
Improvisar, más que una tendencia es un vicio, alimentado por el impulso de tener la vida fácil, sin esfuerzos disciplinarios ni ajustes razonados. De esto hay que escapar de manera ajustadamente espontánea, porque, sobre todo en eras de cambio veloz como es la que fluye en estos momentos, ninguna improvisación tiene capacidad de sobrevivir ni siquiera con el mínimo éxito.
El falso dilema entre el inmovilismo y el descontrol tiende a imponerse si en una sociedad determinada no se ha puesto en práctica la disciplina del orden en todo sentido. Antes, eso se manifestaba como expresión de lo que entonces se conocía como “desarrollo” y “subdesarrollo”, y marcaba el mapamundi con colores que parecían inconfundibles para siempre. Eso empezó a disolverse con la globalización, que ha venido desarticulando el viejo esquema en forma imparable. Hoy, las antiguas “superpotencias”, que eran dos en la cúspide, andan queriendo renacer como tales, como se mira en el deplorable caso de la “guerra entre Rusia y Ucrania”, con los lamentables roles de Rusia y sobre todo de Estados Unidos. Vamos a ver qué sale de todo esto, y entretanto nos toca a todos reflexionar a fondo.
Pero cuando se da una fase de transformaciones radicales como la actual, la reflexión ordenadora parece estar a merced de las circunstancias y no bajo la tutela de la razón actuante. En otras palabras, hoy más que nunca se vuelve indispensable hacer que cada reacción tanto personal como colectiva vaya custodiada por un ejercicio de argumentos y de decisiones que no caigan en ningún desvarío, sino que estén al hilo con lo que debe ser, a fin de garantizar la coherencia entre lo que hay que preservar y lo que hay que cambiar. Así venimos reiterándolo y lo continuaremos haciendo cuantas veces se necesite. En esta hora de movimientos arrebatados es cuando más urgente se hace la sensatez en el proyectar y en el actuar.
El Salvador siempre pareció escondido en una especie de invisibilidad que se daba por predestinada. Pero, por fortuna, todas las condiciones vigentes nos han puesto al borde de esta ventana abierta que mira hacia incontables horizontes. No nos apartemos de ella, sino que, por el contrario, démosle toda la atención disponible en clave de compromiso. Tres términos, pues, se han vuelto claves por doquier: apertura, disciplina y compromiso. Si nos abrimos al cambio, nos decidimos a funcionar disciplinadamente y nos hacemos cargo del avance comprometido, todo lo demás vendrá por estricta añadidura, como tiene que ser para asegurar progreso en forma.
Improvisar, más que una tendencia es un vicio, alimentado por el impulso de tener la vida fácil, sin esfuerzos disciplinarios ni ajustes razonados. De esto hay que escapar de manera ajustadamente espontánea, porque, sobre todo en eras de cambio veloz como es la que fluye en estos momentos, ninguna improvisación tiene capacidad de sobrevivir ni siquiera con el mínimo éxito. Lo que se hace al improvisar es apostarle al fracaso o a la desactivación de los recursos constructivos. Pruebas de ello están a la vista con sólo revisar lo que pasa cuando no ha habido planes debidamente estructurados.
Aunque sea incómodo y exigente, ordenar la acción humana es la mejor inversión de la voluntad y del conocimiento. Y la educación dentro del ámbito familiar es la que más convincentemente induce a llevar las cosas del hacer personal por ese rumbo. El orden bien asumido es, entonces, labor fructífera por excelencia, y la llave del desempeño efectivamente logrado, que fructifica por su propia naturaleza. Actuar en tal forma nos conduce al encuentro de lo mejor que tenemos: el florecimiento vital.
Todos los datos que se pueden recabar al respecto nos llevan a una sola conclusión: evolucionar, en lo que se refiere a lo humano, es un plan de vida, no un quehacer mecánico. Reconocer y aceptar esto constituye la fórmula del progreso, desde cualquier ángulo que se le vea. Entre evolución y progreso hay, pues, un enlace que viene desde las raíces y que determina sin excepción los resultados que vayan surgiendo del empeño.
A este plano no hemos venido a reposar sin esfuerzo, como si la vida se tratara de una siesta sin límites. Es, en realidad, lo contrario: estamos aquí para definir argumentalmente la propia existencia, y a eso debemos ponerle todas las energías que sea posible. En cualquier sentido, los resultados no se harán esperar, y eso lo tenemos escrupulosamente comprobado.
La creatividad, del tipo que sea, es nuestra marca de fábrica. Escribir un artículo filosófico o elaborar una pupusa deliciosa... Lo que nos distingue como seres conscientes es el poder creativo, y eso es lo que nos toca poner en activo en todos los momentos de nuestra vida.
No nos dejemos vencer por las adversidades, ya que hacerlo es rendirse ante lo negativo, inutilizando lo positivo. Hay que resistir con la voluntad en ristre, porque ese es el único secreto mayor de la sana supervivencia.
Esperemos que los tiempos que vienen cumplan todas las expectativas que tenemos sobre ellos, y eso dependerá del manejo de los tiempos actuales.
A trabajar, pues, con todo lo necesario para salir adelante sin retrasos.
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