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Trama de la vida

Las actividades mundanas de la vida diaria, sin un motor trascendente, pueden convertirse en una carga tediosa que nos opaca la vida.

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¿Cuál es la trama de nuestra vida? ¿Lo tenemos claro? Comentaba un ponente experto en educación que la trama de nuestra vida se centra en el amor y el trabajo. Amar, con un corazón lleno y también dispuesto a abrazar el dolor, porque amar exige aprender a sufrir; y trabajar, en servicio de un bien mayor que beneficie también a otros. Es la verdadera trama de nuestra vida la que da sentido a las subtramas. Cuando no lo tenemos claro, las subtramas o situaciones coyunturales de la vida adquieren una relevancia desproporcionada que nos distrae e inquieta.
Me llama la atención un proverbio popular que parafraseo así: “¿Lo tenía todo? No, era tan pobre que solo tenía dinero, pero no tenía el corazón lleno”. A cada uno, ¿qué nos proporciona la verdadera riqueza? Hagamos a un lado las versiones axiomáticas del éxito definidas por la sociedad; ¿qué es lo que realmente nos remueve por dentro? ¿Qué nos duele, qué nos ilusiona, qué nos edifica el alma y la mente? Las respuestas seguramente producirán coloridos matices que, como un río revoltoso, desembocan en lo más profundo del alma, donde muchas veces se estancan y se olvidan. No obstante, si viviéramos las respuestas con mayor convicción cada día, ¿sería posible construir una narrativa personal y social diferente a la actual?
En cuanto al trabajo, dónde trabajamos, con qué personas o el rol que desempeñamos, todo ello es coyuntural; qué fuerzas nos impulsan y en servicio de qué, eso es lo estructural y uno de los pilares fundamentales que dan sustento a la trama de nuestra historia personal. Este componente estructural es lo que da forma al marco de nuestra mentalidad y nuestras acciones, define cómo abrazamos los retos e interiorizamos los aprendizajes que nutren nuestra existencia, nos impulsa a trabajar lo mejor posible y a convertirnos en nuestra mejor versión donde estamos. Es importante conectar con el impacto que produce nuestro trabajo diario y, con un sentido de descubrimiento y asombro, abrir los ojos a lo que nos rodea.
Al ejercer nuestra profesión, frecuentemente dejamos a un lado una responsabilidad social fundamental: servir. Nos dejamos contagiar por las presiones sociales de la productividad y olvidamos la increíble oportunidad que tenemos, en cada momento, para servir, aun en los pequeños detalles: sea con una palabra de ánimo, escuchando con interés genuino o brindando ayuda en un momento quizás inoportuno para nosotros. Rescato una frase de la psiquiatra Marian Rojas: “Levantemos la mirada para conectar, no nos olvidemos de los demás. Construyamos una sociedad a la que le importen los demás”. Al tener esto claro, se eleva el sentido que damos a lo que hacemos, independientemente de las circunstancias temporales.
En cuanto al amor, comparto una frase del psicólogo Jordan Peterson: “Abrirnos a amar significa abrirnos tanto a lo negativo como a lo positivo: al dolor, la tristeza y la decepción, así como a la alegría, la realización y una intensidad de conciencia que no sabíamos que era posible antes”. A pinceladas de amor se ha fraguado la historia de la humanidad, a base de su fuerza impulsora, aunque impalpable y misteriosa; ya sea amor a Dios, a la familia, a la pareja, al trabajo, a la humanidad, al bien, etc., nos abrimos a su poder transformador. ¿Qué tanto dosificamos nuestro día a día con este ingrediente esencial?
Las actividades mundanas de la vida diaria, sin un motor trascendente, pueden convertirse en una carga tediosa que nos opaca transversalmente la vida, o pueden transformarse en una oportunidad de servir con amor y agradecer el contar con los medios para poderlas realizar: una carga versus una oportunidad. Decía el autor ruso Fyodor Dostoyevski que en el mundo hay “vidas apagadas que no entienden el dolor”. En la medida en que abrazamos las dificultades, o incluso las pequeñas molestias cotidianas del trabajo, las relaciones y la rutina diaria, y aprendemos a rociarlas de un sentido más elevado, podremos enriquecer y mantener encendida la luz que ilumina la trama y las subtramas de nuestra historia personal, para vivir con mayor alegría, humildad, agradecimiento y plenitud.

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