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Análisis crítico: La verdad incómoda detrás de la "paz" que prometen

El método infalible, el verdadero método, es convertir cualquier crítica en una declaración de amor al crimen organizado. "¿Cuestionas nuestros métodos? Claramente apoyas a las pandillas".

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Bienvenidos al teatro del absurdo político, donde la función estelar presenta a un gobierno que "derrotó" a las pandillas. Aplausos, por favor. ¿El secreto de su éxito? Negociar bajo la mesa con los mismos criminales que juraron exterminar. Brillante estrategia digna de un mal Maquiavelo.
La ironía resulta exquisita: llegaron al poder montados en la ola del miedo, recibiendo votos de ciudadanos aterrorizados y —sorpresa— de pandilleros que "sugerían amablemente" a las comunidades su preferencia electoral. Un matrimonio por conveniencia que ahora pretenden ocultar como adolescente avergonzado de su fracasado primer amor y que terminó en traición, ¿o no?
Veamos, el cacareado triunfo se sostiene sobre dos pilares de cristal roto: encarcelamientos masivos sin el fastidioso requisito de las pruebas y una maquinaria propagandística que haría sonrojar a Goebbels. Las pandillas no desaparecieron; simplemente bajaron el volumen tras negociaciones que, curiosamente, cuando las hizo el gobierno anterior eran "pactos con el diablo", pero después lo convirtieron en una "estrategia brillante de pacificación".
No olvidemos que, cuando el actual presidente de Estados Unidos era candidato, acusó al régimen salvadoreño de resolver el problema de las pandillas enviando a sus líderes a Estados Unidos y prometió devolverlos deportados (los que hicieron esto fueron “gente estúpida”, dijo), y ahora está cumpliendo su promesa deportando sus problemas como quien regala fruta podrida: deporta criminales y supuestos criminales a mansalva, lo que está bien para la población de Estados Unidos. Pero el actual régimen salvadoreño los recibe con alfombra roja, inflando sus estadísticas de capturas como hay quienes cuentan sus seguidores en Instagram. La sobrepoblación carcelaria no es problema cuando puedes presumir números ante la prensa internacional, olvidando las terribles palabras de aquel candidato en Estados Unidos y ahora presidente.
Las cifras que exhiben tienen más maquillaje que influencer vendiendo cremas milagrosas. Presumen de detenciones masivas mientras organizaciones independientes —esos molestos verificadores de hechos— señalan que la mitad son inocentes, que su crimen fue nacer en el barrio equivocado o tener un tatuaje con el nombre de su madre. Mientras tanto, ahora se sabe, los capos disfrutaban en sus celdas VIP, dirigiendo operaciones con smartphones de última generación.
El método infalible, el verdadero método, es convertir cualquier crítica en una declaración de amor al crimen organizado. "¿Cuestionas nuestros métodos? Claramente apoyas a las pandillas". Lógica impecable, digna de un debate escolar, y los supuestos paladines de derechos humanos locales miran hacia otro lado.
Internacionalmente, El Salvador se vende como el nuevo modelo a seguir. "Redujeron homicidios", celebran países desarrollados, ignorando convenientemente las torturas, desapariciones y juicios exprés. Son como el profesor que felicita al alumno copión porque su copia fue suficientemente creativa.
El verdadero peligro no es el inevitable fracaso de este modelo, sino la destrucción sistemática del Estado de derecho. Primero pactaron con pandillas y luego los traicionaron, ¿o no?; ahora, poco a poco, intentan silenciar a cualquiera que ose cuestionar la narrativa oficial. La "paz" que venden es un simulacro, un videojuego donde la violencia no desaparece, solo cambia de manos.
Pero, ¿y qué importa? Al final, la gente está feliz porque ya no ve muertos en las calles, aunque los cadáveres se acumulen en fosas clandestinas. Los políticos del régimen están felices porque ganan elecciones. Algunas empresas están felices porque pueden vender su imagen de un país "seguro". Y las pandillas, bueno, ellos quizá no están tan felices; lo estuvieron cuando tuvieron un socio en el gobierno. Ahora no tanto, porque ese gobierno, cuando ya no fueron tan útiles, decidió simplemente traicionarlos. O quizá esto también es un pobre teatro, una mala tragicomedia. Así que, ¿quién necesita justicia, derechos humanos o verdad, cuando todos están tan cómodamente felices en esta gran mentira?
Total, mientras haya algo de pan y un buen circo, nadie hará demasiadas preguntas.
 

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