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“La guerra del Fútbol”: el conflicto entre El Salvador y Honduras que dejó destrucción, desplazados y muertos en 1969

Once años antes de la Guerra Civil, El Salvador se enfrascó en una batalla implacable de cuatro días con su vecino cercano y principal socio comercial en Centroamérica, Honduras, que dejó escenas de destrucción, divisionismo, impactos en la economía, desplazados y muertos. 

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“Jamás imaginé la repercusión que tendría uno de mis goles, lo que iba a desencadenar” - Mauricio ‘El Pipo’ Rodríguez, seleccionado nacional de El Salvador 1969. 

27 de junio de 1969. México, Estadio Azteca. Minuto 11 del tiempo extra. El Salvador. Honduras. Clasificación al Mundial de México 1970. Partido de desempate. La pelota llega desde banda derecha. Arranca Pipo por el centro. Se tira Pipo. Gol. 3-2. El Salvador gana y se queda a un paso de clasificar al Mundial por primera vez. Historia. Júbilo. Éxtasis. 

14 de julio de 1969. Tegucigalpa, Honduras. 6:10 p.m. Aeropuerto de Toncontín. Sede de la Fuerza Aérea Hondureña. Anochece. Avión C-47 FAS-104 salvadoreño sobrevuela. Bombas de 100 libras. Explosión. Estruendo. Pánico. Gritos… La guerra ha comenzado. 

La guerra del Fútbol” es el título popular para referirse al conflicto bélico ocurrido entre El Salvador y Honduras del 14 al 18 de julio de 1969, semanas después de disputar tres partidos clasificatorios para la Copa Mundial de Fútbol de México 1970, donde El Salvador eliminó a su rival en un desempate jugado en México, y luego, dos semanas después, bombardeó su capital e invadió sus fronteras. 

Otro membrete que ocupan ambos países para distinguir a aquella atípica guerra internacional de hace 55 años, la primera en el Hemisferio Occidental tras la Segunda Guerra Mundial, es la “guerra de las 100 Horas, bautizada así por su ínfima duración: 100 horas (poco más de cuatro días). 

Los capitanes de Honduras y El Salvador se saludan antes de jugar en el Azteca. Foto LPG / Archivo. 

¿Por qué le dicen “guerra del Fútbol”?

¿Fue realmente el fútbol lo que detonó el conflicto? Los expertos lo tienen claro: “Es absurdo pensar que dos países van a ir a la guerra por un partido de fútbol. Eso es más bien un recurso de la prensa, que siempre busca titulares llamativos”, declara el historiador Carlos López Bernal. 

Ese “recurso de la prensa”, que el historiador Carlos Pérez Pineda, autor del libro Una guerra breve y amarga: el conflicto El Salvador-Honduras de 1969, calificaría como “una concepción equivocada” sobre el origen de la confrontación, es de autoría del periodista polaco Ryszard Kapuściński, que tituló todo un libro de memorias periodísticas de sus coberturas alrededor del mundo bajo esa denominación por motivos comerciales. 

Los partidos no tienen mayor importancia; solo exacerban el nacionalismo y la xenofobia que ya existía”, aclara Bernal, quien atribuye al fútbol un papel más “contingencial” dentro de una serie de tensiones entre ambos países latentes 20 años antes del día “D”. 

Juan Francisco "Cariota" Barraza cae sobre su portero, Gualberto Fernández. Ataca el hondureño José Enrique "la Coneja" Cardona.
Al fondo observa el árbitro peruano Arturo Yamasaki. Foto LPG / Archivo. 

Sin embargo, el drama en torno a los primeros dos juegos, como parte de una acumulación creciente de tensión social agravada en los primeros meses de 1969, fue alarmante. 

La tensión de las eliminatorias

El Salvador disputó el primer partido eliminatorio contra Honduras en Tegucigalpa el 8 de junio, tras una noche amarga donde el hotel en el que se alojaba la Selecta sufrió la furia de los hinchas hondureños. 

La multitud arrojaba piedras contra los cristales y aporreaba láminas de hojalata y bidones vacíos. A cada momento estaban en estruendo los petardos y los cláxones de los coches se disparaban en aullidos espantosos”, recoge Kapuściński en sus memorias. 

La Selecta, abrumada por el insomnio, perdió el partido de ida 1-0 para luego imponerse por 3-0 en el estadio Flor Blanca una semana después, el 15 de junio. 

Aficionados de El Salvador cantan el Himno Nacional en el estadio de Tegucigalpa. Eran días de tensión entre los países debido a la cantidad de salvadoreños que fueron expulsados de Honduras. Foto LPG / Archivo.

Esta vez el equipo catracho sufrió la “vendetta” de los aficionados de la azul y blanco, que la noche previa hostigaron al plantel en su hotel hasta el cansancio, lo que obligó a trasladarlos en carros blindados al coloso y de vuelta al aeropuerto. 

“Nos llevaron como presos al estadio. Escoltados. El autobús fue apedreado, no sé ni cómo llegamos entre el tumulto. Si hubiéramos ganado ese partido en El Salvador no hubiéramos salido de allí”, declaró el delantero hondureño José Enrique Cardona a AS en 2010, jurando nunca visitar de nuevo el país. 

“Nunca más pisaré un país de Centroamérica de cuyo nombre no quiero acordarme". José Enrique Cardona, seleccionado hondureño de 1969, en  una entrevista a AS en 2010. 

“Una multitud de hinchas encolerizados rompieron todos los cristales de las ventanas del hotel para, a continuación, arrojar al interior de las habitaciones toneladas de huevos podridos, ratas muertas y trapos apestosos”, relata Kapuściński. 

Al término del encuentro, hinchas hondureños huyeron a su frontera mientras eran agredidos por la fanaticada local. En general, los disturbios dejaron un saldo de dos fallecidos, docenas de hospitalizados y 150 carros hondureños incendiados. Horas después, las fronteras entre ambos países quedaron cerradas.

La selección hondureña presente en El Salvador para el partido de vuelta, el que se realizó una semana después del primero. La foto fue tomada en el aeropuerto en Ilopango. Foto LPG / Archivo.

Pocos días después, según la prensa hondureña, vándalos destruyeron y saquearon negocios de salvadoreños y hondureños y tocaron timbres preguntando si en casas u hoteles vivían salvadoreños o extranjeros. Las autoridades locales dieron cuenta de más de 200 capturados entre “obreros, estudiantes, vagos y maleantes”. 

Mientras eso ocurría, en los últimos meses miles de salvadoreños retornaban a la Patria expulsados de Honduras en medio de golpizas, asesinatos y violaciones de mujeres cometidas por cuerpos paramilitares hondureños. 

Pero, ¿cómo se llegó a todo esto?

Las causas predominantes de la guerra de las 100 Horas

Desde finales del siglo XIX y comienzos del XX, campesinos empobrecidos salvadoreños emigraron a Honduras reclutados por “enganchadores” de la Costa Norte para trabajar en compañías bananeras, sobre todo de los departamentos de Yoro, Cortés y Atlántida, que recibieron el 40% de la migración, informa Pineda en su libro. 

Esto se tradujo en salvadoreños ocupando empleos locales e incrementado la población a un nivel “alarmante”, que ya disgustaba a dirigentes políticos hondureños desde el inicio de la década de 1950, al punto que, para 1969, se calculaban cerca de 300,000 compatriotas en Honduras: el 74.2% del total de extranjeros en el país.

Los salvadoreños ocuparon y trabajaron tierras del Estado por mucho tiempo hasta que, en la segunda mitad de la década de 1960, grupos campesinos pujaron por una reforma agraria para una distribución más equitativa de la tierra, la cual ponía en peligro los intereses de los grandes terratenientes y las bananeras.

En respuesta, los empresarios ganaderos amenazaron con usar la violencia contra el campesinado, y abogaban por expandir sus terrenos para incrementar la exportación a Centroamérica a costa de tierras estatales donde se asentaban miles de salvadoreños, por lo cual lanzaron una “violenta campaña contra todo lo salvadoreño en Honduras”. 

Madre salvadoreña expulsada con sus cuatro hijos de Honduras, donde dejó a su compañero de vida. Foto Archivo / LPG. 

“La reforma agraria perseguía bajar la tensión política en Honduras para satisfacer las demandas de las organizaciones campesinas sin entrar en conflicto con los sectores económicos pudientes de Honduras”, señala Bernal. 

“La reforma agraria tenía un objetivo eminentemente político: disminuir la conflictividad social en el medio rural apelando a un nacionalismo reaccionario dirigido exclusivamente contra la minoría salvadoreña ya que no se pretendía afectar a las compañías bananeras extranjeras que, junto con los latifundistas nacionales, concentraban las tierras más fértiles del país”. Carlos Pérez Pineda. 

Al final, la ley estableció que extranjeros no podían ser propietarios de tierras en Honduras, lo que condujo a la deportación masiva de salvadoreños. 

Salvadoreños expulsados de Honduras en el campamento de la Cruz Roja de San Miguel. Foto Archivo / LPG. 

“La ejecución despótica de la ley agraria discriminatoria derivó en la expulsión masiva de inmigrantes salvadoreños del territorio nacional y convirtió un conflicto interno por los recursos, en un conflicto internacional”, apunta Pineda. 

Para julio, la campaña contra productos procedentes de El Salvador había adquirido “dimensiones nacionales”, con leyendas en las calles incitando a no comprar mercancías salvadoreñas y clausurando negocios de propietarios salvadoreños.

Se instaló, según Bernal, un chauvinismo (nacionalismo radical con aversión a lo extranjero) que impregnó a las masas y dirigentes de ambos países hasta rozar lo “irracional”.

Asta ondeando la bandera salvadoreña en la tomada ciudad de Ocotepeque, cabecera departamental de Ocotepeque, Honduras. Foto Archivo / LPG.

La gota que derramó el vaso

La escalada en junio y julio de la expulsión masiva y violenta de salvadoreños, condenada y rechazada por El Salvador, que interpuso denuncias ante la Organización de Estados Americanos (OEA), fue el detonante final del estallido del conflicto. 

“En ese momento El Salvador queda como víctima de una agresión. Sin embargo, la OEA demora mucho en resolver y mientras tanto, el 14 de julio, El Salvador invade Honduras. Ahora se invierten los papeles: El Salvador pasa de ser víctima a agresor”, aclara. 

No obstante, el historiador manifiesta que en ese contexto convulso, tampoco es claro hasta qué punto aquellas violaciones a derechos humanos (maltratos físicos, golpizas, asesinatos, violaciones de mujeres, saqueos, asaltos, capturas, desalojos, desapariciones y destrucción de la propiedad), eran tales en gravedad y magnitud para justificar una invasión.

Salvadoreños expulsados de Honduras en el campamento de la Cruz Roja de Santa Tecla en julio de 1969. Foto Archivo / LPG. 

 También se desconoce si los abusos se cometían con participación del Gobierno hondureño, pero para Bernal, hay suficiente evidencia para afirmar que “si no intervino directamente, al menos tampoco actuó en contra de esas acciones”. 

Para esa fecha, El Salvador albergaba a 3,000 hondureños legales e ilegales que nunca sufrieron actos hostiles como represalia. 

El papel del Mercado Común Centroamericano y el desbalance comercial, origen de tensiones

Las reglas del Tratado General de Integración Económica Centroamericana, suscrito en 1960 entre El Salvador, Guatemala, Costa Rica, Honduras y Nicaragua, que formó el Mercado Común Centroamericano (MCCA), terminaron afectando la balanza comercial de Honduras para el fin de la década, experimentando un déficit comercial fruto de la saturación de productos salvadoreños en el mercado local. 

La balanza comercial es la diferencia entre lo importado y lo exportado, siendo positiva si hay más exportaciones que importaciones (las ventas superan a las compras), lo que genera un “superávit comercial”, y negativa si es al contrario, lo que produce un “déficit comercial”. 

“Había una relación bastante desventajosa para la industria hondureña, que no podía competir con la industria salvadoreña, y por ende, Honduras estaba prácticamente inundado de productos salvadoreños, con lo cual se generaba un desbalance comercial”, explica Bernal. 

“El problema de las tierras no hubiera ido más allá en las causales de la guerra si no se combina con los otros problemas. La guerra debe entenderse como una confluencia de problemas, que al no encontrar solución derivan en el conflicto armado”. Carlos López Bernal. 

Tropas del primer regimiento de infantería (San Carlos) combinadas con el Primero de Artillería, Guardia Nacional y regimiento de Chalatenango enarbolando la bandera de El Salvador en el edificio de la alcaldía municipal de San Marcos Ocotepeque. Foto Archivo / LPG. 

El desbalance fue un factor adicional que orilló a las élites hondureñas a manifestar públicamente su descontento con la competencia de los trabajadores y comerciantes salvadoreños. 

En sí mismo, el Tratado buscó fomentar el libre comercio en Centroamérica y estipuló, entre otras cosas, la eliminación completa de impuestos de importación y exportación a las mercancías naturales y manufacturadas en cada país, y el compromiso de definir en un año máximo un único arancel centroamericano a la importación. 

¿Por qué fue tan corta la guerra de las 100 Horas?

En su embestida inicial, la Fuerza Aérea Salvadoreña falló en atacar casi todos los puntos estratégicos previstos, como el aeropuerto de La Mesa en San Pedro Sula, sede del Comando Norte hondureño, el municipio de Catacamas, departamento de Olancho, y blancos de menor importancia de diez poblaciones, la mayoría cercanas a la frontera común y donde las tropas terrestres avanzarían. 

Soldados salvadoreños combatiendo contra fuerzas hondureñas en la frontera de El Amatillo. Foto Archivo / LPG. 

De los cuatro cazas y el avión C-47 FAS-104 que iban al Aeropuerto de Toncontín, en Tegucigalpa, solo el avión llegó y descargó las bombas de 100 libras que infundieron pánico en la población. Los cazas retornaron a la base luego de atacar tres poblaciones sin importancia militar: Jalteva, El Suyatal y Guaimaca. 

Los cinco aviones que atacarían La Mesa terminaron lanzando sus bombas sobre Nueva Ocotepeque y Santa Rosa de Copán, sin vulnerar Valladolid. 

En respuesta, la Fuerza Aérea Hondureña, más preparada y mejor entrenada, destruyó la refinería de Acajutla, los depósitos de combustible de Cutuco y parte de la base aérea de Ilopango, mientras las tropas terrestres intentaban detener los avances salvadoreños, cuyos batallones lograron ocupar Nueva Ocotepeque, Cololaca, Guarita, Valladolid y La Virtud. 

Batallón del Ejército salvadoreño frente a una Iglesia en Aramecina, departamento de Valle, en Honduras. Foto LPG / Archivo. 

Mientras se luchaba en el frente, la OEA había constituido un Órgano Provisional de Consulta que emitió un cese al fuego ignorado por ambos países, al tiempo que una Comisión de siete integrantes —la Comisión de los Siete—, visitaba las capitales pidiendo la suspensión de las hostilidades. 

El 18 de julio, el Órgano emitió cuatro resoluciones más exigiendo el cese al fuego a partir de las 10 p.m. del mismo día, el retiro de las tropas dentro de las 96 horas después del mismo, el envío de observadores militares y civiles para supervisar el cumplimiento de las resoluciones y la terminación de campañas nacionalistas en medios de comunicación.

Ambos países acataron las disposiciones obligatorias, finalizando la guerra 100 horas después del ataque a Toncontín. 

Soldados en Nueva Ocotepeque, donde luego fue establecido un cuerpo de la Policía Nacional. Foto Archivo / LPG. 

En el papel, la OEA acaba la guerra. En la realidad, ningún país tenía los recursos para prolongarla y el avance salvadoreño ya había dado todo de sí, aduce Bernal. 

“Ninguno de los dos países tenía la capacidad para prolongarla mucho tiempo. Es más, cuando se da el cese al fuego de parte de la OEA, es evidente que el empuje de las fuerzas militares salvadoreñas dentro de territorio hondureño se había acabado”, argumenta el también docente. 

Escuela Rural Mixta Lempira ocupada como bodega por las fuerzas armadas de El Salvador. Soldados montan guardia. Foto Archivo / LPG. 

Para el académico, el territorio ocupado por El Salvador en cuatro días es “para nada importante” a nivel estratégico, y no queda claro cuál era el objetivo del Gobierno y la cúpula militar al invadir Honduras, que queda exenta de daños en ciudades importantes, en su capital (con destrucciones mínimas) y en su centro económico, San Pedro Sula. 

Capitán Roberto López junto a una de las paredes de la guarnición de Nueva Ocotepeque, derrumbada por la acció bélica. Al rendirse la guarnición, se capturó a algunos jefes, oficiales, clases y soldados, mientras otros murieron o huyeron. Foto Archivo / LPG. 

El peor parado del conflicto

4,000 muertos –una gran parte civiles hondureños que habían tomado las armas y otros indefensos ejecutados sanguinariamente por el ejército salvadoreño– y 80,000 desplazados inmediatos fueron la estadística humana de la contienda. 

Los platos rotos, según Bernal, los pagó El Salvador, ya que la economía local, de las más beneficiadas por el Mercado Común, perdió a su principal socio comercial centroamericano y la única vía de tránsito por la que los bienes salvadoreños se exportaban al resto de aliados. 

Enfermeros militares salvadoreños atendiendo a hondureñas en un improvisado centro de emergencia en la Nueva Ocotepeque ocupada. Foto Archivo / LPG. 

“La mercadería salvadoreña ya no podía entrar a Honduras, pero para ir a Nicaragua, Costa Rica y Panamá, por la carretera Panamericana, forzosamente tenía que recorrer territorio hondureño. Por tanto nuestra economía se golpea de manera muy fuerte”, explica. 

A la vez, el éxodo de 300,000 salvadoreños retornados, en su mayoría campesinos dependientes de la tierra, debieron ser absorbidos por una nación donde la tierra se distribuía inequitativamente entre pocas familias terratenientes. 

Desfile en honor al Ejérctio salvadoreño en San Salvador. Las tropas pasan junto al edificio de Telecomunicaciones de la época rumbo al Estadio Nacional. Foto Archivo / LPG. 

“Había una concentración muy fuerte de la propiedad de la tierra que cada vez era más grave. Ya habían campesinos sin tierra, y de repente aparecen miles más”. 

Ante el problema, el Gobierno de Fidel Sánchez Hernández convocó, apenas semanas después del fin del conflicto, al Primer Congreso de Reforma Agraria, concretado en 1970 en la Universidad de El Salvador y boicoteado por el retiro del sector privado. 

“Lo más seguro es que, después, el Estado se desatendió y los salvadoreños expulsados tuvieron que jugársela por su propia cuenta”, supone Bernal. 

“En el momento en que, en 1970, el proyecto de reforma agraria fracasa por la oposición del sector del capital salvadoreño, ahí queda claro que el Estado no va a hacer mucho más por los expulsados y éstos van a tener que jugársela como bien puedan”. Carlos López Bernal. 

La eterna disputa limítrofe

Como telón de fondo, pero no como causa principal del enfrentamiento, aparece la eterna disputa territorial y limítrofe que El Salvador ha tenido históricamente con Honduras, cuyo expansionismo en el Golfo de Fonseca le quitó al país la isla del Tigre en el siglo XIX y la isla Conejo en el siglo XX, durante la Guerra Civil.

Diez años después, El Salvador sufrió una cruenta Guerra Civil de 12 años cuyo saldo ascendió a 75,000 muertos –la mayoría civiles– múltiples magnicidios, masacres masivas y millares de desaparecidos y desplazados.

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