
En nuestro ambiente nacional, hablar de armonía, de disciplina y de orden pone a muchísima gente con los pelos de punta, porque la práctica que se ha impuesto por tradición ha llegado a hacer que el conflicto, la indisciplina y el desorden se perciban como sinónimos de libertad, lo cual desde luego es una deformación de consecuencias que muy fácilmente llegan a ser devastadoras.
En el desenvolvimiento social, el orden se vuelve una garantía de estabilidad consensuada; en lo económico, el orden funciona como un dinamismo que asegura equilibrio y crecimiento; y en el ejercicio político el orden hace posible que haya paz y armonía, pese a las diferencias que siempre están presentes en cualquier ambiente, y ya no se diga en uno tan necesitado de evolución como el nuestro. Desde luego, ordenarse y ordenar más que una tarea es una función, lo cual pone a este esfuerzo en el plano de los quehaceres que están destinados a ser estructural y funcionalmente vitales para que haya avances en todos los sentidos y en todos los campos. Como hemos señalado tantas veces y no nos cansaremos de hacerlo, el principal enemigo de la realidad es el desorden, porque siempre desestructura y debilita.
Y en épocas de cambio, como es esta que se hace sentir por doquier, el orden se vuelve aún más imperioso, porque el cambio que hoy está en marcha no es invención de nadie, sino efecto directo de la naturaleza de los tiempos que corren. Y además, la aceleración evolutiva es fácilmente extraviable si no se toman las precauciones que mantienen en línea las variadas energías que se incorporan a cada paso a toda esta dinámica en acción. Entonces se hace más sensible la pregunta del millón: ¿De dónde deben surgir las iniciativas que potencian el orden y le dan solidez progresiva en los distintos ambientes? Pues, luego de meditar al respecto, todo apunta a que tales iniciativas deben ser un ejercicio conscientemente colectivo.
Entre el orden sano y natural y la armonía sólida y eficiente hay una especie de comunicación que, si se mantiene en el tiempo, tiende a volverse una forma de ley de vida. Hacia eso tenemos que dirigirnos sin repliegues ni vacilaciones, sino más bien con una disciplina cada vez más consolidada. A esto hay que darle consistencia y empuje, sin fallos distorsionadores, para que el hacer histórico no derive en una serie de piezas sueltas, que son producto del azar. A la luz de esta verdad, todo el desempeño humano está llamado a asumir la lógica del orden, sin vacilar ni mucho menos detenerse por las dificultades que siempre van saliendo al paso, desde todos los ángulos de la realidad.
De lo dicho se colige, como lo venimos señalando sin cansarnos, que entre la armonía, la disciplina y el orden, cuando operan de modo integrado, se van generando las condiciones conducentes hacia la modernización constante y eficaz. Y ahora hay que incorporar a eso un factor virtuoso sin precedentes: el poder de la globalización, que se ha hecho presente como un anuncio vivo de que el cambio es hoy un dinamismo de amplio alcance, que tiene en ascuas a los poderosos de antes, acostumbrados a imponer sus intereses y sus designios sin ningún género de contrapesos.
En nuestro ambiente nacional, hablar de armonía, de disciplina y de orden pone a muchísima gente con los pelos de punta, porque la práctica que se ha impuesto por tradición ha llegado a hacer que el conflicto, la indisciplina y el desorden se perciban como sinónimos de libertad, lo cual desde luego es una deformación de consecuencias que muy fácilmente llegan a ser devastadoras. Esto hay que tenerlo en cuenta siempre para que tales efectos no sigan complicando las perspectivas de desarrollo.
Tiene que darse al respecto todo un enfoque estructurador y dinamizador de las acciones y de las reacciones de los seres humanos que conforman nuestra sociedad, a fin de que sea el mismo ambiente el que nos vaya conduciendo hacia una estabilidad previsible, previsora y proactiva en todos los sentidos. La clave está en que todos nos dispongamos a ser parte comprometida con el progreso de la comunidad nacional en su conjunto.
Afortunadamente, los más relevantes signos actuales –en nuestro país y en los diversos entornos— están induciéndonos de manera puntual e inequívoca a incorporarnos al pleno ejercicio del cambio, que constituye ahora una prueba de creatividad actualizada, generalizada y proyectada. Aquí no se trata de fantasías sino de visiones reales y realizables.
Estemos atentos, entonces, a lo que viene, pero sin dejar de cuidar nuestro presente. Y lo ideal es que esto se logre de un modo espontáneo y progresivo, en razón de que todo lo que somos ponga lo suyo para que los resultados existenciales, en los más diversos sentidos del término, se incorporen a fondo a nuestro destino.
En El Salvador, toda esta nueva fenomenología nos ha llegado en el mejor momento, por lo cual debemos sentirnos privilegiados por la Providencia, y responder a ello con el compromiso de mantenernos a tono con esta línea de acción.
Cambiar en serio nunca es ir dando saltos en el vacío, sino cuidar cada movimiento con la máxima conciencia y con la más animosa sensatez. De eso se trata.
Y si de eso se trata, no perdamos minuto ni desperdiciemos responsabilidad.
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