
Todo lo que tenga que ver con los impuestos es dominio del debate político en los Estados Unidos de América como en cualquier otra parte del mundo, y el interés de la administración entrante por la necesidad y conveniencia de financiar tales o cuales proyectos y si coinciden con su agenda es razonable; que saque partido de esa realidad, la de que el gobierno norteamericano invirtió en la capacitación y desarrollo de las habilidades de cientos de periodistas en países agobiados por el autoritarismo, para alimentar uno de los componentes más absurdos y virulentos de su dialéctica es lamentable pero predecible, porque los líderes populistas necesitan controlar lo que se dice de modo que nadie les estorbe en su afán de modelar la opinión pública.
Muy pronto en su segundo periodo, Donald Trump volvió a levantar una narrativa anti periodismo y anti medios de comunicación; con la excusa de los recortes al presupuesto federal y del congelamiento de las actividades de la Agencia de Estados Unidos para el Desarrollo Internacional, el ala más recalcitrante del republicanismo reivindicó una de las más estrafalarias paranoias trumpistas, la de que se urde una confabulación de las grandes empresas informativas para desestabilizar su gobierno y empujar una agenda lesiva a los grandes valores conservadores.
El presidente republicano declaró hace algunos años que los medios de comunicación son "el enemigo del pueblo", se dijo en guerra contra ellos y desde entonces no paró de calificar como "fake news" todos aquellos productos periodísticos que socavan algunas de sus teorías, que someten a chequeo factual muchas de sus afirmaciones y ni se diga de las opiniones que cientos de líderes de opinión vierten de modo independiente en aquel vigoroso ecosistema informativo. En esa misma línea de analista infantil y extremista, ahora acusa a decenas de emprendimientos periodísticos de diversas regiones, América Latina entre ellas, de ser apenas parte de un tinglado para sangrar a los contribuyentes estadounidenses y enriquecer a ciertos grupos.
Todo lo que tenga que ver con los impuestos es dominio del debate político en los Estados Unidos de América como en cualquier otra parte del mundo, y el interés de la administración entrante por la necesidad y conveniencia de financiar tales o cuales proyectos y si coinciden con su agenda es razonable; que saque partido de esa realidad, la de que el gobierno norteamericano invirtió en la capacitación y desarrollo de las habilidades de cientos de periodistas en países agobiados por el autoritarismo, para alimentar uno de los componentes más absurdos y virulentos de su dialéctica es lamentable pero predecible, porque los líderes populistas necesitan controlar lo que se dice de modo que nadie les estorbe en su afán de modelar la opinión pública.
Pronto se verá cómo alrededor de este discurso, cuya vigencia no tiene que ver con la eventual reactivación de los fondos de USAID porque su diseño responde a intereses propagandísticos y no presupuestarios, se alinean varios valedores del autoritarismo en la región, un listado de impactante heterogeneidad que incluye desde Daniel Ortega a Javier Milei, porque cada uno por diferentes motivos considera imperdonable que la disidencia, la oposición, la academia y la sociedad organizada a las que persiguen desde que detentan el poder se hayan visto vitaminadas. Que lo hayan hecho con dinero estadounidense, europeo o de los organismos multilaterales les da lo mismo, con la circunstancia a su favor de que en el seno del sistema político norteamericano se encuentran un grupo y un hombre interesados en socavar la libertad de prensa y de expresión, y que por ende no entiende que se apoye al periodismo ni en América ni en ninguna otra parte del orbe.
Son tiempos difíciles para el periodismo en el hemisferio pero son épocas aún más adversas para los ciudadanos que no se fían de los discursos oficiales, que se niegan a consumir propaganda, que aspiran a un pensamiento crítico e independiente, porque el autoritarismo campea y la primavera de los populistas es el invierno de la democracia.
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