¿Qué hace que una persona se levante cada mañana con ganas de vivir a plenitud y buscando ser mejor cada vez, amando apasionadamente al mundo y a sus seres queridos? Ante esta inquietud se generan preguntas acerca de cuál es la razón de mi existencia, pero lamentablemente no tenemos tiempo ni estamos acostumbrados a reflexionar sobre este para qué, y lo confundimos con el por qué. Inclusive, podemos estar ocupados logrando proyectos para recibir reconocimiento o beneficios de algún tipo (motivos extrínsecos), para satisfacer nuestra necesidad de superar retos y aprender (motivos intrínsecos), o podemos movernos pensando en las necesidades y el bienestar de los otros (motivos trascendentes), sin darnos cuenta realmente de cuál de los tres motivos es el principal generador de viento en las velas del barco de mi vida.
Pienso que, para lograr ser el capitán de nuestra embarcación y la tripulación que nos acompaña a desembarcar en el puerto elegido, se vuelve necesario “liderarse a uno mismo”. Esto requiere el desarrollo de un conjunto de competencias (hábitos) relacionadas con el liderazgo. Entre ellas, hay algunas tan importantes como la comunicación, el trabajo en equipo o la visión estratégica. Sin embargo, hay cuatro competencias sin las cuales no es posible desarrollar ninguna otra ni, por supuesto, el liderazgo. Son: la toma de decisiones, la integridad, el autocontrol y el equilibrio emocional... Los motivos son las razones para actuar, pero aún hace falta considerar otro elemento: la fuerza que nos mueve a la acción, la motivación. Esta fuerza puede ser espontánea —hacer lo que me apetece en cada momento— o puede ser racional, fruto de la deliberación interior. Cuando mi motivación trascendente me lleva a moverme por motivos trascendentes, mis acciones son fruto de un ejercicio consciente en el que sopeso las alternativas y escojo actuar por el bienestar del otro. Es la expresión más clara del autoliderazgo.” [1]
Pero resulta que, habitualmente, a pesar de intuir que somos seres libres para priorizar a las personas y los valores que guiarán nuestro actuar para alcanzar la felicidad y el equilibrio de vida, estos no son percibidos como decisiones que también están en nuestras manos, lo que lleva a no estar conscientes de la importancia de este “autogobierno” para conseguirlo. Así lo indica un 42% de los participantes que afirman que su manera de combinar trabajo y familia no tiene impacto alguno a la hora de buscar el balance entre trabajo y familia [2]. Efectivamente, es reconocido desde los filósofos griegos que la misión genérica de todo ser humano es la búsqueda de la felicidad: “el cómo lo haremos, concretamente, es la misión específica de cada uno de nosotros”. Incorporar la motivación racional por motivos trascendentes en la definición de nuestra misión específica supone apostar por el autogobierno, el liderazgo de otros y la búsqueda de una vida integrada, plena y lograda. No plantearse el para qué, no tener un propósito o misión, nos lleva a ir dando tumbos, a merced de nuestro entorno [3].
Autoliderarse implica atreverse a ir contra corriente. Y en el caso de las mujeres líderes, ellas han de superar los desafíos que enfrentan en el lugar de trabajo a través de ser resilientes para desarrollar la fuerza espiritual que requiere contribuir, de forma sostenida, con pequeños actos que lleven a un cambio cultural profundo que promueva la igualdad de género en todos los ámbitos de la sociedad. Investigaciones recientes sugieren que organizaciones con culturas inclusivas tienen un 29% más de satisfacción laboral entre las mujeres [4].
Autodirigirse para liderar a otras personas implica buscar, elegir, aprender y mantenerse cerca de mentores sabios. En especial, para las trabajadoras y dirigentes empresariales, es aconsejable hacer un esfuerzo consciente, ya que ellas tienen menos acceso a redes de apoyo y oportunidades de mentoría, esenciales para el desarrollo profesional. Según McKinsey, solo el 33% de las mujeres cuentan con mentores, en comparación con el 46% de los hombres.
Autoliderarse conlleva manejar y gestionar el sentimiento de culpa por no llegar a todo. En líneas generales, datos fundamentados arrojan que las mujeres conceden escasa importancia a la gestión del tiempo y prioridades (31%), a pesar de ser una competencia altamente desarrollada en ellas. Aunque la mayoría de ellas prioriza y aprovecha su tiempo, no por ello se siente satisfecha por los resultados. La sensación de no llegar a todo es lo habitual [5]. Por lo tanto, es imperativo aprender a poner límites o aprender a decir “no puedo” a lo que no se quiere, habiendo primero determinado lo que sí queremos cuidar porque se considera importante.
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[1] Profesora Nuria Chinchilla, IESE BUSINESS SCHOOL, España. https://blog.iese.edu/nuriachinchilla/2023/10/liderarme_para_liderar/

[2] (Cuestionario Ecadues, 2002, II. Posibles causas. (6º apartado). Bloque II, Capítulo 3., https://www.bizkaia.eus/Home2/Archivos/DPTO3/Temas/Pdf/ca_mujerempresa.pdf?hash=3c743f4fb42d90823cda8924cf854700&idioma=CA

[3] https://blog.iese.edu/nuriachinchilla/2023/10/liderarme_para_liderar/

[4] (McKinsey Global Institute, 2023). Pérez López considera que la cultura organizacional debe evolucionar para integrar plenamente la diversidad y la igualdad de género (Pérez López, J. A., Teoría de la Acción Humana en las Organizaciones, IESE Business School, 1993).

[5] Valores y prioridades. https://www.bizkaia.eus/Home2/Archivos/DPTO3/Temas/Pdf/ca_mujerempresa.pdf?hash=3c743f4fb42d90823cda8924cf854700&idioma=CA