
Vivimos, hay que decirlo, en un mundo enfermo. Y es tanto el rencor que este fanatismo ilógico provoca, que conozco a varios que prefieren terminar una amistad antes que tolerar una opinión contraria, considerando el disenso como una afrenta inexcusable.
Las masas
A principios del siglo XX, Ortega y Gasset escribió un ensayo profético en el que sugería que llegaría el momento en que la turba se levantaría políticamente. No se refería a una revolución como la francesa o la rusa, que ya habían ocurrido y que terminaron sustituyendo el tipo de gobierno en sus países para dar inicio a algo novedoso (no necesariamente mejor); tampoco estaba hablando de las revueltas civiles que habían ocurrido unos años antes en México o de la que sucedería en su propia patria, España, apenas seis años después de publicar su obra.
"La rebelión de las masas", de José Ortega y Gasset, es un análisis profundo de la sociedad moderna, particularmente vigente en este inicio del siglo XXI, aun cuando fuera publicado en 1930. En ella, el autor describe el ascenso del hombre masa, un individuo promedio que se siente con derecho a opinar y actuar en todos los ámbitos sin la necesidad de conocimientos especializados o valores superiores.
Claramente, no se refiere a la clase obrera, sino a un tipo de mentalidad que se encuentra en todas las clases sociales. El hombre masa se caracteriza por su autosuficiencia, su falta de interés en la cultura y el pensamiento crítico, y su tendencia a seguir las modas y opiniones predominantes.
El filósofo español ve este fenómeno como una amenaza para la civilización occidental, que, según él, debería basarse en la excelencia individual y la búsqueda de la verdad. La rebelión de las masas conduce a la mediocridad, la uniformidad y la pérdida de los valores.
Ortega y Gasset también critica el Estado moderno, que se ha convertido, según él, en un instrumento al servicio de las turbas. El Estado intervencionista y burocrático sofoca la iniciativa individual y la creatividad, y fomenta la dependencia y el conformismo.
En resumen, La rebelión de las masas es una obra que invita a la reflexión sobre el papel del individuo en la sociedad contemporánea. Nos alerta sobre los peligros de la masificación y la pérdida de valores, y nos llama a defender la excelencia y la individualidad.
Desafortunadamente, ahora hemos llegado al punto en que la profecía de Ortega se está cumpliendo. El mundo se llena de líderes mediocres, elegidos entre la turba: entes totalmente egoístas que dividen al planeta en blancos y negros, sin tener la capacidad de notar las tonalidades intermedias. El grito de batalla del Chapulín Colorado, aquel de “¡Síganme los buenos!”, se ha vuelto absoluto; y cada uno piensa que solo su partido es bondadoso, por lo que cada quien supone que solo los que opinan igual merecen ser considerados.
Mentir es cotidiano, y los jefes de las naciones lo hacen sin empacho.
Pongamos, sin apasionamientos, algunos ejemplos: los seguidores de Bukele lo ven con una tremenda veneración y se sienten genuinamente insultados si alguien no comparte esa devoción o incluso hace la mínima crítica. Pero lo mismo ocurre prácticamente con cualquier líder actual del mundo, advirtiendo que algunos acaso me puedan parecer simpáticos y otros no. Piense cada uno en su opinión sobre los actuales. ¿Qué tal es Trump? ¿Qué piensan de Zelensky, o de Putin, o de Macron, o de Trudeau, o del primer ministro británico, Starmer? Verán que la mayoría los dibuja en un solo tono: o santos o demonios. Y ese es el primer síntoma de la rebelión de las masas que padecemos, enfermedad que ha contagiado a muchos, precisamente por el egoísmo que envuelve a esta sociedad, la autosuficiencia y el nulo interés por la cultura.
Los líderes y quienes los eligen son, en su mayoría, hombres-masa, y se comportan como lo que son. Odian a quienes disienten y creen que es una virtud la popularidad, por lo que harían cualquier cosa por mantenerla. Vivimos, hay que decirlo, en un mundo enfermo. Y es tanto el rencor que este fanatismo ilógico provoca, que conozco a varios que prefieren terminar una amistad antes que tolerar una opinión contraria, considerando el disenso como una afrenta inexcusable.
Pero si la enfermedad es obvia, también debemos recordar que hay cura, y esta se relaciona con un cambio de paradigmas, los cuales incluyen cultivar la excelencia individual, defender la cultura y los valores, promover el liderazgo de las minorías selectas, limitar el poder del Estado y fomentar el debate y la discusión como medio para combatir la uniformidad de pensamiento y promover el desarrollo de ideas.
Empezar el cambio es nuestro deber, oponiéndonos a la tiranía, a los abusos del poder y a los absolutismos políticos infundados. Y así, un día, con la ayuda de Dios, pronto veremos un renacer en la política, dejando atrás a los hombres-masa en el poder, y acaso retomando las formas lícitas de gobierno según lo escribió Aristóteles 2,350 años atrás.
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