Año con año, los jóvenes de Tonacatepeque salen a las calles vestidos de seres mitológicos en busca de ayote en dulce; a esto se le conoce como Festival de la Calaviuza. Aunque es una actividad muy popular en El Salvador, ¿sabías que no es tan antiguo como se piensa? Conoce cómo surgió esta celebración y cuál ha sido la importancia de la tradición oral en ella.
"Ángeles somos, del cielo vinimos, pidiendo ayote para nuestro camino, mino, mino", resuena en las calles de Tonacatepeque, en San Salvador Este, cada 1 de noviembre al caer la noche. Decenas de jóvenes caracterizados como personajes mitológicos recorren las principales calles de la ciudad en el Festival de la Calaviuza.
Esta celebración posee un origen peculiar, pues, contrario a lo que se creería, inició hace apenas 32 años, cuando un grupo de jóvenes, conocidos como "chiquilladas", decidieron disfrazarse para salir a pedir ayote en el Día de San Caralampio, o San Quilibrijo, cuya tradición se remonta un siglo atrás.
De acuerdo con el periodista e historiador aficionado, Pedro Lemus, en la víspera de Día de Muertos, los habitantes de "Tonaca" salían a las calles a hacer la "pedigüeña", que consistía en visitar las casas vecinas para recibir ayote en dulce, otros alimentos sancochados y hasta dinero. Luego del recorrido, los grupos de amigos se reunían para repartirse lo obtenido.
"Al principio de esta procesión sin santo iba un pito y un tambor", expresa Lemus, añadiendo que los niños debían rezar el verso de "ángeles somos..." para recibir el deliciso platillo.
Según el comunicador, el cuento detrás de la costumbre establece que San Pedro permitía que las almas de los difuntos bajaran a la Tierra para visitar a sus seres queridos cada 1 de noviembre, con la condición de solo alimentarse con ayote en miel. "Todo es tradición oral, no hay nada escrito", asegura.
Sin embargo, fue hasta 1992 cuando las máscaras aparecieron en el festejo gracias al ingenio de unos pobladores. "Alguien tuvo la genial idea de decir 'y si nos disfrazamos de las leyendas salvadoreñas'. Y desde ahí se quedó", manifiesta el jicamero, como se denomina a las personas originarias de Tonacatepeque.
Según Pedro, la presencia de los mencionados animadores y el cántico son las únicas cosas que "amarran" el Festival de la Calaviuza con la pedida de ayote.
Asimismo, señala que el estribillo es similar al que los residentes de Nahuizalco entonan el Día de los Canchules (el mismo 1 de noviembre) para sus difuntos. Y que hay otros parecidos en Cartagena de Indias, Colombia, y la región argentina de Mendoza. No obstante, "aún no podemos crear una cadena de dónde viene; obviamente, por el contexto, suponemos que vendrá de la época colonial", dice.
Los lugareños se debaten la "escritura correcta" del nombre del festival. Unos consideran que es Calaviuza con "v" porque proviene del término calavera; mientras que otros lo asocian a las calabazas, por lo tanto tendría que escribirse con "b".
Para Ana María Juárez, empleada municipal de Tonacatepeque y ferviente defensora de la cultura, escribir el nombre con "b" "está mal y da tristeza" porque, según ella, se relaciona con Halloween. Por otro lado, el divulgador histórico, indica que la escritura es "cuestión de gustos", pero "es más fácil adoptarlo de calavera porque en El Salvador no hay calabazas".
No obstante, Lemus expone que la palabra "Calaviuza o Calabiuza" ya existía en los años 70's y hace referencia un morro seco perforado al que se le introduce una vela encendida, el cual sirve para mostrarles a los santos difuntos el camino hacia a su casa.
El comunicador también declara que los precursores del festival "no se lo pensaron mucho" a la hora de nombralo. Asegura que en una plática con Pedro Funes, uno de los fundadores, le dijo "es que le pusimos así (Calaviuza) por ponerle un nombre, nosotros no íbamos a imaginar en ningún momento que esto iba a resultar así, que se iba a expandir tanto".
A pesar de realizarse un día después de "Noche de Brujas", los pobladores recalcan que la Calaviuza no tiene nada que ver con dicha celebración, popularizada en Estados Unidos. Consideran que llamarlo "el Halloween salvadoreño" es una ofensa a la cultura local.
"Se pudre un ayote cada vez que usted lo dice", expresa irónicamente Lemus.
Parte del ambiente que se vivió este año en el festival de la Calabiuza en Tonacatepeque.
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Video: LPG/Luis Martínez. pic.twitter.com/n9Dj3AQw5o
"Siempre viene un disparatado, pero nosotros nos aferramos a que son las leyendas de El Salvador", dice el comunicador. "Los disfraces de personajes ajenos a la mitología local se las dejamos a otras culturas", añade Juárez.
Los jicameros afirman que la Calaviuza es "el impulso más fuerte que tiene el país para rescatar la tradición oral", por lo cual, desean mantener el concepto original de exaltar los mitos salvadoreños.
El festival de la Calabiuza se tomó las calles del municipio de Tonacatepeque. Video: LPG/Luis Martínez. pic.twitter.com/GbR3XfphAt
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De hecho, el slogan oficial del festival es "Tonacatepeque, la capital de la mitología cuscatleca". En sus inicios, la celebración no solo incluía la caracterización, sino también el dar a conocer las leyendas.
Según Pedro, entre 2016 y 2017, la municipalidad intentó que la Calabiuza fuera nombrado Patrimonio Inmaterial de la Nación, al igual que otras tradiciones, pero hasta el momento no se ha logrado.
El Festival de la Calaviuza consiste en un desfile de Carretas Chillonas acompañadas por seres mitológicos salvadoreños, ángeles y muertos que se pasean por la ciudad al son del pito y el tambor.
Aunque no hay un listado específico de los personajes que deben conformar las carrozas, algunos como el Cipitío, la Sigüanaba, la Llorona y el Gritón de Medianoche se han vuelto indispensables. Incluso las perros han participado, siendo caracterizados como los Cadejos.
Pedro comenta que hace unos años, el festival premiaba a los grupos que incluían nuevas leyendas, llegándose a ver las recreaciones del Justo Juez de la Noche, la Cuyancúa y el Cangrejito de Oro, un mito autóctono de Tonacatepeque.
La celebración comienza alrededor de las 3:00 p.m. cuando los jueces se reúnen con los participantes para evaluar minuciosamente cada carreta. Al mismo tiempo, la alcaldía reparte ayote en miel a los turistas, tanto locales como extranjeros.
Luego, a las 6:00 p.m. comienza el recorrido, partiendo desde el cementerio, pues es ahí "donde comienzan los sustos", explica Lemus.
Poco a poco, los personajes avanzan por el pueblo, haciendo un pequeño show en cada esquina, hasta llegar al parque municipal, donde se coloca una tarima para presentar a los grupos y realizar la premiación.
Aunque la caravana termina cerca de las 9:00 p.m., los visitantes se quedan disfrutando hasta altas horas de la noche con las presentaciones musicales y el baile.
Con al menos tres meses de anticipación, los grupos de jóvenes y niños que deseen participar en la Calaviza se registran en la municipalidad, quien desde finales de los 90's se encarga de gestionar el festival.
Una vez inscritos, cada colectivo se encarga de conseguir los elementos necesarios para decorar su carreta, los cuales generalmente incluyen pintura, papel macerado, morros secos y huesos de res que adquieren en el rastro.
El tiempo y lugar de trabajo también es determinado por cada grupo. Lemus comenta que, en el caso de los scout, se reunen algunas noches a la semana para avanzar en los preparativos.
En cuanto a la inversión, la alcaldía proveé una parte; sin embargo, el resto le compete a los participantes, quienes a través de colaboraciones o eventos recaudan los fondos faltantes. El costo total de cada carreta puede ascender hasta los $600.
La municipalidad también es la encargada de elaborar y repartir el ayote en miel para los visitantes. "La alcaldía hace una inmensidad de ayote pensando en que el turista tenga la experiencia completa", dice Pedro.
Asimismo, la entrega del premio económico a la carreta ganadora y la amenización del evento es responsabilidad de la comuna.
A pesar de las múltiples dificultades políticas y sociales que ha sufrido El Salvador a lo largo de su historia, la tradición del Día de San Caralampio, posteriormente transformada en la Calaviuza, no ha parado ni una vez, desarrollándose en pleno conflicto armado, emergencia por covid-19 y hasta bajo las torrenciales lluvias de la tormenta tropical Pilar (2023).
"No es algo que se va a morir rápido. Salimos en pandemia, salimos con la tormenta. Calaviuza siempre va a haber", declara el periodista Pedro Lemus, asegurando que el festival permanecerá en el tiempo porque "hay ganas de hacerlo".
"Reside en la creatividad nuestra seguirle dando el espectáculo a la gente, sin caer en bayuncadas ni en movidas que nos relacionen con lo satánico", añade.
Ana María coincide con Lemus, previendo que la celebración continuará de la mano de las nuevas generaciones. "Esto es una tradición que viene de años, a voz popular", señala.
A diferencia de otras festividades salvadoreñas, la Calaviuza es un evento propio de las almas jóvenes, desde sus precursores en los 90's hasta la actualidad. "Aquí es raro el viejo que anda en eso", reitera Lemus.
"Hay niños que desde pequeños ya están metidos en la película de la Calaviuza, su misión es salir ahí", manifiesta.
A pesar de su "corta" trayectoria, la Calaviuza se ha convertido en un festejo muy esperado por los turistas, quienes llegan de diversos sectores para disfrutar de los disfraces, sustos y exquisita gastronomía. Los jicameros confían en que el mayor exponente de la mitología cuscatleca durará por muchos años más.
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