
La ciudadanía también jugó un papel importante en la recuperación del espacio público pero de manera paulatina su rol cambió y en la medida que inversionistas internacionales, nuevos grupos empresariales y el capital tradicional se hicieron a partes iguales de esa zona antes devaluada, hoy conviven ahí un concepto de consumo suntuario con el tradicional de experiencia cultural y popular. Pero esta segunda sigue a la baja porque el Centro Histórico es uno de los espacios más vigilados de la capital y es poco probable que la sociedad civil lo elija como sitio para sus concentraciones y demostraciones.El Centro Histórico es un lugar más seguro, sin duda, y es de manera inesperada un sector de la ciudad en el que se genera riqueza.
La revitalización del Centro Histórico es un proyecto que resume lo que está pasando en El Salvador, una matriz en la cual figuran los principales ingredientes de esta coyuntura: éxito de la política de seguridad, recuperación del control territorial del Estado, del espacio público de parte de la clase media, aparición de nuevos grupos empresariales y exclusión y falta de oportunidades para los sectores más vulnerables.
Durante más de una década, el corazón de la ciudad capital se vio secuestrado por la dinámica pandilleril; numerosas historias daban cuenta de las fronteras poco claras entre los territorios de una y otra facción criminal y de lo caro que le resultó a tal o cual transeúnte haber ignorado esas líneas imaginarias. El control de la mafia era abrumador y le permitió mantener extorsionados a cientos de vendedores y comerciantes en esa zona, y a desarrollar sus actividades -narcomenudeo, receptación, contrabando- a sus anchas.
El crecimiento urbanístico caótico, la falta de liderazgo edilicio y la imposibilidad de desarrollar políticas de reordenamiento del transporte colectivo y de los vendedores ambulantes y comercio informal a través del tiempo facilitaron el influjo de los delincuentes en la zona; con el paso de los años se activó un ecosistema en el que ante el intermitente interés de la fuerza pública, las víctimas les servían de camuflaje a los victimarios.
Ser propietario de tierra en el Centro Histórico se volvió cada vez menos atractivo, se debía lidiar con la informalidad, con la delincuencia y con la deficiencia de algunos servicios públicos; pocas personas jurídicas o naturales invirtieron en mejorar sus propiedades, lucía como un ejercicio ocioso de cara al futuro. Y ese abandono también abonó a la instalación de un escenario subterráneo dominado por los delincuentes.
El giro que llevó a esa zona abandonaba ser hoy uno de los lugares más promocionados y visitados del país fue el régimen de excepción. La medida, a la que el gobierno recurrió en reacción a la agresión terrorista de hace poco menos de tres años, le permitió llevar a la práctica los planes de reordenamiento urdidos hace algún tiempo, con la seguridad de que pocos transportistas y aún menos vendedores callejeros se animarían a enfrentarse a las fuerzas del orden. La efectividad de los desalojos alentó al Estado a continuar; las quejas y angustias de los miles de personas que vivían de la informalidad en esas cuadras y calles no tuvieron suficiente eco entre la sociedad, y en un tiempo récord, decenas de avenidas y pasajes fueron desocupados sin ninguna resistencia.
La ciudadanía también jugó un papel importante en la recuperación del espacio público pero de manera paulatina su rol cambió y en la medida que inversionistas internacionales, nuevos grupos empresariales y el capital tradicional se hicieron a partes iguales de esa zona antes devaluada, hoy conviven ahí un concepto de consumo suntuario con el tradicional de experiencia cultural y popular. Pero esta segunda sigue a la baja porque el Centro Histórico es uno de los espacios más vigilados de la capital y es poco probable que la sociedad civil lo elija como sitio para sus concentraciones y demostraciones.
El Centro Histórico es un lugar más seguro, sin duda, y es de manera inesperada un sector de la ciudad en el que se genera riqueza; pero para asegurar condiciones atractivas para los inversionistas, el Ejecutivo y los entes relacionados con la administración de ese espacio le quitaron su fuente de subsistencia a miles de personas de los estratos populares, sin ofrecerles ninguna alternativa. Esa dinámica de lo público al servicio de lo privado, a costa de los más vulnerables, es uno de los modos en los que se puede leer a El Salvador.
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