Creo que lo que realmente me emociona de los eventos de conmemoración del Día de la Mujer son charlas que comparten mujeres destacadas, la esencia de sus historias y la pasión con la que las cuentan.
Hay mujeres que dejan grietas en el suelo al caminar. No porque sean ruidosas, no porque quieran imponerse, sino porque la fuerza de su andar y el peso de su experiencia van marcando el camino. Mujeres admiradas por hombres y mujeres, no por haber aprendido a jugar con las reglas de otros, sino por haber escrito las suyas.
Creo que lo que realmente me emociona de los eventos de conmemoración del Día de la Mujer son charlas que comparten mujeres destacadas, la esencia de sus historias y la pasión con la que las cuentan, orgullosas de sus retos y errores, pero más orgullosas aún de cómo lograron superarlos y, después de un par de rayas más para el tigre, se declaran ganadoras.
Escuché a una empresaria, sobreviviente de cáncer, que se reinventó varias veces y no solo construyó un negocio exitoso, sino que también inspiró y animó a otras mujeres luchadoras de esta enfermedad. Tenía una gracia y una energía tan particular que escucharla fue un regalo e inspiración para el auditorio, que la interrumpió más de una vez con sus aplausos.
También escuché la historia de una ingeniera salvadoreña que trabaja en la NASA. Su mamá nació en Lolotique y era de origen humilde, pero, a fuerza de mucha dedicación, supo destacarse en un país que no era el suyo y en un mundo de hombres, sin perder su esencia.
Una de las charlas que más me gustó fue la de un evento en el que una coach habló del valor de las historias, de la autoconfianza, de lo importante que es recordar que lo bueno y lo malo son temporales y que, tanto para los triunfos como para los momentos duros, hay que recordarse la frase “esto también pasará” para recolocar las emociones donde corresponde: ni vanagloriarse cuando todo está bien, ni deprimirse cuando algo sale mal.
Todas las charlas diferentes, todas con una constante: las protagonistas se creyeron capaces.
Y bueno, problemas siempre va a haber, pero he sido testigo de que, cuando una mujer se la cree, todo cambia. La perspectiva cambia, las decisiones cambian, los resultados cambian.
Pero ojo, no es un cuento de hadas ni un cliché de superación personal. Creer en una misma no es repetir afirmaciones frente al espejo ni ignorar los desafíos reales. Es hacer el trabajo. Es formarse, prepararse, caer y levantarse. Es tomar el control de la propia historia, capitalizarla, usarla como combustible y no como ancla.
No se trata de luchar contra los hombres, no es un pleito, es un juego en el que todos ganamos si sabemos jugar con inteligencia, estrategia y autenticidad. Y si queremos a más mujeres en el juego, entonces encarguémonos nosotras mismas de avanzar y, mientras lo hacemos, halar a otras mujeres con nosotras.
Esto solo va a pasar cuando cada mujer reconozca el peso y la potencia de su historia. Que no la minimice, que no la adorne para encajar. Que la cuente, que la use, que la honre, que facture con ella, ¿por qué no?
Comencé diciendo que hay mujeres que caminan dejando grietas en el suelo. Ellas entendieron que las excusas están en nuestra cabeza y que, si el bloqueo es real, entonces no hay que forzarnos por encajar, porque no es ahí. Más trabajo, menos lamentos y a seguir: quedan muchos suelos por agrietar.
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