchitoto ahora es caliente es por el reflejo que tenemos del lago”, señala.

Foto de LA PRENSA/Michael Huezo

En su oficina los viajeros pueden adquirir mapas con el detalle de la riqueza cultural y turística de Suchitoto, así como parte de su historia. Según esto, está conformado por 28 cantones y 77 comunidades. Su población “es de origen precolombino y sus moradores pertenecían a la etnia nahuat pipil”. Agrega que su población urbana es de unos 7 mil habitantes mientras que en la zona rural es de 20 mil.

Es parte del Sitio RAMSAR del Humedal del Centrón Grande y “es un sitio de alimentación, cría y descanso del mayor número de aves acuáticas, tanto residentes como migratorias a nivel nacional”. Además, en el lago se encuentra el Turicentro Puerto San Juan, con miradores, restaurantes y paseos en lancha.

En las cercanías de Suchitoto hay cascadas, como la de Los Tercios, y “su pasaje rural está definido por el predominio de los cultivos de caña de azúcar, cereales, árboles frutales, hortalizas, pastizales” y “escasas zonas forestales como el área protegida de Colima, al norte de las faldas del Cerro de Guazapa”.

En noviembre, Suchitoto celebra el Festival del Añil mientras que en diciembre tienen lugar sus fiestas patronales en honor a la Virgen de Santa Lucía.

Además de la carretera que conecta Suchitoto con San Martín hay otras vías que lo conectan con Aguilares y con Cinquera. 

Añade que el nombre de Suchitoto “podría hacer referencia como indicador de la abundancia de chiltotas en la zona desde la época prehispánica”, pues las chiltotas también fueron conocidas como “suchitutut” que en nahuat significa “pájaro en forma de flor”.

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