Muchísimos, por ejemplo, han llegado hasta los gritos por el gane de Trump o la pérdida de Harris, pero cuando fueron las elecciones en este país prefirieron ir al mar y desentenderse.
La columna de hoy está destinada a recibir más críticas que las acostumbradas por parte de los empleados de la dictadura, quienes con insistencia me insultan cada semana, escriba lo que escriba, por indicaciones superiores. Y será más criticada digo, porque toca las fibras surrealistas de este pueblo nuestro, que suele pelear batallas ajenas, pero olvida las propias desde siempre.
Acá la gente se enfrasca en terribles disputas cuando juegan los equipos europeos, por ejemplo cuando lo hacen el Real Madrid y el Barça, pudiendo los seguidores de uno y de otro llegar hasta los golpes y la enemistad; aun cuando muchas veces esos mismos muestran muy poco interés por la liga nacional.
El fútbol es solo uno de los ejemplos cotidianos; pero hasta su gobernante, eterno necesitado de alabanzas, regala bitcoines en Honduras para levantar unas escuelas, mientras acá deja derrumbar las que prometió remozar, sin que tampoco sepamos quién era el dueño legítimo de los criptoactivos. Pero claro, alegre descarado resultó este, que también había decidido mandar toneladas de ayuda a Valencia, la que por otro lado tiene toda nuestra simpatía, en tanto en su tierra la gente muere de hambre.
El surrealismo es total. Muchísimos, por ejemplo, han llegado hasta los gritos por el gane de Trump o la pérdida de Harris, pero cuando fueron las elecciones en este país prefirieron ir al mar y desentenderse. En el fanatismo xenófilo, algunos incluso han calificado el triunfo del republicano como un milagro y otros han vaticinado el desastre por la misma causa, pero todos ellos resultan completamente indolentes delante de la tragedia de ver perdidas todas las libertades y garantías en el país que los cobija.
Hace días expresaba mi opinión, sabiendo que casi nadie estará de acuerdo, pero genuinamente creo que ambos candidatos estadounidenses no eran buenos. Ninguno de los dos me simpatiza y creo que ambos tienen fuertes radicales sociopáticos. La verdad es que esa elección en el gran país del norte era una en donde, desafortunadamente, y a mi parecer, cualquiera de los dos era un mal escoge. Uno tal vez menos maligno que el otro, cosas de gusto, pero ambos muy malos. Y hoy, que ya terminó la contienda, nos espera ver si el señor Trump cumple sus promesas de campaña y, entre otras cosas, ordena el aluvión de deportaciones.
Muchos dicen que él está haciendo lo mejor para su patria y acaso tengan razón, pero mi interés siempre ha sido mi país y no el de otros. Y aunque repitan que lo que pasa allá ha de repercutir en estas tierras, la verdad es que creo que, en este momento, para los estadounidenses de ambos bandos, simplemente El Salvador y Centroamérica les importa muy poco.
Pero así vamos, en el surrealismo mágico de una nación totalmente contradictoria. Esta ha perdido sus tradiciones y olvida, por ejemplo, el Día de los Fieles Difuntos, pero adopta la celebración de las brujas. País nuestro que, eso sí, mantiene sus contradicciones semánticas, como el queso “duro blandito” y una calle sexta décima. Una tierra donde muchos tienen mucho, lo que es bueno, pero muchos más no tienen nada, lo que es intolerable.
¿Y cómo olvidar nuestra manía de pelear, defendiendo a los dictadores internacionales de nuestro signo político, pero tasando a los contrarios con motes odiosos y utilizando, para tal efecto, exactamente las mismas razones por las que se alabó a los primeros?
Un país quebrado a fuerza de tener malos diputados y peores funcionarios en los otros Órganos del Estado, los que lo han endeudado por el capricho del peor de todos, quien sigue enfrascado, por ejemplo, en la necedad de querer construir una mansión presidencial, fuera de la capital, a la par de las casas en las que hoy habita, y olvidando que ya existe una residencia en la colonia Escalón, que es pertenencia del Estado y que fue adquirida hace tiempo para tal efecto.
Este surrealismo nos terminará de destruir. Siguen los corruptos queriendo esconder todas sus artimañas, como recientemente, que han decidido ocultar por los famosos 7 años todo lo relativo a COSAVI, incluso para los litigantes; acaso porque pretenden encubrir quiénes son los deudores y porque así varios de los acreedores ya estarán muertos cuando pase ese tiempo. Y sigue además oculto con qué dinero compraron los bitcoines, los gastos de la presidencia, los viajes del dictador y la partida de propaganda, publicidad y troles.
Pobrecito El Salvador, siempre cantando himnos de naciones extranjeras y viviendo de los deportes ajenos, avergonzándose de la herencia propia y sustituyéndola por cualquier otra a un par de meses de haber migrado. Pobrecito mi país, una tierra en donde cerca del 40 % de sus habitantes escaparían si pudieran y en donde, quienes queremos vivir acá, somos insultados y amenazados diariamente, precisamente por gente cercana al gobierno.
De verdad que todo sonaría mal si no fuera por la decisión de un puñado de patriotas que claramente sí quieren a su terruño y por él luchan. Y lo hacen en las condiciones más adversas, contra un gobierno dictatorial, que solo busca enriquecerse, y una masa insensible, con cero patriotismo, que prefiere por mucho la política estadounidense que la propia, el fútbol extranjero y la comida importada.
Pero estos héroes no luchan solos. Lo hacen con Dios como piloto, sabiendo que raras veces lo popular es lo correcto, pero que, aunque a muchos no parezca importarles, la acción de pocos (algunos acá y otros viviendo lejos) cambiará el destino y el rumbo del país. Y lo hará, como repetimos siempre, de la mano del Todopoderoso. Y así será, por el bien común.
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