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El oro, el moro y el loro

Este país nuestro no parece haber cambiado desde los tiempos cuando alguien entregaba oro a cambio de baratijas, solo que por lo menos en aquellos días los indígenas recibieron espejitos.

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Hay que aceptar que nuestra tierra se ha convertido en un laboratorio para evaluar el impacto de las noticias tendenciosas, y es además  un sitio ideal para que los aprendices de dictadores  latinoamericanos, intenten engañar a sus pueblos, vendiéndoles con fábulas, la ilusión de la seguridad y la riqueza, a cambio de promesas vanas y distorsionadas.
En los años recientes,  los salvadoreños  hemos oído cualquier cantidad de mentiras. La lista de embustes es inmensa, comenzando por la noticia de aquellas “20 obras por día”, la CICÍES, que el tirano desmontó en cuanto se dio cuenta que era independiente y que no la podía controlar, el aeropuerto de oriente, el tren supersónico, la venida de TESLA, la ciudad bitcoin y un volcán superlativo que la movería sin necesidad de electricidad externa, además de la riqueza insospechada para todos, solo por adoptar como moneda el criptoactivo, o el “hello google” que traería miles de nuevos empleos al país, igual que el Hub de Lufthansa, el satélite, las 3 escuelas diarias, los nuevos hospitales de tercer nivel en varios sitios del país, y un largo etcétera. 
Y todo eso sin contar con la farsa de una holgura económica que es totalmente invisible, porque lo único cierto es que solo hay miles de millones en préstamos sin pagar; o de una seguridad inexistente, porque descansa en la supresión permanente de las garantías constitucionales.
Pero lo último, peligrosísimo porque juega con los más bajos sentimientos como son la avaricia y su hermana la codicia, es el muy falso anuncio del dictador, que sin ningún estudio geológico y acaso por iluminación delirante, ha declarado que el país entero descansa sobre un inmenso yacimiento de oro, y que explotarlo traerá bonanza y prosperidad para todos. Es claro que esa falacia está en consonancia con otra de sus mentiras, al decir que vivimos en un país del primer mundo, dotados de una inmensa riqueza, agregando que todas las construcciones en San Salvador, incluido el centro histórico, son obra de su inmensa bondad.
Detengámonos un minuto para meditar sobre ese metal caro, precisamente por su rareza, el oro. Y sin entrar en detalles técnicos que no manejo, porque no soy experto en minas, debo recordar el gravísimo peligro para la población aledaña a las excavaciones, y el caos ecológico que traerá.  Esto no es cosa de izquierdas o de derechas; una vez más, es cosa de honorabilidad y de humanismo. El anterior arzobispo de San Salvador, quien era químico, monseñor Saenz Lacalle, al analizar el impacto medioambiental y del subsuelo salvadoreño, así como la potencial contaminación de los mantos acuíferos por el mercurio, arsénico, cianuro y otros tóxicos, se opuso con fuerza a la minería metálica, sobre todo porque El Salvador es francamente pequeño y a su juicio habría sido fatal la extracción del metal áureo de esos yacimientos. 
Esto no se trata de jugar a separar las pepitas doradas de las piedras en un río, se trata literalmente de inyectar cianuro en el subsuelo para moler las rocas y sacar el preciado elemento; y se trata de contaminar las aguas interiores y el mar, matando a las especies acuáticas que sí son nuestra riqueza, y envenenando a los niños de las zonas aledañas; todo en nombre de una inmensa abundancia mineral, que solo existe en el cerebro febril de cierto moro, que a fuerza de contemplarse en el espejo ha perdido la cordura, porque si llega a cambiar la ley, lo hará exclusivamente para el beneficio de alguna potencia extranjera, China probablemente, y por supuesto acaso para la familia del sultán.
Poseer el metal dorado no siempre es una bendición (recordemos el mito del rey Midas);  pero aplaudir las falsedades de la dictadura como un loro, sin analizar lo que se dice, es más triste, porque demuestra con ello la fragilidad de nuestro pobre pueblo. Lo cierto es que hasta hace muy poco, gente de centro, de izquierda y de derecha, así como técnicos independientes, salvadoreños de todos los orígenes, descendientes de españoles e indígenas, nietos de italianos, árabes y judíos, moros buenos y cristianos de todas las denominaciones, incluyendo  eclesiásticos conocedores del impacto químico, y con sensibilidad social, como el arzobispo Saenz, se unieron para impedir que continuara este peligro, y así los diputados de todas las facciones de entonces, incluso el señor Gallegos, actualmente aliado del régimen, legislaron para evitar la extracción minera. Pero hoy, estamos a punto de ver aprobada otra ley inconsulta y sin estudio, enviada desde Casa Presidencial, simplemente para satisfacer la ambición de algunos, en tanto los más ilusos como digo, aplaudirán imaginándose que ahora  sí, el sultán está diciendo la verdad. ¡En serio que no escarmentamos!. 
En resumen, este país nuestro no parece haber cambiado desde los tiempos cuando alguien entregaba oro a cambio de baratijas, solo que por lo menos en aquellos días los indígenas recibieron espejitos, pero hoy, los del bando del moro, entregarán el metal, después la salud, y finalmente la vida, para que su señor negocie con los turcos o los chinos un tratado minero que será provechoso únicamente para las compañías explotadoras y para el gobierno; mientras sus seguidores parlotean cual loros, lo grande que es su “presidente”.
Sin verdaderos diputados que piensen primordialmente en el pueblo, antes que en las órdenes de su amo, solo nos queda elevar al Cielo una plegaria y pedir al Todopoderoso misericordia. Quiera Él que se produzca el milagro y que estos malvados vuelvan atrás. Porque Dios con nosotros. 
 

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