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Ni acríticos, ni obedientes, ni sumisos

Solo una ciudadanía reducida a una masa uniforme puede, por ahora, dar tranquilidad al joven dictador, ya que cometer crímenes es más fácil ante masas que ante ciudadanos críticos.

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“Hagamos un nuevo juramento para defender las decisiones que tomaremos en los próximos 5 años: ‘Juramos defender incondicionalmente nuestro proyecto de nación siguiendo al pie de la letra cada uno de los pasos, sin quejarnos [...] y juramos nunca escuchar a los enemigos del pueblo’”.

De tal forma inició, embriagado de poder, el nuevo e inconstitucional periodo de gobierno del nuevo dictador salvadoreño.

Reiteradamente, a través de metáforas quiso hacer ver como un enfermo de muerte a un país al cual solo él –aseguraba– puede curar.  Pero a cambio de salvarles la vida, la dictadura exige a los ciudadanos ser sumisos, pensar de manera acrítica y mantenerse callados. Un Bukele enfermo de poder llamaba enfermo al pueblo que dice proteger.

Pero quizá lo más triste de la jornada no era ver a un político megalómano pidiendo para sí absoluta reverencia; o a líderes religiosos a los pies del dictador traicionando los principios de fe, legitimando a un régimen que rinde culto no a Dios sino a la personalidad de su líder. Lo más escandaloso fue ver a miles de ciudadanos en un letargo que les impide reconocer la trampa en la que han caído.

Sendas reflexiones sobre las masas en la filosofía política del siglo XX (Ortega y Gasset, 1937; H. Arendt, 1958) nos advierten del peligro de las masas.

Las masas son peligrosas no porque sean brutales o atrasadas, sino porque están compuesta por hombres y mujeres aisladas, que se caracterizan por su incapacidad de relacionarse con otros centrándose solo en sí mismos. Y es ello lo que precisamente les hace manipulables.

Las mujeres y los hombres “se han convertido en privados, es decir, han sido desposeídos de ver y oír a los demás, de ser vistos y oídos por ellos” (Arendt, 1958; pp. 67); y será entonces cuando serán “dirigidos, como todos los que lo son, por hombres mediocres, extemporáneos y sin larga memoria, sin ‘conciencia histórica’” (Ortega y Gasset, 1937; pp. 49). A esto es a lo que aspiran Bukele y su grupo de seguidores en el gobierno cuando evocan al “pueblo salvadoreño”.

Consumidos por su insaciable sed de poder, los miembros del régimen, según se desprende del discurso de su líder máximo, buscan encontrar una ciudadanía acrítica, obediente y sumisa.

Solo una ciudadanía reducida a una masa uniforme puede, por ahora, dar tranquilidad al joven dictador, ya que cometer crímenes es más fácil ante masas que ante ciudadanos críticos. Incapaces de relacionarse con los demás, las masas no cuestionan –o tardarán en cuestionar– el saqueo del Estado que se ha llevado a cabo a la vista de todos por los cómplices de Bukele desde el legislativo; la tortura en las cárceles y los presos políticos del régimen; o el secuestro y cooptación del Estado.

Cada vez le resulta más difícil al inconstitucional presidente salvadoreño ocultar sus pretensiones dictatoriales.

La mala noticia para el régimen es que aquellos a quienes insiste en denominar como “los enemigos del pueblo” y a quienes desesperadamente pide al pueblo no escuchar son precisamente los que no desistirán en impedir que la ciudadanía se convierta en esa masa deseada, porque los salvadoreños no merecen otra dictadura.

Para su disgusto, siempre habrá personas que, contrariamente a sus deseos, no seremos ni acríticas, ni obedientes, ni sumisas ante sus caprichos, crímenes y exabruptos.

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