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¿Tradición o canon bíblico?

Podemos concluir, entonces, que a pesar de que podemos encontrar buenas tradiciones a lo largo de la historia cristiana, estas siempre deben ser examinadas a la luz de la palabra de Dios.

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Uno de los principios esenciales de la reforma protestante es que la Biblia es la autoridad soberana en materia de fe y doctrina cristiana. Este principio garantiza la apostolicidad de la Iglesia, es decir, su fidelidad a las enseñanzas de los apóstoles, trasmitida una vez para siempre y plasmada en los libros que componen el canon neotestamentario. 

A diferencia de este planteamiento, la iglesia romana considera que además de la revelación bíblica, es válido reconocer la tradición como forma de revelación, ya que esta contiene enseñanzas que no están en el canon bíblico. De acuerdo con Roma, mucha de la tradición fue recibida de forma oral desde el tiempo de los apóstoles.

Este planteamiento genera controversia, ya que el método de trasmisión oral fue utilizado históricamente por los grupos sectarios, cuya enseñanza debía trasmitirse solamente a los iniciados y de forma oculta, tal como sucedió con el movimiento gnóstico, cuyos seguidores afirman haber recibido una enseñanza diferente al canon neotestamentario, directamente de los apóstoles. 

Además, la trasmisión oculta contradice el método utilizado por Jesús, quien siempre insistió en el carácter público de su enseñanza, tal como responde al sumo sacerdote cuando este le cuestiona sobre su doctrina: “...Yo públicamente he hablado al mundo; siempre he enseñado en la sinagoga y en el templo, donde se reúnen todos los judíos, y nada he hablado en oculto” (Jn. 18.19-20). 

Al igual que Jesús, Pablo establece que su predicación, además de pública, fue rigurosamente apegada a la revelación bíblica: “Antes bien, renunciamos a lo oculto y vergonzoso, no andando con astucia, ni adulterando la palabra de Dios, sino por la manifestación de la verdad, recomendándonos a toda conciencia humana delante de Dios” (2 Cor. 4.2).

En este sentido podemos afirmar que el cristianismo nunca pretendió ser una religión de misterio. Es posible que en sus inicios, por necesidad, la Iglesia haya tenido que recurrir a la trasmisión oral de su doctrina; Irineo de Lyon, padre de la Iglesia, lo menciona. Sin embargo, la mayoría de los padres de la Iglesia afirman que la revelación establecida en el canon bíblico es la única base confiable sobre la cual debe sustentarse la doctrina cristiana. Veamos dos citas: 

 “La fuente de salvación está en las Escrituras, es por ellas solamente que nosotros podemos aprender la disciplina evangélica de la piedad, que nadie añada nada, que nadie quite nada. Las Escrituras santas y divinamente inspiradas son suficientes para hacernos conocer la verdad”. Atanasio de Alejandría (298-373).

 “Cuando se trata de los divinos y santos misterios de la fe, no hay que afirmar nada sin la autoridad de las Escrituras divinas, no crean tampoco en mis palabras sin haberlas visto confrontadas con la Escritura divina”. Cirilo de Jerusalén (315-386).

Otro argumento en favor de esta tesis se encuentra en la exhortación que Pablo le hace a Timoteo de predicar solamente la Escritura, ya que en ella encontramos todo lo que Dios consideró necesario para el crecimiento de su Iglesia: “Toda la Escritura es inspirada por Dios, y útil para enseñar, para redargüir, para corregir, para instruir en justicia, a fin de que el hombre de Dios sea perfecto, enteramente preparado para toda buena obra” (2 Tim. 3.16-17).  

Podemos concluir, entonces, que a pesar de que podemos encontrar buenas tradiciones a lo largo de la historia cristiana, estas siempre deben ser examinadas a la luz de la palabra de Dios. Ninguna trasmisión oral o escrita, recibida de forma paralela al canon bíblico, puede ser plenamente confiable, menos aún, cuando se trata de establecer doctrina cristiana. 
 

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