
Hay que ser realistas, aunque cueste serlo, y eso también es elemento vital de lo positivo, que no hay que confundir con la ingenuidad ni con el simple anhelo. Pues lo positivo también es complejo.
Reiteremos aquí una convicción que nunca ha dejado de acompañarnos a lo largo de todo este tránsito: aunque lo negativo está siempre más al alcance de la mano, sólo lo positivo, que es más dificultoso, produce las ventajas que se nos volverán beneficios. Desafortunadamente, en estos días actuales, la negatividad se ha venido volviendo una actitud global, y más intensamente en aquellas sociedades que vienen de ser las que dominaron por tanto tiempo los esquemas de poder imperantes en el mundo, y que, en aquellos entonces que no están muy lejanos, se veían desde todas las perspectivas como permanentes controladoras de ese ejercicio poderoso al máximo. De pronto, y sin mayores avisos previos, eso empezó a girar en función de un nuevo ejercicio sin fronteras.
Todo este fenómeno no puede menos que asustar y poner las cosas en condición de riesgo de indefinibles consecuencias. Ese susto al que nos referimos acarrea, como es natural, inquietudes, desasosiegos y ansias de la más variada índole, como estamos experimentando ahora mismo en el caso de los avatares conflictivos que encarnan las “guerras” entre Rusia y Ucrania y entre Israel y Gaza. Y bien sabemos, por experiencia que se repite sin cesar en el transcurso de la evolución, que si hay algo que contamina todas las energías evolutivas es el flujo de lo incierto, en el que van anidados todos los temores y las angustias del no saber qué puede pasar, ni en qué momento.
Hacer causa común con lo positivo es, pues, la única forma sustentada y sostenible de sentar bases sólidas para ir moviendo todos los afanes y todas las apuestas que configuran el diario vivir de todos y de cada uno nosotros. Esto en el entendido de que nunca existe ninguna seguridad de que los resultados van a ser los que se esperan dentro de ese proceder optimista al que de una u otra forma estamos haciendo alusión. Hay que ser realistas, aunque cueste serlo, y eso también es elemento vital de lo positivo, que no hay que confundir con la ingenuidad ni con el simple anhelo. Pues lo positivo también es complejo.
¿Cómo se debe, entonces, manejar de veras la positividad a la que estamos haciendo referencia, para que no se quede en gestos y en palabras sino que pase al plano de los hechos? Pues lo que se debe hacer es tomar la guía de lo constructivo, sin dejarse llevar en ningún momento por las improvisaciones estériles, que son las que parecen más llevaderas y fáciles, pero que más temprano que tarde lo desperdician todo y hacen fracasar los fértiles impulsos del progreso. Esto hay que recalcarlo, pues, constantemente para que los esfuerzos no se queden en nada.
En una época como la que ahora impera en todas partes, el enredo entre lo negativo y lo positivo parece no tener salidas ni desenlaces, y esto hace que todo se vaya complicando aún más. Todas las sociedades tendrían que mover sus palancas anímicas y estructurales en función de hacer que lo negativo pierda impulso y que lo positivo gane factibilidad. Esto es fácil decirlo, pero muy difícil de ejecutar. En todo caso, tomar conciencia de ello nos ubica en el plano de la responsabilidad que busca soluciones.
Y no soluciones aparentes, de esas que van dejando para mañana lo que no pudieron hacer hoy, sino soluciones que perfeccionan el cambio, marcando la marcha hacia la sana continuidad en perspectiva. En ese plan se deben ir moviendo los esfuerzos que conducen al verdadero avance, de cuyo satisfactorio despliegue dependen los frutos que irán brotando en forma acumulativa y satisfactoria.
Visto lo que pasa ahora en todos los entornos, se ha vuelto más y más imperativo hacer de la positividad la mejor herramienta para asegurar el progreso real. No se trata de idealismo vacío, sino de constructividad que no deja a un lado ningún ideal sino que se compromete a fondo con todo lo que afirmativamente le va saliendo al paso.
Aprender a identificar lo positivo se vuelve así un quehacer esencial para no enredarse en lo inútil. Esto es una especie de arte que lo que necesita es inteligencia puesta al servicio de la más efectiva idoneidad, esa que nos guía armoniosamente por todas las rutas de nuestro desempeño vital.
Seamos pragmáticos sin dejar de ser idealistas, haciendo que la actitud básica esté fundada en el realismo que no le teme a la ilusión ni se deja llevar por la ficción de los sueños inocentes.
Si nos movemos en dicha línea, todo lo efectivo irá llegando en forma segura y espontánea, como debe ser.
Y lo más positivo de todo es comprometernos a no desperdiciar minuto.
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