
Para Maritain, resultaría impensable hablar de democracia en un Estado que prohíba la posibilidad de disentir y en donde se hayan anulado las leyes en función del capricho del gobernante
Democracia y cristianismo
Jacques Maritain fue un filósofo católico francés, particularmente influyente en el siglo XX, y uno de tantos que relacionó ambos conceptos, argumentando su vinculación precisamente en su obra y proporcionando las bases, desde la filosofía tomista, para los movimientos democristianos en Europa. A partir de ellos, influyó en la Declaración Universal de los Derechos Humanos.
Maritain reflexionó sobre la naturaleza del hombre, el bien común y la justicia social. Su libro Cristianismo y Democracia es fundamental, pues explora la profunda conexión entre los principios de esa fe y los ideales políticos que defendía. El filósofo argumenta que la democracia, en su esencia, encuentra sus raíces más profundas en la tradición occidental, es decir, en nuestra cultura y sus creencias religiosas.
Él sostuvo que los valores centrales democráticos se desprenden de la doctrina cristiana y, en síntesis, se refieren al hombre y a la mujer, desde su dignidad hasta la igualdad y la justicia social. Asimismo, destacó la importancia de colocar a la persona en el centro del proyecto, por lo que también desarrolló el concepto de los derechos humanos universales, los cuales le resultaban inalienables y que, según él, se nutren de la cosmovisión cristiana del hombre y del mundo.
Maritain veía en el mensaje evangélico una fuente de inspiración para la construcción de sociedades justas, defendiendo una democracia que respete la libertad y la dignidad de cada individuo. Sin embargo, a pesar de su defensa de este sistema, también criticó las formas políticas que, aun considerándose democráticas, se alejan de sus principios fundamentales, especialmente aquellas que se distancian de los valores morales y espirituales.
Sin duda, Jacques Maritain no podría aplaudir a muchos liderazgos modernos que han prostituido el sentido último de la política, que debe tener, como se ha dicho, al ser humano como centro. En cambio, han sustituido este principio por el mercado, la ganancia y el capital, o bien, por el bienestar de las masas, olvidando al individuo.
Para el filósofo, resultaría impensable hablar de democracia en un Estado que prohíba la posibilidad de disentir y en donde se hayan anulado las leyes en función del capricho del gobernante, al punto de haber abolido el Estado de derecho y haberlo sustituido por una absurda ley de excepción que no es tal, pero que impide la aplicación de la norma escrita, condenando a cadena perpetua a cualquiera que se atreva a criticar al opresor. A esto, sin tapujos, lo llamaría simplemente opresión.
Lo cierto es que, en la tercera década del siglo XXI, el mundo se ha fracturado y se divide entre los seguidores del dinero o del control de las masas, donde están, por supuesto, aquellos que buscan el poder total; y, por otro lado, un grupo de patriotas de diferente color y nación que se enfrentan en algunas tierras a la dictadura, en otras a la plutocracia, la cleptocracia o incluso al estado degenerado de la oclocracia, en el que tantos pueblos desafortunadamente viven.
En otras palabras, seguimos siendo el viejo mundo dividido. Como dijo Leonardo da Vinci, hay quienes vienen a la Tierra a llenar letrinas y después se van, y quienes construyen y cambian las cosas, dejando, al irse, un planeta un poco mejor.
Vivimos en un mundo bipolar: entre quienes quieren ser más ricos y quienes quieren ser más poderosos o convertirse en dueños de las tierras que antes fueron naciones, sin recato por los valores ni por hacer lo correcto. Parece que ya a nadie le importa nada. Un día, algunos son aliados de los países en guerra, y al siguiente, votan en su contra en las Naciones Unidas. Y pareciera que los peores ganan, cuando, por congraciarse con todos, se abstienen y miran en otra dirección.
Bien dice el Evangelio que no se puede servir a dos señores, aunque los dictadores del mundo se alíen hoy con los pseudodemócratas poderosos y con los demás tiranos que se esconden en la popularidad que da el dinero en las encuestas ad hoc o en el miedo que produce el silencio de los pueblos.
Hablar de esta doctrina política es hablar de un conjunto de ideas que reúne distintas definiciones. La hubo en Atenas, en la República romana, en Venecia y en muchos otros lugares. Incluso sigue existiendo hoy, pero a menudo alejada de los principios que nosotros sustentamos. Por ello, solo la democracia que describe Maritain es la que podemos adoptar con plenitud, entendiendo con claridad que no estamos hablando de partidos políticos, sino de ideologías.
Y como sabemos que nada puede contra Dios, ni el tiempo ni la fuerza ni la intención torcida de los perversos en el mundo, también sabemos que, al final, como decimos siempre, el bien ha de triunfar. Y la democracia, aquella que se basa en el cristianismo, la que pone al ser humano en el centro, esa volverá.
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