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No hay democracia sin demócratas

La democracia no es solo un sistema de gobierno, es una práctica que requiere ciudadanos informados, activos y dispuestos a defenderla. Sin esa cultura, el sistema se reduce a un ritual vacío: el ciudadano vota sin exigir, elige sin cuestionar y aplaude sin entender.

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Se dice que la democracia es el mejor de los sistemas de gobierno: Si, es imperfecta, desordenada, lenta y, en más de alguna ocasión parece avanzar en contra del sentido común. Pero aun con todos sus defectos, sigue siendo el único sistema que virtualmente permite a todos los ciudadanos decidir su destino. No importa si son ricos o pobres, altos o bajos, simpáticos o antipáticos: cada persona tiene los mismos derechos y el mismo número de votos. Pero hay un detalle que a menudo se ignora: la democracia necesita de demócratas para existir.
En los últimos años, El Salvador ha transitado de ser una "democracia defectuosa" a convertirse en un "régimen híbrido", según el Democracy Index de The Economist. En términos simples, esto significa que estamos en una zona gris donde las instituciones democráticas aún existen, pero han sido deshabilitadas de su función original. No hubo necesidad de un golpe de estado tradicional; la transformación ocurrió en silencio, con decisiones tomadas a puerta cerrada, con reformas exprés, con la eliminación sistemática de los contrapesos.
Sin embargo, el deterioro de la democracia no ocurre solo desde las esferas del poder. Hay algo más profundo y peligroso: la falta de cultura democrática entre la ciudadanía. La democracia no es solo un sistema de gobierno, es una práctica que requiere ciudadanos informados, activos y dispuestos a defenderla. Sin esa cultura, el sistema se reduce a un ritual vacío: el ciudadano vota sin exigir, elige sin cuestionar y aplaude sin entender. Un país no puede ser democrático si su gente no comprende la importancia de la separación de poderes, el respeto a la ley o la necesidad de una prensa libre.
En El Salvador, existe una porción de la ciudadanía que no reconoce el peligro de que una sola figura controle todas las instituciones. Tampoco causa alarma que la oposición haya sido reducida a un mero adorno, sin capacidad real de fiscalizar. También se ha impuesto la narrativa de que la transparencia y la división de poderes no son más que obstáculos que dificultan la “gobernabilidad”. Mientras los cambios sean graduales y presentados como “la voluntad del pueblo”, la resistencia es mínima y la democracia se desmorona sin grandes sobresaltos.
Pero esto no es casualidad. En un país donde la educación cívica ha sido desplazada por el populismo, es natural que la población no valore lo que nunca le enseñaron a defender. Hablar del valor de la Constitución, la importancia del Estado de Derecho y la necesidad de tener instituciones independientes, no pasa de ser una conversación aburrida que no tiene impacto en el día a día. Y así termina el pueblo renunciando a su propio poder. 
Lo más alarmante es que muchos de los malos políticos en nuestro país, se presentan como demócratas, pero en realidad no buscan fortalecer las instituciones, sino someterlas. No promueven el debate, sino la adhesión ciega. Para ellos, la democracia no es un principio, sino un vehículo que los lleva al poder y que puede desecharse en el momento en que deja de ser útil.
Esta falta de cultura democrática también se refleja en la manera en que la sociedad reacciona ante el abuso. Cada vez es menos escandaloso que la justicia se utilice como un arma contra los adversarios políticos, que se limiten los espacios de expresión o que la maquinaria electoral se ajuste para favorecer a los que ya ostentan el control. Lo que antes era motivo de indignación, ahora es aceptado con resignación, y lo que antes generaba protesta, hoy apenas despierta un murmullo de inconformidad.
Desde los tiempos de Pericles hasta nuestros días, la democracia no se pierde en un arrebato repentino, sino que se desvanece en el silencio de quienes prefieren no ver, no hablar y no actuar.
No hay democracia sin demócratas, ni libertad sin el compromiso de defenderla.

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