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Domesticar la opinión pública se complica

Se avecina otro tema controversial y complejo, de implicaciones trascendentales: una reforma previsional que afectará a cientos de miles de trabajadores. Plantearlo con claridad, con realismo y reconociendo la precariedad de las finanzas públicas ya supone una demostración de  voluntad política improbable, pero es el único modo de aproximarse a la situación, a menos que se intente por enésima vez convencer al público con matices, repartiendo culpas a los gobiernos anteriores o con dogmatismos que no son convincentes.

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Del bitcóin al tren del Pacífico, del tren al proyecto minero, de la búsqueda de oro al ofrecimiento penitenciario al gobierno de Trump y, de este último, al cierre e inmediata reapertura del hospital veterinario nacional. Son solo algunos de los temas que se instalaron en la volátil opinión pública salvadoreña en los últimos años por operación del oficialismo y de la maquinaria propagandística que controla.
Desde un principio se reconoció que este gobierno destacaría en la comunicación y la propaganda. Es el área de experticia de varios de los personajes del círculo en el poder, además de que los modelos populistas contemporáneos más exitosos en la región ya habían reiterado lo permeable y manipulable que es la opinión pública en la época de la hipermediatización y la conversación digital.
Uno de los aspectos en los que el gobierno descolló rápidamente fue en el de cultivar la impresión de que le devolvió la agenda política a la ciudadanía a partir del recurso a las redes sociales. Al reducir simbólicamente, en el entorno digital, la distancia que existe entre la clase política y la gente a la que representa, se abrogó la bandera de la democracia comunitaria, pero sobre todo la de un directismo inviable, aunque efectivo en los primeros años del quinquenio. Igualmente habilidosos han sido los propagandistas al momento de usar las redes sociales como un arma de desinformación, como una herramienta para profundizar matices o medias verdades, para desacreditar a los contrarios o para entretener y distraer a la opinión pública en determinadas coyunturas.
Pero con el paso del tiempo y el peso de algunas realidades, hasta una administración tan obsesiva con el control como la actual comienza a sufrir fracturas en el discurso y a perder crédito entre la audiencia. En los meses recientes, tres narrativas de interés gubernamental supusieron reveses para el gobierno: la del bitcóin, la de la explotación minera y la del cierre de tres instituciones relacionadas con el cuidado animal.
El sueño del bitcóin y la promesa de traducir el posicionamiento nacional en el mundo cripto en ingresos para la nación, oportunidades de empleo y empréstitos con condiciones inmejorables se rompieron. La necesidad de inyectar algunos millones de dólares de la banca multilateral a las arcas domésticas pudo más que las pretensiones del gobierno. La estrategia final del régimen fue un disciplinado mutis después de los primeros cuestionamientos del público sobre lo que costó, lo que se perdió y quiénes fueron los únicos beneficiados con el experimento.
El silencio también es la estrategia que el oficialismo despliega con el impopular proyecto minero. Intentó maquillar el ímpetu al respecto con una discusión sesuda, pseudo técnica, pero no hubo manera de que la idea de contaminar aún más el país a cambio de unos potenciales dividendos cuajara entre la población. Es poco probable que las personas que ya tienen una posición al respecto la cambien, y es obvio que la convicción es más fuerte entre quienes se oponen que entre quienes les da igual o están a favor.
Se avecina otro tema controversial y complejo, de implicaciones trascendentales: una reforma previsional que afectará a cientos de miles de trabajadores. Plantearlo con claridad, con realismo y reconociendo la precariedad de las finanzas públicas ya supone una demostración de voluntad política improbable, pero es el único modo de aproximarse a la situación. A menos que se intente, por enésima vez, convencer al público con matices, repartiendo culpas a los gobiernos anteriores o con dogmatismos que no son convincentes.

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