
La exposición “San Avilés”, que contiene obras que reflejan la evolución técnica y el proceso formativo del artista salvadoreño, estará abierta hasta septiembre, suficiente tiempo para impregnarse del talento que lo hizo único.
Su nombre, por sí solo, ya es sinónimo de un grande. Y vaya que lo es. Ernesto “San” Avilés le duró muy poco a El Salvador, pero esos 59 años de vida lo convirtieron en un inmortal de las artes plásticas.
Su obra, descrita por algunos como ultrarrealista, hiperrealista, surrealista y hasta miniaturista, está marcada por la tradición del realismo europeo, algo concordante con el hecho de que fue en ese continente donde desarrolló principalmente su trabajo. Su estilo minucioso incluye técnicas en pintura como el temple al huevo, óleo, acrílico, acuarela y encáustica; y dibujos en carboncillo, lápiz, pastel seco y graso, bolígrafo, y tinta china, entre otros.
Debido a esa relevancia es que surge la iniciativa de exponer su trabajo en “San Avilés”, una muestra conformada por 49 obras, curada por el sobrino-nieto del pintor, Juan Santiago Martínez, con el apoyo de Jaime Izaguirre, curador del Museo de Arte de El Salvador.
La mayoría de estas piezas no se habían expuesto antes en el país porque pertenecen a colecciones privadas y otras son de la colección de la familia del artista, por lo que esta se convierte en una oportunidad única para conocer o ahondar en su trayectoria. “Veremos detalles minuciosos en cada una de sus obras que reflejan la enorme pasión por crear imágenes, escenas y personajes complejos que nos invitan a descubrir capas de significado que van más allá de la superficie”, detalla el MARTE.
“San Avilés” resume una selección que refleja tanto su talento como la sólida base académica adquirida -entre 1950 y 1954- en la academia de dibujo y pintura del maestro español Valero Lecha, formación que consolidó su vocación.
Esta exposición, que ofrece una ventana gratuita a su obra, incluyendo algunos elementos personales resguardados por la familia, comparte su atenta mirada a través de sus obras con cada pincelada. Solo basta observar minuciosamente y descubrir capas de significado que van más allá de la superficie.
Cada trazo, desde el delicado dibujo de un cabello, hasta el brillo en la piel de sus personajes o en las frutas que pinta invitan a detenerse, a mirar con atención y a apreciar cada detalle, ofreciendo un espacio de contemplación.
El museo capitalino manifiesta: “Se destaca su marcada preferencia por el cuerpo masculino, que, más que una simple representación, se transforma en un deleite visual gracias a la minuciosidad y paciencia con que el artista plasma cada trazo. La meticulosa observación y el profundo disfrute del proceso en la pintura de San Avilés son su sello inconfundible”.
Mientras que Martínez enfatiza que “merece la pena reiterar la importancia de salvaguardar un espacio en la historia del arte de El Salvador. Es importante defender su riqueza artística y estilística frente a un mundo donde la virtuosidad y la estética pierden valor”.
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