
La gran inundación ocurrió en la mañana del 12 de junio de 1922. Los barrios Candelaria y La Vega fueron el epicentro de la catástrofe producto de unas intensas lluvias, pero también sucedieron otras inundaciones en partes bajas de la capital, así como en otras partes de El Salvador.
Inundación en una calle del barrio El Calvario de San Salvador en 1922. Fotografía tomada del libro "San Salvador, el esplendor de una ciudad" de Gustavo Herodier.
Dos de los principales barrios de San Salvador, Candelaria y La Vega, fueron sorprendidos por una gran inundación en el primer cuarto del siglo pasado, en 1922, cuando se desbordaron los ríos Arenal y Acelhuate debido a persistentes lluvias; después de más de cien años, esas son parte de las zonas donde se vigila con especial atención el caudal de los ríos cuando azota una tormenta considerable.
Para situar en contexto, San Salvador era para las primeras dos décadas del siglo pasado una “ciudad tan pequeñita” que sitios que hoy se conocen como el parqueo de la calle Los Ilustres “era todo monte” y “grandes guayabales”, la calle Arce estaba llena de predios baldíos y el filo de la ciudad se encontraba en el Hospital Rosales. En el otro extremo, a San Jacinto se llegaba por un puente angosto por medio del tranvía, primero de mulas y después eléctrico, según narra en el libro Estampas del viejo San Salvador, Julio César Castro.
Hay que tomar en cuenta que para entonces no existía una red de acueductos del tamaño adecuado para disponer correctamente de las aguas de la ciudad.
Para 1843 sí se tenían ya cañerías que llevaban el agua hasta la ciudad y los fontaneros también figuraban entre los oficios muy solicitados, “teniendo que esperar hasta tres días para que ellos prestaran sus servicios”.
Sin embargo, los primeros acueductos subterráneos y cloacas de San Salvador se comenzaron a construir en 1868, durante la administración del presidente Francisco Dueñas, unos cincuenta años antes de la gran inundación, de acuerdo al libro Crónicas de Oro, San Salvador, Tomo I. Fue así que se construyó “el primer ramal subterráneo, que iba a quitarle a la ciudad capital el resabio provinciano y colonial que le daban las aguas fangosas y los baches”.
No obstante, dicho sistema fue para las aguas negras, que hasta antes de eso corrían en medio de las calles, y no existía un sistema como el actual para controlar las lluvias que inundaban las vías.
Las calles tenían una inclinación hacia el centro, para encauzar ahí los torrentes, y era común la utilización de “puentes portátiles”, los cuales se colocaban atravesando las vías cuando debido al fuerte aguacero “las correntadas cubrían toda la calle”, narra Castro.
Según este escritor, “la municipalidad capitalina mandaba a hacer puentes portátiles para colocarlos en ciertas esquinas de las principales calles” y “su construcción consistía en un grueso tabloncillo a todo lo largo del ancho de la calle y en uno de sus extremos se les adaptaba unas ruedas y en el otro extremo dos patas de la misma madera a fin de darle el suficiente alto para que las correntadas no pasaran sobre tal puentecito”.
“Se ponían en invierno en las principales calles y avenidas del centro de la capital (...) allá por los primeros años del siglo XX hasta el 1922 que se comenzó la pavimentación en San Salvador, nuestras calles eran empedradas y sin tragantes en las esquinas, por lo que las grandes correntadas en invierno se formaban en el centro de dichas calles al grado de que no era raro ver que de acera a acera eran los grandes ríos que se formaban”.
Sin embargo, los puentes portátiles no eran tan seguros, pues "las más de las veces ya no estaban en su sitio porque la corriente era tan fuerte que los arrastraba hasta media cuadra y había que esperar que algún patriota se lanzara al agua y colocara dicho puente en su sitio”. También, “algunos por guardar el equilibrio caían al agua y entonces eran las risotadas de las gentes que esperaban en uno u otro lado pasar al mismo tiempo”.
La gran inundación ocurrió en la mañana del 12 de junio de 1922. Los barrios Candelaria y La Vega fueron el epicentro de la catástrofe, pero también sucedieron otras inundaciones en partes bajas de la capital, “pues no habiendo tragantes en las esquinas, las correntadas eran enormes en el centro de las calles empedradas que hacían imposible el paso de peatones y solo se hacía por medio de puentes de madera portátiles, los que a veces eran arrastrados por las correntadas”.
“Muchas personas se dieron por desaparecidas porque nunca se encontraron sus cadáveres”.
Según narra Castro, “toda la madrugada de ese día cayó sobre San Salvador una lluvia intermitente, y como a las 6:00 de la mañana arreció tal aguacero al grado de que a los pocos minutos las correntadas del arenal se desbordaron y los puentes no fueron suficientes para dar paso a semejante cantidad de agua, desbordándose sobre las calles y casas de Candelaria y La Vega, las cuales fueron arrasadas con todo cuanto poseían, es decir muebles, animales y personas”.
Añade que en la calle Modelo “centenares de gentes buscando su salvación se lanzaban fuera de sus casas y eran arrastradas por la enorme correntada”.
“Hubo casos en que algunos se asían fuertemente a los barrotes de los balcones y aún así eran arrebatados por la fuerza de la corriente, ahogándose y sus cuerpos se perdieron a todo lo largo del río”.
Una laguna se formó en la plazuela del barrio Candelaria, de donde solamente emergía la iglesia de Candelaria y “las casas alrededor que no habían sido arrastradas por la correntada se veían casi a la mitad”.
Algunas personas se salvaron al subir al techo de una de las viviendas que quedó en pie, desde la cual escaparon mediante un lazo que formaba como un puente colgante.
“Quienes vivíamos cerca y nos dimos cuenta cabal de todo, logramos cuando amainó un poco la lluvia y las aguas iban bajando de nivel, y amarrados a la cintura con lazos para no ser arrastrados, atravesamos la laguna formada y anduvimos registrando los escombros de donde se sacaban algunos cadáveres”, relata Castro.
“Los cuadros que vimos esa mañana eran desgarradores, pues algunas gentes gritaban enloquecidas buscando a sus hijos, a sus madres o a sus parientes y poco a poco se fueron sabiendo los nombres de los ahogados que fueron quedando dentro del lodo a lo largo del río, pues muchos fueron encontrados más allá de Apopa”, añade.
El suceso quedó registrado en las paredes de la Administración de Rentas, donde se apreciaba el nivel que alcanzaron las aguas en el puente de La Vega.
Castro, que presenció tal tragedia, recuerda que “las aguas de forma fácil tumbaban las casas y todo cuanto había dentro era arrastrado por la corriente”. “No era extraño ver flotando sobre las aguas en remanso, a la orilla de la enorme laguna, muebles de toda clase que habían sido arrastrados desde allá por donde hoy es el Cuartel del Cuerpo de Bomberos, ya que de por allá venía la correntada arrastrando árboles que bajaban desde luego de las Lomas de Candelaria”.
La Prensa Gráfica informó sobre tal suceso, narrando que las lluvias iniciaron desde el 10 de junio y también provocaron el desbordamiento del río San José, en Metapán (Santa Ana) y de la quebrada Izcatal, en San Ildefonso (San Vicente); inundaciones en cultivos en Chalatenango, el derrumbe del puente "Bolaños" en el río Jiboa (Cuscatlán) y del aumento del caudal del río Acahuapa (San Vicente).
Según las publicaciones, unas 300 personas murieron en San Salvador y otras 24 en Colón (La Libertad).
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